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La cultura capitalina / Poniatowska

Fábrica de Artes y Oficios Oriente.
Fábrica de Artes y Oficios Oriente. Imagen 'tomada' de Google Maps
01 de junio de 2025 08:11

Eduardo Vázquez sonríe siempre debajo de su sombrero negro e infaltable. Egresado de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, escribió junto con el poeta Alejandro Aura, en la fundación del Instituto de la Cultura de la Ciudad de México, el gran antecedente de los Faros y Pilares, que hoy son el orgullo de la cultura capitalina. Eduardo coordinó el programa La calle es de todos y fundó la primera Fábrica de Artes y Oficios de la Ciudad de México.

–Soy Eduardo Vázquez Martín. Mi mamá, española, estuvo en el Taller de Gráfica Popular que encabezaban Leopoldo Méndez, Pablo O’Higgins y Alberto Beltrán, el más apasionado de los jóvenes. En mi casa había libros y cuadros, un librero que para mi familia era España, porque en sus anaqueles se encontraba toda la Generación del 27: Pedro Garfias, el poeta más amado, León Felipe, y un libro de mi abuelo Fernando Vázquez Ocaña; el tomo que leí con pasión fue la primera biografía que se hizo de García Lorca. Tenía gran valor en la casa, era muy importante, sobre todo para mí. Varias veces vi a mi padre leerlo, entrar, salir con el libro en la mano, como si fuera a memorizarlo. Yo hice lo mismo. En mi casa había un mundo perdido que se llamaba España, y ese mundo perdido tenía la forma de libros.

–¿Y tu mamá?

–Mi madre se había involucrado en la Escuela Mexicana de Pintura; ella me contó que había colaborado con Diego, muy joven.

–¿Fue su ayudante?

–Sí, fue su ayudante. Mi mamá fue una mujer ama de casa, nos hacía de comer, pintaba en la casa y me cuidaba con esmero. Tenía mucha dificultad para ejercer su oficio plenamente; además, era maestra universitaria. Daba clases en autogobierno. Entonces estamos muy relacionados con la izquierda universitaria. Mi padre era arquitecto. La casa estaba llena de libros, y yo me daba cuenta del valor que tenían esos objetos para transmitir emociones, memoria, recuerdos que daban sentido a nuestra vida.

–¿Cuándo empezaste a interesarte tanto en la cultura?

–Empecé a trabajar en el mundo editorial muy pronto, en la revista Viceversa, que tenía una hermosísima portada. También estuve en la revista La Orquesta, dirigida por Fernando Fernández. También trabajé en un periódico que fundó Marco Antonio Campos, se el Periódico de Poesía, que era totalmente universitario; los jefes de redacción éramos Javier Sicilia y yo. Ahí conocí a Javier. Entré a un taller de poesía con él, lo daba en el Palacio de Minería y pude conocer a algunos poetas de mi generación. Así empecé a conectarme con futuros escritores, jóvenes apasionados por las letras que estábamos haciendo revistas, escribiendo, publicando en el Novedades, de Pepe de la Colina. Trabajamos mucho en el periodismo cultural, que fue lo primero, y que me apasionó al grado de estar todavía en lo mismo. Lo gocé mucho y ahí me formé. Después viene el primer gobierno democrático de la Ciudad de México, el de Cuauhtémoc Cárdenas, y para los refugiados de España, Cuauhtémoc representó una inmensa esperanza.

–Eduardo, ¿cómo conociste a Alejandro Aura?

–Alejandro Aura era un amigo muy querido, yo era un comensal habitual de su mesa. Alejandro Aura trabajó en el gobierno de Cuauhtémoc Cárdenas y, a su vez, me invitó a trabajar con él. Yo tenía apenas una breve experiencia en la administración de la cultura, pero también tenía una idea muy clara de que en la cultura es esencial trabajar en equipo, había que planearlo todo en común. Cuando trabajas en cultura, hay que hacerlo bien, con muchísima dignidad; la política cultural tiene que ser muy honesta, muy digna, muy transparente y, sobre todo, muy generosa para incluir, no para eliminar o deshacer.

–La cultura, creo yo, debe ser humilde para abrazar a todos los que se le acercan, ¿no?

–Por ejemplo, el concepto del libroclub consistía en 500 ejemplares que eran un donativo. Era un programa para tener una colección de libros a la que la gente tenía acceso. Era una colección de autores muy bien pensada, diversa, plural, ideada para jóvenes que quieren conocer a buenos escritores. Quisimos además difundir a escritores emergentes y mujeres poetas en plazas públicas, teatros, jardines populares, salones de baile y hasta atrios de iglesia, cuando muchos acuden al rosario. Ahora ya no hay rosarios.

–Todo muy colorido, muy para la gente que se asoma a enterarse de lo que pasa.

–¿Te acuerdas del priísmo? Cuando los judiciales nos asaltaban en las calles, cuando las manifestaciones eran de altísimo riesgo. A partir del momento en que llegó Cárdenas al gobierno de la Ciudad de México se desató un magnífico espíritu de celebración. Ahí aprendí y tuve muchas responsabilidades de las que todavía hoy me enorgullezco.

–¿Cuál era tu papel?

–Empecé a trabajar con mucha gente joven a la que animé a leer y a llevar un diario. Yo pienso, Elena, que ese primer gobierno de izquierda cardenista amplió el panorama para la cultura en la Ciudad de México porque ahora tenemos las Fábricas de Artes y Oficios, el Faro de Oriente, un gran triunfo y un aprendizaje de trabajo colectivo, porque logramos conquistar un espacio cultural importante en medio del desastre, la pérdida y el abandono, ya que construimos un espacio en el que se hizo la Feria de Reciclaje más grande de la ciudad.

–¡Qué maravilla!

–La cultura en la Ciudad de México es más de barrio, es la que intenta conectar con la juventud que está al filo de la violencia, el desamparo, el dolor. Tratar a los muchachos menos afortunados es muy conmovedor porque son muy receptivos, tienen hambre de compañía y muchos deseos de ser comprendidos y queridos, sobre todo queridos.

–Sí, en Iztapalapa es conmovedor el entusiasmo de los jóvenes, su emoción cuando exhiben sus figuras de cartonería, sus pinturas: “¡Mire, seño, yo solito lo hice!”

–Esa experiencia demostró que la sensibilidad, el interés, el amor por el arte y la cultura no están sólo en ciertos barrios, ni en ciertas clases sociales, sino que hay que crear políticas culturales que incluyan a aquellos que están olvidados, porque son los que siempre responden y alcanzan antes que otros la meta que todo gobierno de izquierda debe trazarse: la de que la cultura es para todos.

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