La Iglesia católica, a la cual pertenezco, tiene desde hace un par de semanas a un nuevo pontífice, el papa León XIV, uno más en la larga lista que según la tradición y los evangelios se inició con Pedro, el pescador de Galilea que fue invitado por Jesús de Nazaret a pescar discípulos y fieles para engrosar la entonces heroica y naciente Iglesia que transformó al mundo.
Una primera reflexión es que no será fácil llenar el hueco que dejó Francisco, el papa humilde, el primer latinoamericano, uno de los dos jesuitas que han llegado al Vaticano con tan alta responsabilidad. Vale recordar que Francisco tuvo una clara preferencia por los pobres, los “desechables”, a los que dedicó tiempo, trabajo y oraciones; no se puede olvidar que también participó activamente en la defensa de la “Creación”, la naturaleza, en especial promoviendo el rescate de la Amazonia, amenazada por la codicia de empresarios y madereros que la destruían sin conciencia sólo para engrosar vanidad y fortuna; no será pronto ni fácil superarlo y su recuerdo estará presente en el pontificado de su sucesor.
En un proceso con evidentes características democráticas, León XIV fue electo con una indiscutible mayoría de dos terceras partes de sus hermanos cardenales los cuales votaron en secreto, usando las papeletas que, una vez contadas minuciosamente, se incineran con alguna sustancia que tiene el efecto de producir humo oscuro, si no se logró la mayoría necesaria, o humo blanco, si ya se obtuvo.
Es interesante detenernos en este punt o relativo a la votación secreta; actualmente se usa en innumerables congresos, dietas, parlamentos, cámaras de diputados o de senadores en todo el mundo. Las fórmulas para votar son diversas; se puede votar a mano alzada y contar a quienes lo hacen en un sentido y luego a los que lo hacen en el contrario; se puede votar de viva voz, a cara abierta, diciendo en voz alta el nombre del votante y luego el sentido de su sufragio; pero también se puede votar por escrito, sin firmar ni identificar la papeleta y sin que los demás integrantes del cuerpo colegiado sepan por quién se votó, ni siquiera su vecino de escaño. Esa forma de expresar un juicio sobre personas conocidas, amigos o rivales al ser secreta, evita rencores, futuras animadversiones o motivos de agradecimiento; la votación secreta es una institución muy interesante y ha sido motivo de estudios académicos y también objeto de reglamentaciones en la novedosa rama del derecho parlamentario.
Conviene también recordar que esa forma de votación la idearon los monjes medievales que elegían a sus superiores en reuniones que podían ser muy álgidas y en las cuales, como ahora lo hacen los cardenales, se pedía la inspiración del Espíritu Santo y se esperaba que se superaran favoritismos o agradecimientos o bien que pudieran aflorar secretos, rencores, resentimientos, envidias y animadversiones.
A pesar del tiempo y los cambios, el sistema ha demostrado ser eficaz, seguro y, por supuesto, viene al caso referirnos a él con motivo de la elección del nuevo pontífice; es de justicia reconocer, que se trata de una aportación interesante; una más originada en las universidades y conventos de la Edad Media, ya que aún perdura en nuestras actuales instituciones políticas.
¿Qué esperamos de esta importante elección? De entrada, podemos decir que contrastan dos características del nuevo Papa, se trata de un estadunidense, de Chicago, la norteña ciudad industrial de nuestro “incomodo” vecino, pero también es latinoamericano, peruano con arraigo y por eso, en buena medida, crítico de Donlad Trump y sus arbitrariedades; no es poca cosa ser simultáneamente, como muchos migrantes, de América del Sur y aspirar a ser de América del Norte.
Es interesante y muy significativo recordar que León XIV fue muy cercano y amigo de Francisco y, como él, un pontífice que sabe sonreír. La teología y la piedad no se oponen al buen humor, recordemos a Chesterton, el genial converso inglés que llegó al catolicismo por convicción propia.
Pero volviendo a nuestro asunto, será interesante observar la actuación del nuevo Papa en los difíciles momentos de su inicio en tan elevado cargo; todos, católicos y no católicos esperamos mucho de él y seguro la opinión pública mundial estará a la expectativa. Su autoridad moral como obispo de Roma, su liderazgo en todos los continentes, en especial en Europa y América lo elevan a una posición política que no tenía y que no podrá pasar desapercibida ni por él ni por los demás.
Podemos esperar mucho de su ascenso, de lo que representa y de las expectativas que se abren. Por lo pronto, es alentador constatar que en su primer mensaje hizo un claro llamado a la paz, a la caridad y la solidaridad entre todos estados que integran la comunidad internacional. Así lo corrobora esta frase suya: “La guerra nunca es inevitable, las armas pueden y deben callar porque no resuelven problemas, sino que los agravan”.