Ciudad de México. En el futbol existen todo tipo de supersticiones. Aunque su origen no está claro, hay acciones en un partido que presuntamente traen buena suerte. Entrar al campo con el pie derecho, mirar el trofeo de lejos antes de una final o mostrar una bandera gigante rota a la mitad, como ayer lo hizo la afición de Cruz Azul en el estadio Olímpico de Ciudad Universitaria. Aquella imagen puede resumir la victoria de su equipo contra el América en los cuartos de final de la Copa de Campeones de Concacaf (2-1). Si pareció un mal presagio, terminó siendo el fin de un embrujo.

La Máquina caminó por los filos más afilados desde antes de que subieran las pulsaciones. Sus seguidores cantaron, organizaron un recibimiento a la altura del clásico más importante en México en los últimos años, pero el factor suerte atacó sin misericordia sus planes en la cabecera local. Allí, la representación de un tren y un trabajador de la Cementera, impresos en un lienzo gigante, se partió en dos al descender de la parte alta y provocó burlas del lado americanista.

“¡Rotondi! ¡Rotondi!”, gritaron miles desde la zona del Pebetero, como si el jugador argentino de Cruz Azul, cómplice en pasadas finales y partidos definitorios, fuera uno más del equipo tricampeón del futbol mexicano. Con todo eso en contra, el mexicano Ángel Sepúlveda grabó su nombre en la historia del clásico joven con el doblete del triunfo (12 y 85).

El español Álvaro Fidalgo marcó y pareció confirmar la mala suerte de La Máquina con el 1-1 (57), pero no fue suficiente. Ante más de 27 mil 900 personas en Ciudad Universitaria, el plantel cementero encontró la revancha que buscaba.

Se olvidó de las finales perdidas en la Liga y la eliminación en semifinales del año pasado para avanzar a la antesala de la final en Concacaf, venciendo a su némesis más acérrimo.