Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 2 de febrero de 2014 Num: 987

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El bestiario humano
de José Emilio

José Ángel Leyva

La huella radiante de
José Emilio Pacheco

Juan Domingo Argüelles

Pacheco, el soberano
Ricardo Guzmán Wolffer

Creación del poeta
o malinterpretación
de Blake

Marco Antonio Campos

Poemas
José Emilio Pacheco

Carta a José Emilio Pacheco, con fondo
de Chava Flores

Hugo Gutiérrez Vega

También este año me atormenta la noche
Yorguís Kótsiras

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Poesía
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La Otra Escena
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Cabezalcubo
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Cinexcusas
Luis Tovar


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Luis Tovar
Twitter: @luistovars

Des/adaptados

JEP, in memoriam

La reciente, inesperada muerte de José Emilio Pacheco es, y sin lugar común posible porque se trata de la verdad pura y dura, una pérdida irreparable no sólo para la lengua española, en primera instancia en los ámbitos de la cultura en general y la literatura en particular, sino también para nuestra cinematografía: se perdió para siempre la posibilidad de contar con la colaboración del propio José Emilio en la adaptación de alguna de sus piezas narrativas que, como sabe cualquiera que se haya dado a sí mismo el placer de leerlas, serían un punto de partida estupendo para filmes que, incluso no siendo forzosamente buenos –pues para que lo fuesen, y aun contando con la hoy imposible participación del autor de la obra original, tendría todo que ver la capacidad y el talento del hipotético realizador–, eso no les quitaría la condición de necesarios, dicho esto desde el punto de vista de la hermenéutica más elemental.

Son bien conocidos los vínculos profesionales del entrañable autor, entre muchas otras historias filmables, de “Tenga para que se entretenga” y “Cuando salí de La Habana, válgame dios”, pero en realidad son tan magros, tan escasos que, para decirlo clásicamente, pueden contarse con los dedos de la mano y sobrarán prácticamente todos los dedos: aparte de Mariana, Mariana, la hoy multimencionada adaptación que Alberto Isaac hizo de Las batallas en el desierto en 1986 –es decir, hace veintiocho años–, en materia de adaptaciones cinematográficas de la narrativa de jep no hay absolutamente nada más, pues en ese sentido no cuentan las funciones guionísticas que tuvo a su cargo durante un período del opus de Arturo Ripstein, así como el apoyo/asesoría que le brindara al también extinto José Estrada. Eso significa que la filmografía nacional, o mejor dicho sus realizadores, se han dado el lujo de ofrecerle sistemáticamente la espalda a una obra literaria no sólo digna de ser considerada, sino insoslayable para completar el retrato de al menos una etapa de la vida de este país, que tantas veces pareciera pretender que el pasado puede comprenderse a punta de olvidos crasos.

No hay, por consiguiente, una adaptación buena ni regular ni mala de Morirás lejos, que haría un espléndido thriller, ni de El principio del placer, que tan bien se integraría a la reciente camada de filmes cuyo epicentro dramático es el universo adolescente; tampoco se han adaptado El viento distante ni alguna de las piezas de La sangre de Medusa y otros cuentos marginales.

El cine que no lee

Muy lamentablemente, la fortuna fílmica de jep no es sino el botón de muestra de esta suerte de síndrome de des/adaptación que la filmografía mexicana padece, respecto de su par literario. Todomundo sabe bien lo escasas y parejamente malas que son las adaptaciones cinematográficas aquí: a Pedro Páramo y a El Llano en llamas les ha ido quizá peor que a todo el breve resto, mientras otros ejercicios van juntando cada vez más polvo sobre sus latas –ahí lo que se ha filmado con base en Martín Luis Guzmán, José Rubén Romero, Jorge Ibargüengoitia y poquísimos más– pero en el fondo el problema original, el que más urge afrontar, no es la calidad per se de cada filme, sino la pobreza simplemente numérica, la cual lleva aparejada una actitud que este sumaverbos no atina a decidir si se deberá a soberbia o desinterés guionísticos imperdonables, o a todavía más imperdonable desconocimiento.

La lista es larga, seguramente interminable, pero al menos consígnense aquí los primeros títulos que saltan a la mente de un lector promedio: El rey viejo, de Benítez; Al filo del agua, de Yáñez; La muerte de Artemio Cruz, La región más transparente y La cabeza de la hidra, de Fuentes; Noticias del Imperio, de Del Paso; Farabeuf, de Elizondo; La obediencia nocturna, de Melo; La feria, de Arreola; Tríptico de carnaval, de Pitol; El garabato, de Leñero; Gazapo y La princesa del Palacio de Hierro, de Sáinz; La tumba y De perfil, de Agustín; Hasta no verte, Jesús mío, de Poniatowska; algún cuento de Cañón de Juchipila, de Mojarro; Violación en Polanco, de Ramírez; Las minas del retorno y Guerra en el paraíso, de Montemayor, ¿Por qué no dijiste todo?, de Castañeda, Al cielo por asalto, de Ramos, así como un sinfín de cuentos: de Payno, Del Valle Arizpe, Tario, Galindo, Rojas González, Arredondo, Dávila, García Ponce, Dueñas, De la Cabada, Samperio, Zepeda, Villoro, Hinojosa, Toscana, Sada, Serna…

Ni duda cabe de cuánto bien le haría a nuestro cine dejar de ser, como hasta hoy sigue siendo, tan des/adaptado.