Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
El bestiario humano
de José Emilio
José Ángel Leyva
La huella radiante de
José Emilio Pacheco
Juan Domingo Argüelles
Pacheco, el soberano
Ricardo Guzmán Wolffer
Creación del poeta
o malinterpretación
de Blake
Marco Antonio Campos
Poemas
José Emilio Pacheco
Carta a José Emilio Pacheco, con fondo
de Chava Flores
Hugo Gutiérrez Vega
También este año me atormenta la noche
Yorguís Kótsiras
Leer
Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Poesía
Antonio Soria
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar
Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
@JornadaSemanal
La Jornada Semanal
|
|
Alonso Arreola
Twitter: @LabAlonso
Mark Sandman, clases para morir
Lo escuchamos a todo volumen mientras caminamos por la casa. Su voz oscura serpentea diáfana, enredándose en la literatura y compositores que la insuflaron. Qué expresivo era Sandman. Qué buen cantante. Hemos decidido que llenaremos el día con su música, pues llevamos años admirándolo sin una inmersión completa en lo que hizo mientras vivió. Cuarenta y seis años para ser precisos. Cuarenta y seis años a lo largo de los cuales sus padres nunca lo vieron tocar en vivo, ni lo apoyaron en su profesión, ni supieron de la fama que finalmente los asaltó tras el revuelo que causó su extraña muerte. Años antes, más aún, lo corrieron de casa por no aceptar un destino en los negocios familiares. Por el contrario, él intentó ganar su aceptación; se mantuvo en contacto y los visitó cuanto pudo.
La vida de sus padres tampoco fue fácil. Antes de perder a Mark, murieron otros dos hijos menores, en plena juventud. Sea por enfermedades o accidentes, la fatalidad los rodeó como si algún demonio furioso quisiera acabar con su apellido. Sólo les quedó una hija. Parte de esto lo aprendimos en el documental Cure for Pain: The Mark Sandman Story, salido en 2011, y que encontramos buscando pietaje de Morphine, su extraordinaria banda. Esto viene a colación porque justamente en 2014 se cumplen quince años de aquel concierto en el Festival Nel Nome del Rock de Palestrina, en Roma, Italia, donde Mark se desplomó durante la séptima canción y murió súbitamente, como muchos quisiéramos, haciendo lo que gustaba, de cara al cielo abierto.
Volviendo a sus años juveniles, Mark viajó a Centro y Sudamérica, aprendió algo de español (que luego usaría en el tema “Buena”), se enfermó gravemente en Brasil, cinceló su personalidad en un ostracismo lento, leyó a los poetas beat y apostó por tocar lo que llamó low guitar, una guitarra con tesitura más grave de lo normal. Después llevaría el experimento al extremo y crearía el low rock. Hablamos de lo que haría con Morphine. Allí cantaba y tocaba un bajo de dos cuerdas afinadas en la misma nota, usando slide (un tubito de metal o plástico para dedo, común en la guitarra de blues), acompañado por batería y, extravagantemente, por saxofón barítono (uno de los más graves).
Con personajes siniestros, las letras reflejaron el carácter retorcido de un conjunto que no parecía usufructuar el tinglado como sus colegas de los noventa, la mayoría montados en la ola del grunge dirigida por Nirvana y Pearl Jam. Navegando en sus propias y originales aguas, Mark Sandman, Dana Colley y los bateristas Jerome Deupree y Billy Conway (quienes estuvieron en momentos distintos) también giraron por el mundo entero, pero no consiguieron éxito comercial en su propio país. Fueron consentidos de la prensa, de otros músicos y de la escena indie (Les Claypool, John Medeski, Ben Harper les deben mucho), pero con ninguno de esos cinco álbumes (Good, Cure for Pain, Yes, Like Swimming, The Night) capturaron el aplauso masivo de sus coterráneos.
Entre el resto de grabaciones en vivo y recopilaciones ulteriores destacan The Best of Morphine y Sandbox: The Mark Sandman Box Set. La primera es la mejor para conocer al conjunto. La otra es una caja póstuma que incluyó la obra de Mark en solitario, verbigracia: lo hecho con su primera banda importante, Treat Her Right, una buena recomendación, lectora, lector, que vale la pena escuchar hoy, cuando ya suena “Honey White”, una de nuestras favoritas. “She said you’ll get me when I’m old and wizened, and not a day before that. The devil said Honey it won’t be that long…”. Imaginamos el rostro de Mark Sandman, su cansancio antiguo mientras, aprovechando un silencio instrumental, repetía la sentencia del diablo: “Besides, I like to see a little more fat.”
En eso estamos cuando nos llama desde la mesa el poemario Fin de siglo de José Emilio Pacheco, muerto hace siete días en Ciudad de México. Es la primera edición en Lecturas Mexicanas del FCE, dedicada a mano para Juan Vicente Melo. Dice: “A Juan Vicente, 25 años después y siempre. José Emilio, 1984”. Llegó a nosotros por curiosas y afortunadas carambolas del destino. Allí se lee algo insuperable para concluir esta columna, si es que la muerte reúne notas y palabras que nos dan sentido: “La música, el oleaje de los frágiles sueños, el epitafio de la tarde, el hosco acontecer de algún milagro herido, se vuelven instrumentos del domingo culpable. Puedo afirmar que vivo porque he aprendido el límite del aire, el fugaz desenlace del deshielo. Porque hoy el mundo amaneció de cobre y las horas llegaron a su término”. Buena semana. Buenos sonidos.
|