Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 2 de febrero de 2014 Num: 987

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El bestiario humano
de José Emilio

José Ángel Leyva

La huella radiante de
José Emilio Pacheco

Juan Domingo Argüelles

Pacheco, el soberano
Ricardo Guzmán Wolffer

Creación del poeta
o malinterpretación
de Blake

Marco Antonio Campos

Poemas
José Emilio Pacheco

Carta a José Emilio Pacheco, con fondo
de Chava Flores

Hugo Gutiérrez Vega

También este año me atormenta la noche
Yorguís Kótsiras

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Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Poesía
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Javier Sicilia

Juan Gelman

“Toda ausencia es atroz”, escribí alguna vez en un poema que lleva el título de “El sobreviviente”. Esa atrocidad nos llegó ahora con la de Juan Gelman. Murió cuando se debe morir, viejo y rodeado de los suyos. Una vida cumplida. Sin embargo, Gelman llevó durante todos esos largos años inmensas ausencias y batallas. No sólo las de su patria y las personales, provocadas por la dictadura militar, sino también, como una espantosa paradoja, las del país que lo acogió: Gelman tuvo que soportar al final de su vida, y en el México que eligió para vivir su exilio, el retorno maléfico de un horror semejante al que había combatido.

Para un hombre formado en el optimismo comunista, este regreso sin fin de la barbarie debió haberle dolido mucho. Sin embargo, como poeta –un poeta que, pese a sus filiaciones, jamás sometió su pluma a la propaganda ideológica–, siempre se negó a correr en pos del optimismo. Ni su poética ni su lucha se modelaron en el ascenso inexorable del poder de la Revolución cubana, sino en el fracaso y la destrucción de la FAR y de los Montoneros en Argentina. Este episodio desastroso coloreó toda su visión y arrojó su sombra contra el resplandor optimista del marxismo. Cuando el peso del exilio se rompió, Gelman continuó en él y mantuvo en sí el dolor de la derrota que se medía con la carga de sus muertos.

Esta negativa al optimismo le dio a las posiciones de Gelman una profunda independencia libertaria e irreconciliable con las líneas ortodoxas de la izquierda. Supongo que creía aún en el proceso dialéctico de la historia y en la realización de la justicia. Pero mantenía firmemente la vista puesta en el presente. Sabía que la luz del horizonte está muy lejana y que, como lo expresa su poema “Mi Buenos Aires querido”, en el camino hay siempre nuevos y espantosos padecimientos a los que hay que continuar resistiendo.


Ilustración de Juan Puga

En este sentido, más que a Roque Dalton, que murió joven y asesinado por sus correligionarios, Gelman se parecía a René Char, ese poeta que se enroló en la Resistencia para enfrentar al nazismo y escribió hermosos poemas sobre el dolor, la vida, el amor y la grandeza de ser hombre. Pertenecía a una raza que se ha ido degenerando a fuerza de premios, becas y academias: la del poeta como una presencia comprometida en las luchas por la dignidad.

Aunque lo había leído con devoción, lo conocí en circunstancias dolorosas como las que él llevaba consigo. A raíz del asesinato de mi hijo Juan Francisco, en los momentos en que preparábamos las movilizaciones, llegó a Cuernavaca, acompañado de Mara, a verme. Ellos habían perdido a su nuera María Claudia y a su hijo Marcelo, y yo al mío asesinado por barbaries semejantes. Me conmovió ver a ese hombre mayor y enfermo –moriría casi tres años después–, a quien admiraba en secreto y cuya fuerza de vida me había enseñado a enfrentar con dignidad mi propio sufrimiento y el de mi patria, llegar hasta mí para abrazarme. Tenía los ojos húmedos y tristes, y el dolor encarrujado en la carne y la palabra. Nunca supe si me leyó. No importa. Supe, en cambio, que nadie comprendía como él mi dolor y que nadie como yo comprendía el suyo. No nos dijimos nada. Las palabras no alcanzan cuando el sentido ha sido roto bajo el peso del horror. Simplemente nos abrazamos y lloramos. Creo que en ese momento, con nuestro abrazo, nuestro silencio y nuestro llanto, escribimos el más hermoso y triste de los poemas que uno y otro jamás habríamos podido escribir.

Ahora que recuerdo ese momento, vienen a mi memoria estos versos de su “Oración de un desocupado”, que dicen algo de lo que las víctimas llevamos con nosotros como un salmo: “Padre, bájate/ tócame el alma, mírame/ el corazón,/ yo no robé, no asesiné, fui niño/ y en cambio me golpean y golpean,/ te digo que no entiendo, Padre, bájate,/ si estás, que busco/ resignación en mí y no tengo y voy/ a agarrarme la rabia y a afilarla para pegar y voy/ porque no puedo más, tengo riñones/ y soy un hombre,// bájate, qué han hecho de tu criatura, Padre?/ un animal furioso/ que mastica la piedra de la calle?”

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a los presos de Atenco, hacerle juicio político a Ulises Ruiz, cambiar la estrategia de seguridad y resarcir a las víctimas de la guerra de Calderón.