Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 29 de septiembre de 2013 Num: 969

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El lugar de los hechos
Élmer Mendoza

Mutis en la era
de los setenta

Javier Wimer

Kawabata y García Márquez: dos novelas habitadas por muchachas
Juan Manuel Roca

Paternidad y amistad: orfandades contemporáneas
Fabrizio Andreella

Entre cleptocracias
y cenicidios

Jochy Herrera entrevista
Con Luis Eduardo Aute

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Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
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Rodolfo Alonso
Cinexcusas
Luis Tovar


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El lugar de los hechos

Élmer Mendoza

Nos encontramos en un restaurante donde ametrallaron a varios, ordenamos pescado zarandeado para demostrar que podemos llegar a un acuerdo. Al menos yo lo deseo. Cuando las cosas tocan fondo más vale negociar y dejar que nuestra imagen de civilizados se enriquezca.

La primera vez que nos reunimos para este asunto fue en la Taquería del Meño, en la Col Pop, comento después de brindar. Nos miramos de soslayo y como que estamos bastante forzados.

Me acuerdo, teníamos como veinte años y éramos unos pinches perros; fue cuando te abriste, te habías inscrito en la universidad y no querías saber nada de lo que no oliera a libros. Fue también cuando te dije lo que te tenía que decir.

La segunda fue cuando me gradué y estuvimos los tres en un restaurante donde lavan dinero. Creo que allí hablamos poco, la Bety fue la voz cantante. Sacó un poco de espuma de su tarro con un dedo.

Es correcto.

Con el Meño me reveló que la Bety y él se habían enredado y que se iban a casar. Me atraganté machín: era mi novia desde los dieciséis y él era nuestro mejor amigo y muchas veces nuestro chaperón. Te lo digo a lo macho, expresó y me arropó con su mirada inclemente; además, ni ella ni yo queremos que se acabe nuestra amistad, son cosas que pasan y creo que debes superarla. Órale, quería darle en su madre, romperle el hocico y me pedía ser permisivo, como si nada; lo veía tan convencido, tan en su papel que se me fue bajando el coraje. Toda traición es relativa y no sabía lo que me iba a doler. Le dije que estaba bien, pero que en ese momento lo mejor era que me fuera, además de que ya había pintado mi raya con el trafique. Hizo una seña de que no importaba. Eché un vistazo al vampiro y a la chimichanga que dejaba y me largué.

A los dos años supe de ellos. Él era jefe y ella tenía chichis y nalgas nuevas, se veía espectacular con un vestidito de seda floreado arriba de la rodilla. Me encontraba en un restaurante donde se sospecha que blanquean dólares y me atraganté. Afortunadamente el grueso comandante con el que comía me cubrió y no me pudieron ver. Desprecié el pay de limón y me fui antes de que ellos salieran del privado donde los atendieron. Por ese entonces ya trabajaba en la PGR y aprendía el lado oscuro en la aplicación de las leyes en nuestro país.

Un año después ella me buscó con premura. Nos encontramos en un templo donde el cura lava dinero del narco, asociado con un pastor cristiano que se la da de puro. ¿Qué onda? Pregunté porque ella tenía el cuerpo tibio y me acariciaba sin ocultar sus intenciones. Quiero estar contigo. Se puso de pie, y con toda su hermosura me llevó por una puerta lateral que daba a una habitación discretamente amueblada y se hizo la machaca. Qué cosa más dramática, qué cuerpo, qué pericia. Quizá hasta su almeja había crecido. Luego fue al grano: su marido llevaba seis horas detenido en Mazachuset. Lo había apañado mi amigo el gordo que pretendía medio millón de cueros de rana por olvidarse del asunto. Preferían darme el dinero si lo libraba y que hiciera lo que me viniera en gana con el gordo. Mientras me convencía nos echamos otro. Cómo lucían sus nuevos encantos, tendrían que haberla visto bocarriba; Dios mío, qué pruebas debe pasar el hombre para ser feliz.

Cuando me gradué ella parecía chachalaca. Nos enteramos de modas, cirujanos plásticos, el valor terapéutico del agua embotellada, gimnasios, cremas bloqueadoras, enfermedades de la piel, el riesgo de tomar cocteles en los bares y por qué comer cinco veces al día era lo correcto. Nosotros la escuchamos apaciguados. Gracias a ella volvíamos a estar en el mismo barco, aunque yo como subsecretario de Seguridad del estado.

Vamos a medio zarandeado y cinco o seis cervezas cuando toma la palabra. Me está llevando la chingada. No es para menos, estás en la cima y hay una cruenta guerra que te concierne. Bebemos y al fin nos miramos de frente; atentos y en una mesa contigua, comen el comandante gordo que es mi guardaespaldas y su guarura de confianza. No aguanto carnal, de veras, si no te digo me voy a volver loco. Valiendo madre, ya sé a dónde me quieres llevar, pienso, bebo y lo animo. Carnal, suelta la onda para enloquecer los dos. ¿Quieres perico? Epa cabrón, es muy temprano y apenas llevamos seis. Mira al techo y confiesa: La Bety me pone los cuernos. No mames, ¿la torciste? Es cierto, te la bajé, pero yo la hice mujer, cabrón, le pagué sus operaciones, le surtí el clóset, le construí una casa en Colinas, la traigo en camioneta del año. Bebió hasta el fondo, el guarura se alarmó, lo mismo el gordo. Así no juego, tú me conoces y sabes que jamás permitiré que me vean la cara de pendejo. Pues sí, el asunto es grave. La conversación es en voz baja. El caso es que no quisiera lavar esa afrenta con sangre pero no me queda de otra. Aunque no apruebo esa vía, lo entiendo. Claro que lo entiendes, cualquiera lo entiende. Gulp, su cara se pone roja por la rabia. Me dio en la madre, mejor dicho: me dieron en la madre y la neta, no lo merezco. Claro, pensé lo mismo que doce años atrás, toda traición es relativa: depende de qué lado te toque, pero callé y no lo perdí de vista. Sangre, y quiero que les quede claro por qué lo hago. Se siente horrible, lo sé. Tú no sabes, ni en sueños la querías como yo, si la hubieras querido allí mismo me hubieras dado piso, y bien que hubiese estado, nadie te hubiera dicho que hiciste mal; pero no, preferiste dejarme el camino libre. No supe qué decir. Quisiera tenerlos pero no, no tengo esos huevos, y bueno, ya estuvo, vamos a buscarla. Quiero preguntar: ¿tengo que ir? Pero no, decido afrontar mi destino, tengo claro que unas veces se pierde y otras se deja de ganar. Decimos a los guardaespaldas que nos esperen un momento y salimos.

Aunque no lo dice sé que vamos al templo. Escuchamos corridos. Transpiro como cerdo.

En el estacionamiento, junto a la camioneta de ella, me juego mi última carta: ¿Aquí, qué? Es el lugar de los hechos; cabrón, eres poli, ¿acaso no es importante para ustedes? Vamos, abrió la puertezuela, tú le das cran al pastor y me dejas al pinche cura. Respiré gordo, el capo agregó echando chispas: a ella nos la chingamos entre los dos.