Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 29 de septiembre de 2013 Num: 969

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El lugar de los hechos
Élmer Mendoza

Mutis en la era
de los setenta

Javier Wimer

Kawabata y García Márquez: dos novelas habitadas por muchachas
Juan Manuel Roca

Paternidad y amistad: orfandades contemporáneas
Fabrizio Andreella

Entre cleptocracias
y cenicidios

Jochy Herrera entrevista
Con Luis Eduardo Aute

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Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
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Hugo Gutiérrez Vega

Mihail Sadoveanu y sus historias

Ordenando libros para una donación que pienso hacer a la casa de la cultura que lleva mi nombre y que se ubica en la delegación Gustavo A. Madero, me encontré con una vieja edición de la legendaria editorial Losada de Buenos Aires de las Historias para ser contadas del novelista rumano Mihail Sadoveanu. Firman la traducción Miguel Ángel Asturias y Blanca de Asturias y, en la primera página, hay una dedicatoria que me hizo regresar al Bucarest de 1964, año en el que hice el primero de mis muchos e inolvidables viajes a mi querida Rumanía. Me dicen Miguel Ángel (veo su perfil de dios maya, su corpachón, su bondadosa sonrisa) y Blanca: “Para Hugo, esta tarde de otoño, entre los árboles viejos del museo de la Aldea, en medio de cazuelas de barro y de hermosos tejidos que recuerdan a Chiapas y a Guatemala. Estas pequeñas cosas hacen que el mundo siga siendo ancho, pero mucho menos ajeno.” No voy a mandar el libro a la casa de cultura. Lo voy a guardar, pero antes (ya comencé) leeré de nuevo algunas de las historias del gran Sadoveanu (gordo rumano traducido por gordo guatemalteco). La dedicatoria es de 1964 y Sadoveanu murió en 1961. Asturias lo conoció en uno de sus primeros viajes a Rumanía. Yo, después de entusiasmarme con la lectura de varias de sus muchas novelas, me contenté con las respuestas a muchas de las preguntas que sobre Sadoveanu hice a Eugenio Jebeleanu, el autor del terrible y conmovedor poema sobre Hiroshima, y a la poeta María Banus, que había sido amiga del principal escritor del antiguo voivodato de Moldavia. María me entregó una lista de más de cien obras de Sadoveanu. Sus temas recurrentes son los relacionados con la complicada historia del pueblo rumano. Si las comparaciones valen, lo pondría al lado del Benito Pérez Galdós de los Episodios nacionales y de su seguidor mexicano, Victoriano Salado Álvarez. Sadoveanu se remonta a la época de los antiguos dacios, recuerda la invasión romana (rinde homenaje al poeta Ovidio, exiliado en Constanza); relata las invasiones tártaras, las batallas de Esteban el Grande, la larga noche de la dominación otomana, los avatares del voivoda de Valaquia, Vlad Tepes, que pasó a la leyenda literaria con el nombre rumano de Drácula (dragón o demonio) inmortalizado por el prodigioso pelirrojo, Bram Stoker. El ciclo novelístico e histórico de Sadoveanu cubre el siglo XIX y acaba unos años después de terminada la segunda guerra mundial. La primera novela de este ciclo monumental (diríase balzaciano) es El ramo de oro y la última la Aventura en el prado a orillas del Danubio. A los largo de tantas y tan ricas narraciones aparecen muchos personajes reales, muchos entes de ficción, animales, cultivos, lagos, bosques, flores en las calles de Bucarest, árboles rojos en las plazas de Cluj... En fin, dice Georgescu, “es la más completa enciclopedia de Rumanía”.

El hallazgo del viejo libro dedicado por Blanca y Miguel Ángel me hizo recordar a algunos de los personajes de Sadoveanu: el triste profesor Nicolae Manea, mal pagado y vejado como un profesor de Oaxaca o de Morelos; doña Lula, la mujer anunciadora de toda clase de catástrofes y, sobre todo, el viejo conflicto rumano entre la aldea y la ciudad que el Conducator enloquecido “solucionó” acabando con las aldeas y destrozando a Bucarest para apoyar una industria inexistente.

Pasaré una semanas dedicado a la lectura de algunas de los novelas de Sadoveanu. Si me atiborro de demasiada realidad, saldré a flote releyendo poemas etéreos de Blaga, el filósofo, el lírico.

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