Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
Al pie de la letra
Ernesto de la Peña
Historia de un niño
Miltos Sajtouris
Mariátegui y el ensayo
de interpretación
Gustavo Ogarrio
Latitud
Jorge Valdés Díaz-Vélez
Tres poetas urugalos: Lautréamont, Laforgue, Supervielle
Enrique Héctor González
Elvira Gascón o la fecundidad del silencio
Augusto Isla
Elvira Gascón
Juan Rulfo
Dos sonetos para Elvira
Rubén Bonifaz Nuño (1969)
El cuerpo dice lo que
el alma calla
Ricardo Yáñez
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Columnas:
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Las Rayas de la Cebra
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Felipe Garrido
Herencia
Hace cuatro años, sería por octubre o noviembre, salí otra vez de la cárcel después de cumplir una condena de dos, dizque por robo, señor. Yo era inocente. Se lo juro, señor, por Santa María de Guadalupe, que no me dejará mentir.
También mi padre fue convicto –un par de veces, no más. Y cuentan que mi abuelo también –tres o cuatro, parece–, pero eso son decires, yo ni lo conocí. Igual ambos, dizque por robo los dos. Mi padre siempre dijo que él era inocente –y besaba los dedos puestos en cruz. Y en la familia se sabe que mi abuelo lo juraba por Nuestra Señora de la Concepción –porque también era devoto mi abuelo.
Son las cuatro treinta de la mañana y acaba de levantarme el teléfono. Es mi hijo, desde la delegación. Me dijo que lo detuvieron, acusado de robo, pero que no nos preocupemos, que lo van a soltar pronto porque es inocente. Ya veremos mañana quién nos puede ayudar. A esta hora no pienso ir por él: sé que miente el muy tal por cual. |