Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 24 de julio de 2011 Num: 855

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Al pie de la letra
Ernesto de la Peña

Historia de un niño
Miltos Sajtouris

Mariátegui y el ensayo
de interpretación

Gustavo Ogarrio

Latitud
Jorge Valdés Díaz-Vélez

Tres poetas urugalos: Lautréamont, Laforgue, Supervielle
Enrique Héctor González

Elvira Gascón o la fecundidad del silencio
Augusto Isla

Elvira Gascón
Juan Rulfo

Dos sonetos para Elvira
Rubén Bonifaz Nuño (1969)

El cuerpo dice lo que
el alma calla

Ricardo Yáñez

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Corporal
Manuel Stephens

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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Elvira Gascón,
Los amantes verdes, 1975

Elvira Gascón

Juan Rulfo

Puede muy bien suceder que el amor hacia los demás seres humanos haya sido siempre un sueño, algo fuera de la razón, tal como lo creyeron alguna vez los griegos para quienes “el cuerpo del hombre era su propia tumba”. Pero ¿a qué lugar del cuerpo se refería Eurípides? Seguramente no a los contornos ni a la línea de los labios o al juego de las manos o al de los hombros y, mucho menos, a la sonrisa de una madre sobre el resplandor de un niño.

Esto lo descubrió Elvira Gascón hace siglos cuando, tierna, amorosamente, convencida de que el cuerpo no era sólo una tumba, se dedicó a trazar en dibujos lineales todos los atributos de la vida... Y aquello de la “tumba” de Eurípides, como lo de la “región más transparente del aire” de Sófocles, no dejarían de ser pura literatura.

Sólo quedaba la cuestión del amor. Esa alucinación o ilusión donde todo parece tener un mágico significado Elvira Gascón le resolvió en una serie de analogías al rastrear los más mínimos movimientos del sueño o la vigilia, acechando cualquier despliegue del alma y las imágenes reflejadas por emociones imperceptibles. Imperceptibles para nosotros, pero no para quien, como ella, le atribuye valor a la más leve sensación y al más breve palpitar de un cuerpo. Un cuerpo que, precisamente por no ser tumba, obedece a impulsos tan ligeros que sólo el brillo ágil de una mirada puede conseguir detener en afiladas líneas.