Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 24 de julio de 2011 Num: 855

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Al pie de la letra
Ernesto de la Peña

Historia de un niño
Miltos Sajtouris

Mariátegui y el ensayo
de interpretación

Gustavo Ogarrio

Latitud
Jorge Valdés Díaz-Vélez

Tres poetas urugalos: Lautréamont, Laforgue, Supervielle
Enrique Héctor González

Elvira Gascón o la fecundidad del silencio
Augusto Isla

Elvira Gascón
Juan Rulfo

Dos sonetos para Elvira
Rubén Bonifaz Nuño (1969)

El cuerpo dice lo que
el alma calla

Ricardo Yáñez

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Corporal
Manuel Stephens

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Alonso Arreola
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Música y futbol, el negocio

En entrevista reciente con El País, el Flaco César Luis Menotti, ex jugador de futbol y campeón del mundo como director técnico de Argentina en 1978, dijo: “Durante setenta años de mi vida he comprobado el desastre que ha hecho el capitalismo en todo lo que me rodea, incluido el futbol.” Y tiene razón. Pocas cosas han dañado tanto al baolmpié como esa voracidad que impone la búsqueda de jugadores que vendan camisetas, en lugar de la creación de equipos que toquen la pelota y se la pasen, como hace el Barcelona, un club que pese a ser negocio millonario no pierde su prioridad: el buen juego.

Entusiastas, sedientos de felicidad como somos en estas tierras, contribuimos a esta corrupción desbocada, por ejemplo, con la pronta conversión de la selección sub 17 en un grupo de súper estrellas instantáneas. Rápidamente esos jóvenes que jugaron poniendo el corazón en la pasada Copa del Mundo, gracias al estúpido aceleramiento de quienes ven en este deporte la salvación de la patria, y gracias a un presidente imberbe que los señala como punto de cambio en la historia, rápidamente, decíamos, se verán transformados en otros sub 22 y seleccionados mayores con anécdotas de prostitutas, clembuterol y soberbia. Pero bueno, ¿a qué tanto hablar de futbol en una columna de música?

Algo muy similar está ocurriendo en los terrenos sonoros. Hay que pensar en los festivales musicales más añosos del mundo (y en su influencia en nuestros propios festivales). Otrora indicadores de lo que valía la pena escuchar y seguir, muchos se han bajado los pantalones de la manera más grotesca en pos de un taquilla ajena a la estética por la cual nacieron, aunque eso sí la taquilla ahora controlada por patrocinadores interesados en el estilo de vida que se genera en torno a la música, mas no en la música misma. ¿Ejemplos? ¿Qué tal el Festival de Jazz de Montreal, en Canadá? ¿O su hermano mayor, el Festival de Jazz de Montreaux, en Suiza?


Stanley Clarke

En el primero parece que no pasa el tiempo. Sí, es lindo y familiar, hay buen ambiente en las calles y todavía se pueden rastrear numerosos talentos en ascenso. Pero, a decir verdad, los nombres principales que inundan sus carteleras son los mismos de hace cuatro o cinco lustros. Aquí algunos de los que se presentaron, en días pasados, en los distintos foros de la ciudad quebequense: Paco de Lucía, Milton Nascimento, Brad Mehldau, Diana Krall, Return to Forever (Chick Corea, Stanley Clarke, Lenny White, Frank Gambale y Jean Luc Ponty), Dave Holland, Dave Brubeck, Tony Bennett, Gonzalo Rubalcaba, Béla Fleck and the Flecktones, David Sanborn, Gotan Project, Herbie Hancock y Keith Jarrett, entre otros veteranos más, la mitad de los cuales también repite en Montreux.

Y no nos malinterprete el lector. Desde luego que se trata de enormes compositores e intérpretes a los que satisface y alegra escuchar en vivo, pero su constante presencia ha terminado por bloquear a nuevos valores que nomás no pueden compartir ese extraño Olimpo creado por agencias de representación y manejadores que, en contubernio con los directores de programación, mantiene a salvo los intereses de quienes ponen los billetes, una fórmula que hemos aprendido y replicado en México, en cuyos festivales es complicado que accedan los artistas si no tienen “relaciones” con quienes deciden.

¿Hasta dónde se puede llegar siguiendo esa ruta? A algo así: a que con todo y lo ecléctico y abierto que ha sido a lo largo de sus cuarenta y cinco años de vida, el Festival de Jazz de Montreux invitara en su última edición al boricua Ricky Martin. Eso nos parece una locura, no porque se trate de pop, ojo, sino porque simplemente se trata de mala música interpretada por un paupérrimo entertainer. Ya no hay control de calidad, tal como pasa en varios de los estados de nuestra República, en donde la demagogia populachera termina esculpiendo festivales (hemos recibido mensajes de lectores de Puebla, verbigracia, en donde se han corrompido dos celebraciones importantes).

Nos preguntamos entonces: ¿son estas las maneras de preservar a los viejos melómanos y de llamar a nuevas generaciones? ¿Repitiendo una y otra vez a las leyendas del jazz o saludando a los peores artistas pop? Compartimos el pensamiento de Menotti cuando dice: “El futbol es el único lugar donde me gusta que me engañen.” Ya lo decíamos: desafortunadamente eso está ocurriendo también con los festivales artísticos de muchos países, sean privados o del Estado. Nos están engañando a todos en pos del negocio. “Lo primero que han hecho ha sido robarle a la gente el sentido de pertenencia”, dice el Flaco. Y sí, somos simples espectadores. Y finaliza: “Nos robaron la música, nos roban los parques, las plazas y hasta el futbol”.