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El movimiento anabautista del siglo XVI, una mirada latinoamericana

A los practicantes del bautizo de creyentes y contrarios al paidobautismo se les comenzó a llamar anabautistas, es decir, rebautizadores. Imagen
A los practicantes del bautizo de creyentes y contrarios al paidobautismo se les comenzó a llamar anabautistas, es decir, rebautizadores. Imagen Wikimedia Commons
10 de diciembre de 2025 00:04

En los estertores de 2025 está por cumplirse un proyecto largamente anhelado. Se trata de una investigación con muchos altibajos, la cual, finalmente, pude completar y está en la etapa final del proceso editorial. Lleva por título El movimiento anabautista del siglo XVI, una mirada latinoamericana.

El resquebrajamiento del régimen religioso y político del siglo XVI suele ser explicado por las causas y consecuencias del reto que significó, para la Iglesia católica, la ruptura iniciada por Martín Lutero en 1517. Frente a la explicación binaria, dos fuerzas enfrentadas, a saber: la Reforma protestante versus la Contrarreforma católica; a mediados del siglo pasado fueron ganando terreno investigaciones sobre un conjunto de movimientos y personajes cuyas propuestas de transformación sociorreligiosa se alejaron tanto de las distintas vertientes del protestantismo como del catolicismo. Los movimientos y personajes aludidos han sido agrupados por lo(a)s especialistas bajo el nombre de Reforma radical.

Los reformadores protestantes, comenzando por Martín Lutero, prohijaron descendientes no queridos por ellos. Muy pronto, tras la ruptura con la Iglesia católica, el teólogo alemán vio cómo en el seno de su movimiento surgieron personajes más radicales, quienes propugnaban no solamente por el distanciamiento con el catolicismo, sino que también buscaron ir más allá de los objetivos trazados por el ex monje agustino.

Los reformadores magisteriales contaban con el apoyo de las autoridades (de los magistrados) de un determinado territorio, por lo que la religión oficial de la jurisdicción excluía cualquier otra confesión y sancionaba con distintas penalidades (incluso la de muerte) a quienes osaran expresar otras creencias. En este contexto adverso, el 21 de enero de 1525, en Zúrich, Suiza, un pequeño grupo contrario al reformador Ulrico Zwinglio decidió practicar el bautismo voluntario y de adultos conscientes del acto en que participaban; así se distanciaron de la práctica de bautismo de infantes administrado por las iglesias territoriales, ya fuesen católicas o identificadas con la Reforma magisterial.

En mi libro, desde las primeras páginas se aclara el significado del vocablo anabautista. Los anabautistas fueron llamados así desde afuera, ya que para sus críticos llevaban a cabo el rebautismo. 

Las iglesias que bautizaban infantes, al juzgar la práctica de quienes decidieron solamente bautizar a los y las que previamente se convirtieran al camino de Jesús, consideraron el hecho como un rebautismo, dado que ya tales personas habían sido bautizadas en su infancia. Fue así como a los practicantes del bautizo de creyentes y contrarios al paidobautismo se les comenzó a llamar anabautistas, es decir, rebautizadores. Para los llamados anabautistas, ellos y ellas estaban poniendo en práctica el bautismo que, según su entendimiento del Nuevo Testamento, sólo debía ser administrado a personas conscientes del significado del acto en que iban a ser partícipes.

Si bien es cierto que en distintas partes de Europa existieron en el seno de la Reforma magisterial desacuerdos y distanciamientos por diversas razones, fue con la emergencia de los anabautistas cuando inició la construcción de una vía transgresora del modelo hegemónico de iglesias oficiales y territoriales. La expansión del movimiento anabautista por gran parte del territorio europeo se debió al activismo evangelizador de sus integrantes, pero también fue resultado de las persecuciones que obligaron a los anabautistas a huir y dispersarse por distintos territorios. Pese a la gran hostilidad en su contra, el anabautismo construyó, en el clandestinaje, caminos de continuidad que trascendieron los siglos y sus descendientes confesionales son hoy una familia global bien arraigada, familia que continúa enfatizando rasgos identitarios defendidos por sus ancestros del siglo XVI.

Ante el panorama generalizado de la intolerancia como régimen religioso y político, abogar por la tolerancia como virtud personal/grupal, ya que no se podía ir más allá y establecerla en instrumentos legales, iba a contracorriente del entramado social, religioso y político reinante en el siglo XVI. La mentalidad predominante excluía de la sociedad a quienes no se plegaban a la simbiosis Estado-Iglesia oficial. En este contexto se levantaron voces y argumentaciones para defender una idea extravagante: la de que los creyentes y ciudadanos podían internalizar el valor de tratar con respeto a quienes no compartían el mismo credo religioso, así lo enfatizó el movimiento anabautista.

No sólo el anabautismo pudo sobrevivir al sistema persecutorio que se levantó en su contra, sino que las diásporas forzadas de sus integrantes lograron construir zonas que hicieron posible la existencia de generaciones posteriores. El asedio contra los liderazgos fue implacable; sin embargo, las redes subterráneas tejidas por las bases de creyentes evitaron que personajes por quienes hubo ofrecimiento de recompensa, como Menno Simons, a cuya cabeza puso precio el emperador Carlos V, pudiesen movilizarse y visitar subrepticiamente núcleos anabautistas dispersos y lograr su consolidación.

El libro es un ejercicio de memoria, no de nostalgia. La memoria evalúa tanto aciertos como fallas y, me parece, extrae lecciones del pasado para dilucidar sus implicaciones en el presente.

Imagen ampliada

El movimiento anabautista del siglo XVI, una mirada latinoamericana

Los anabautistas fueron llamados así desde afuera, ya que para sus críticos llevaban a cabo el rebautismo.

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