El 28 de noviembre, The New York Times publicó una nota informativa de Maggie Haberman y Anatoly Kurmanaev, bajo el atractivo título “Trump y Maduro hablaron por teléfono la semana pasada”. El sumario agregaba: “Los mandatarios conversaron sobre una posible reunión, incluso mientras Estados Unidos sigue con la amenaza de una acción militar contra Venezuela”. Encargados de la cobertura de Donald Trump en la Casa Blanca y la actualidad de Rusia, respectivamente, se deduce que Haberman y Kurmanaev son dos buenos y experimentados periodistas. Por eso, llamó la atención la vaguedad de la fecha: “la semana pasada”. Pero aún más, las fuentes: “diversas personas con conocimiento del asunto”, “personas que conocían del tema, a quienes se concedió el anonimato por no estar autorizadas a abordar el asunto públicamente”. Salvo la noticia de que hablaron por teléfono y de que ambos mandatarios podrían reunirse, el otro único dato “informativo” de la nota era que el secretario de Estado, Marco Rubio, había participado. Pero no había ninguna fuente primaria.
Consignaron, sí, que “una portavoz de la Casa Blanca declinó hacer comentarios” y que “el gobierno venezolano no respondió a una solicitud de comentarios”. También, que “dos personas cercanas al gobierno de Venezuela confirmaron que se había hecho una llamada directa entre los dos dirigentes. (Pero) no quisieron ser identificadas porque no están autorizadas a hablar públicamente”. El resto eran datos de contexto, incluido un refrito del propio Times de octubre que, también sin fuentes, aseguraba que Maduro había ofrecido a Estados Unidos “una participación significativa en los yacimientos petrolíferos del país (…) en un esfuerzo por disminuir la tensión”. Pero sobre la conversación, nada sustancial. Es evidente que alguien del entorno de Trump filtró esos escuetos datos. ¿Con qué fin? No está claro. El New York Times ganó la “primicia”. Pero, ¿fue utilizado como parte de una operación sicológica en el marco de la guerra política? En la jerga de los servicios de inteligencia, la “información” había quedado plantada y fue recogida por diversas agencias noticiosas y medios periodísticos internacionales.
Un día después, la plataforma web argentina Infobae, propiedad del multimillonario Daniel Hadad, señalada en su país por difundir informaciones abiertamente falsas (fake news) probablemente en complicidad con sus propias “fuentes” judiciales y policiales, y con una línea editorial derechista y antipopular, difundió, desde Washington, una nota de su corresponsal Román Lejtman, en la que afirmaba que el “líder republicano” (Trump) le había advertido al “dictador venezolano” (Maduro) que tenía que abandonar el poder en el corto plazo o multiplicaría las acciones militares. Sin citar ninguna fuente, el medio afirmó que Trump le dijo a Maduro que junto con él debían abandonar Venezuela “las principales figuras del régimen que se beneficiaron con los negocios ilegales (drogas, armas, petróleo) y montaron un sistema represivo que viola sistemáticamente los derechos humanos”. Supuestamente, las exigencias de Trump incluían a Diosdado Cabello, Vladimir Padrino, los hermanos Delcy y Jorge Rodríguez, “miembros clave de la nomenclatura” (sic) que opera con Maduro, “jefe del cártel de Los Soles”. En síntesis, la nota reunía todos los elementos propagandísticos de las operaciones sicológicas (PsyOp) y la guerra cognitiva de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) contra Maduro. Con un sesgo que fijaba los reflectores en un personaje: “La inclusión de (Marco) Rubio en el contacto con Maduro implica que la administración republicana ya descartó tácticas alternativas con el régimen populista”.
Después, la agencia británica Reuters (que fijó la conversación el 21 de noviembre, con una duración de 15 minutos) y el Miami Herald (vocero oficioso de Rubio) se sumarían a la campaña de intoxicación mediática, en el marco de lo que podría denominarse el “nuevo periodismo con fuentes anónimas”. Las “revelaciones” ponían énfasis en el supuesto ultimátum de Trump al “hombre fuerte” (sic) de Venezuela: renunciar y exiliarse en un destino de su elección o enfrentar el accionar militar de Estados Unidos. A su vez, Maduro habría solicitado una “amnistía legal” para él y su familia, la eliminación de las sanciones de Estados Unidos y el fin del caso que (Estados Unidos) adelanta ante la Corte Penal Internacional por presuntos “crímenes de lesa humanidad en Venezuela”. Sendas narrativas respondían más a una construcción política que a una reconstrucción factual, y estaban orientadas a proyectar una imagen de dominio estadunidense sobre Venezuela.
Hasta el momento, con su lenguaje mafioso siempre ambiguo y críptico, Trump −quien admitió la llamada y dijo que “no salió bien ni mal”− no ha dado ningún dato concreto. A su vez, Maduro definió la conversación telefónica como “cordial y respetuosa”; dijo que fue iniciada desde la Casa Blanca hacia el Palacio de Miraflores y destacó su apego a la prudencia diplomática: “A mí no me gusta la diplomacia de micrófono. Cuando hay cosas importantes, en silencio tienen que ser, hasta que se den”. Y declinó ofrecer más detalles. Es previsible que Maduro sepa que la “cordialidad” no exime los hábitos mendaces y tramposos de su contraparte, por lo que tendrá que estar en máxima alerta. Con más razón, ya que ante el declive hegemónico del imperio, a Trump le urge demostrar que sigue siendo el amo en el mar Mediterráneo de Estados Unidos: el Gran Caribe. Lo que fue ratificado, el viernes 5, con la difusión de la Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos, que agrega el “Corolario Trump” a la Doctrina Monroe; una versión 2.0 recargada, que, con eje en Venezuela, amenaza a México y toda América Latina, y sus recursos geoestratégicos.