En marzo escribí que los bosques de Hidalgo se morían a una velocidad aterradora. Nueve meses después, ya no es una advertencia: es un paisaje de cerros pelones que se ve desde múltiples caminos y carreteras, como si alguien hubiera pasado una navaja de afeitar gigante sobre la sierra. Las autoridades encontraron al culpable ideal: el gusano descortezador. Lo presentan como una plaga apocalíptica que justifica motosierras, contingencias fitosanitarias y contratos millonarios de “saneamiento”.
En el Parque Nacional El Chico, entre enero y junio de 2025, 40 brigadistas comunitarios derribaron 6 mil 575 árboles con un presupuesto de 14.8 millones de pesos; para junio ya reportaban 70 por ciento del área afectada “sanada”. Los drones con tecnología de punta y multiespectral confirmaron que 519 de las mil 200 hectáreas mapeadas presentaban oyameles muertos o agonizantes [1].Pero el gusano no llegó de otro planeta.
La propia Comisión Estatal de Biodiversidad de Hidalgo (Coesbioh) reconoce que este insecto siempre ha vivido en los bosques de oyamel como descomponedor natural; forma parte del equilibrio sano del ecosistema. Lo que lo convirtió en plaga fue el estrés que nosotros le provocamos: sequías ignoradas en los planes de manejo, extracción de agua de las comunidades para construir carreteras, impermeabilización del suelo con asfalto, fragmentación del hábitat y una indiferencia institucional que siempre prefiere talar a prevenir.
En la obra Pachuca-Huejutla todavía cuelgan letreros de la extinta Sagarpa con folios de autorizaciones ambientales que, al solicitarlos por transparencia, simplemente no existen. Primero se corta, después se inventa el papel. Semarnat, Conafor y la dirección del Parque Nacional El Chico repiten el mismo mantra del descortezador para justificar más derribos, sin explorar fitovacunas, manejo integrado ni restauración real de cuencas.
Cuando las comunidades de Carboneras, la Sierra de Tenango o el Valle del Mezquital denuncian que, además de la plaga, llegan campos de golf, cabañas de lujo y fraccionamientos, la respuesta es silencio o criminalización. A quienes han cuidado esos bosques por generaciones se les trata como estorbo al “progreso”. Podemos seguir plantando arbolitos en ceremonias con pala dorada y discursos verdes, podemos seguir asperjando químicos y astillando troncos muertos.
Pero si no atacamos las causas (si seguimos construyendo sin restaurar acuíferos, si seguimos poniendo concreto antes que oyamel, si seguimos gobernando los bosques desde escritorios sin escuchar a quien realmente los conoce), el próximo brote será peor, y el siguiente, definitivo.
El gusano descortezador no es el villano; es el termómetro que nos avisa que el paciente está en terapia intensiva por negligencia médica. Hidalgo ya perdió demasiado bosque; si queremos que quede algo más que fotos amarillentas y recuerdos, tenemos que dejar de mentir. El enemigo no está debajo de la corteza: está en las firmas con autorizaciones tramposas, en los presupuestos que prefieren motosierras a prevención y en la soberbia que cree que puede seguir violando el bosque sin pagar la factura. El gusano no llegó, lo provocamos, y si no cambiamos ahora mismo la forma en que gestionamos, protegemos y respetamos lo poco que queda de verde en este estado, también provocaremos su desaparición definitiva. Entonces no habrá insecto al que culpar. Sólo espejos. [1]
Cifras oficiales de la Contingencia Fitosanitaria 2025 reportadas por Erika Ortigoza Vázquez, vocera del proyecto, y publicadas en La Silla Rota Hidalgo (19 de junio de 2025): https://lasillarota. com/hidalgo/estado/2025/6/19/ gusano-descortezador-devastamas-de-mil-arboles-en-bosque-demineral-del-chico-541726.html
*Profesor