Como corresponde en Brasil al presidente de la República, Luiz Inácio Lula da Silva nombró, para integrar el Supremo Tribunal Federal, al jurista Jorge Messias. Considerado hasta por abogados de oposición como un nombre ilustre y más que respetado, su nombramiento creó un problema para Lula, otro más: que los que controlan el Senado tenían otro nombre, y dejaron clara y bien clara su insatisfacción.
Pese a que la Constitución determina que el nombre será elegido por el presidente, en Brasil hay mil y una lecturas para esa determinación.
En el caso de Lula, que convive –y enfrenta– el peor Congreso de los últimos 50 años, mejor ni hablar.
A ver qué pasa con Jorge Messias, que –a propósito– no tiene ni de lejos nada que ver con el desequilibrado ultraderechista Jair Messias Bolsonaro.
Lula fue bien advertido de que el nombre preferido por los senadores era otro, muy político, pero sin una quinta parte de la preparación de Jorge Messias. Eligió, y ahora a ver qué pasa, si será aprobado en la Cámara y en el Senado.
Pero ése no es, ni de lejos, el gran problema de Lula, por más grande que sea: está, claro, Donald Trump.
El estadunidense bajó, súbitamente, muchas de las puniciones, por medio de impuestos de importación, que había puesto a Brasil. Más que como gesto de amistad, para ayudar a los problemas tremendos que surgieron en el mercado interno de Estados Unidos, especialmente con el café, definitivamente.
De todas formas, Lula tiene más de qué preocuparse, vale reiterar. Su imagen sufrió un desgaste acentuado, y hoy por hoy solamente 46 por ciento la defienden, frente a –parece imposible– 42 de Jair Bolsonaro, preso y declarado inelegible para las votaciones del año que viene.
Definitivamente, mi país es amnésico, sin memoria, ignorante y que se condena a sí mismo a cada vez más desastres.
Lula hace lo que puede, como antes de él y con mucho más garras hicieron Darcy Ribeiro y Leonel Brizola.
Brizola y Darcy se fueron. El drama es que casi nadie se acuerda de ellos. Ojalá Lula sí.