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Ucrania: ¿final infausto?

22 de noviembre de 2025 08:16

El presidente Donald Trump sostuvo que a su homólogo ucranio, Volodymir Zelensky, “tendrá que gustarle” el plan de Estados Unidos para poner fin al conflicto armado con Rusia y, si no le gusta, “simplemente tendrá que seguir luchando” sin apoyo estadunidense, estableciendo el próximo 27 de noviembre como fecha límite para recibir una respuesta oficial. La propuesta acordada por Washington y Moscú de espaldas a Kiev y a Bruselas contiene muchos puntos que hasta ahora han sido inadmisibles para Zelensky y sus patrocinadores europeos, incluidos algunos como la cesión de territorios a Rusia, la reducción en el número de efectivos de las fuerzas armadas ucranias o la renuncia a misiles de largo alcance usados para atacar territorio ruso.

La última oferta del magnate encuentra a Zelensky en una situación de extrema debilidad militar y política. Por una parte, su liderazgo atraviesa fuertes cuestionamientos por las revelaciones de que altos funcionarios, de los que al menos uno es su amigo personal y ex socio de negocios, malversaron más de 100 millones de dólares de la empresa estatal de energía nuclear. Este escándalo, grave en sí mismo, se produce semanas después de que el mandatario reculara en su intento de controlar la Oficina Nacional Anticorrupción y la Fiscalía Especializada Anticorrupción (NABU y SAPO, por sus siglas en ucranio): las modificaciones legales que impulsó le habrían dado, entre otras, las facultades de firmar (o no) todas las acusaciones contra altos funcionarios y cerrar procesos penales contra altos cargos, incluido el suyo. A la luz de los acontecimientos posteriores, resulta claro que se trató de maniobras con el objeto de protegerse a sí mismo y a sus cercanos de malas conductas que Zelensky conocía y en las que pudo haber participado, por lo que se ha resquebrajado su imagen cuidadosamente cultivada de austeridad personal y compromiso permanente con la causa patria.

Las condiciones en el frente de batalla no son mejores. Si bien Moscú dista de avanzar en sus metas a la velocidad deseada, como admite el propio Putin, las tropas ucranias ceden terreno en prácticamente toda la línea del frente. Hasta los observadores más rusófobos reconocen el mal momento de Kiev y el avance ruso en varias localidades cuya caída tendrá un gran peso simbólico tras meses de encarnizada disputa. Consciente de las dificultades, Zelensky dio un giro sorprendente en su intransigencia a las concesiones territoriales: en un discurso a la nación pronunciado ayer, dijo que el país se encuentra bajo una presión enorme, con la muy difícil decisión de “perder su dignidad o correr el riesgo de perder a un socio clave”.

Si Trump no cambia su postura (lo cual nunca puede descartarse), todo apunta a que Ucrania perderá de manera inexorable la guerra, ya sea en la mesa de negociaciones o en el campo de batalla: si Zelensky rechaza los términos draconianos impuestos por Washington, deberá continuar peleando sin las armas, el dinero ni, lo más valioso, la información de inteligencia estadunidense, un insumo que le ha permitido localizar y destruir objetivos estratégicos rusos, desde buques insignia hasta generales de alta graduación. Incluso si Bruselas respondiera a este revés ampliando su apoyo a Kiev, parece imposible que su limitada capacidad industrial y sus recursos logísticos y financieros llenen el hueco dejado por la superpotencia. Además, debe considerarse que la autonomía europea es limitada, pues muchas de sus exportaciones de armamento requieren autorización de la Casa Blanca.

En suma, después de casi cuatro años de una guerra brutal, de centenares de miles de muertos y heridos, además de millones de desplazados en ambos bandos, Kiev y Bruselas podrían verse obligadas a capitular y aceptar la existencia de Rusia como una potencia regional cuyos intereses y líneas rojas han de tener en cuenta. El trágico desenlace contiene una lección para todos los aspirantes a favoritos de Washington: éste no tiene amistades ni lealtades, sino intereses tan egoístas como cambiantes, por lo que desempeñar el papel de títere de la Casa Blanca en sus aventuras imperiales puede llevar a las naciones a desastres de los que acaso nunca se recuperen.

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