En julio de este año, Carlos y Óscar Martínez, reporteros de El Faro, asistieron a un foro en San José, Costa Rica. Debían volar de regreso a San Salvador el día 13, cuando recibieron la llamada de una fuente confiable. “No vengan. Bajando del avión los van a detener”.
Cuenta Óscar: “nuestro informante nos detalló incluso la puerta de entrada del aeropuerto donde ejecutarían la orden de aprehensión. La policía planeaba plantar cocaína en nuestro equipaje. Lo sabemos porque tenemos el documento con el plan del operativo de la policía”. En vez de regresar a sus casas, con sus familias, volaron a México. Carlos se llevó a su compañera, Marlén, pensando que máximo estarían fuera dos semanas de inesperadas vacaciones. Otra vez aparece en la conversación la peregrina idea de “una salida preventiva”. O por lo menos “de eso queríamos convencernos”.
Finalmente, dice Óscar, “tuvimos que asumir que lo nuestro fue un camino al exilio. A mí me cayó el veinte el día que tuve que comprar fundas nuevas para mi almohada”.
“Las confesiones de Charli”
El plan de meter en sus cárceles a dos de los periodistas más reconocidos del país fue la revancha bukelista por una serie de entrevistas multimedia publicadas en tres partes con dos jefes de las pandillas más sanguinarias, la Barrio 18 –“Las confesiones de Charli”–, en las que detallan el pacto que sostuvieron desde 2015 con Bukele, entonces aspirante a la alcaldía capitalina, para garantizarle el voto en las vastas franjas populares que ellos controlan, a cambio de garantías para que los mareros siguieran operando extorsiones, narcotráfico, homicidios y control de barrios y comunidades. Por esa operación de extorsiones y control fue que Bukele llegó a ser alcalde de San Salvador y después presidente, en 2019.
En las entrevistas, publicadas en la edición de mayo, pero trabajadas a lo largo de meses en varios países, los capos Charli y Liro cuentan los pormenores de su alianza con la fuerza política que llevó a Bukele al poder absoluto que ejerce. También explican cómo, debido a una sucesión de masacres ejecutadas por las bandas criminales, se rompió la alianza con el gobierno. Entonces, las mismas autoridades que negociaron con ellos anteriormente facilitaron su salida de las inexpugnables cárceles salvadoreñas y la huida del país por pasos ciegos de la frontera con Guatemala.
Al día siguiente de la publicación, el director del Organismo de Inteligencia del Estado, Peter Dumas, publicó en sus redes sociales una amenaza directa: “No tiren piedras a quien tiene bombas”. Semanas después, Carlos y Óscar recibieron el pitazo de que se alistaba el operativo para detenerlos al aterrizar procedentes de San José.
Óscar es autor de varios bestsellers en el género periodístico: El Niño de Hollywood, Los migrantes que no importan, Los muertos y el periodista y Vivir y morir en Centroamérica. Carlos publicó Juntos, todos juntos, reportaje de fondo sobre la megacaravana centroamericana que cruzó México en 2018. No alcanzan los dedos de las manos para contar los premios que les han otorgado.
Los periodistas investigaron y confirmaron con diversas fuentes que, efectivamente, en la fiscalía general estaban listas siete órdenes de aprehensión contra los hermanos Martínez y otros cinco compañeros que participaron en la elaboración de las entrevistas con los jefes pandilleros.
Jalando la hebra de la investigación, lograron verificar que, además, la fiscalía había armado expedientes y emitidos órdenes de arresto contra 33 personas más, entre otras, contra la reconocida defensora de derechos humanos Ruth López, jefa de la Unidad Anticorrupción y Justicia Cristosal, una de las muchas ONG incómodas para el régimen. Ruth fue acusada de presunto peculado, detenida violentamente y encarcelada.
Pero el acoso a la prensa independiente salvadoreña empezó años antes. El momento de quiebre fue el 9 de febrero de 2020. Bukele había ganado las elecciones por amplio margen, pero quería asegurarse un presupuesto millonario para lo que llamó su plan territorial, y para lograr mayoría de votos en la Asamblea Legislativa acudió rodeado de militares bien pertrechados que tomaron literalmente el recinto.
Las presiones contra el periodismo crítico se agudizaron. “En 2023 descubrimos que 22 de los 30 miembros de nuestro medio eran espiados y habían sido pinchados con el virus israelí Pegasus. Entonces, el aparato administrativo de El Faro se mudó a Costa Rica para tener mejor margen de operación”.
Óscar Martínez señala: “no fue un proceso que se diera de la noche a la mañana. Aunque no quisiéramos verlo, había muchas señales que advertían que el gobierno nos iba acorralando. Al menos yo, juraba que no me iba a ir del país”.
Actualmente radican en México 25 periodistas salvadoreños desplazados por amenazas de este tipo. Otros buscaron refugio en Guatemala o Costa Rica. “Es esto o el Cecot (Centro de Confinamiento del Terrorismo, la megacárcel salvadoreña de pésima fama)”, dice uno.
Siete de ellos tramitan su permanencia en el país ante la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados. “Y tenemos que decirlo: la respuesta y el trato que nos han dado ha sido excelente”.
Carlos Dada concluye: “este exilio no es una capitulación. Vamos a volver. Nuestra obligación es seguir contando las costillas al gobierno. Es un reto enorme narrar el país desde donde estemos, pero vamos a hacerlo. Estamos conscientes del riesgo. Podemos caer en hacer periodismo del exilio para exiliados mientras la nación sigue su marcha sin nosotros. Y entonces nosotros seremos nuestros únicos lectores. O encontramos el modo de darle la vuelta. ¿Cómo contar lo que pasa en El Salvador, donde gobierna un tirano que es, además, el presidente más popular de América Latina, en ocasiones incluso más popular que sus propios gobernantes? Con resistencia y estrategia. ¿Pero cómo? En esa reflexión estamos”.