Me dice un lectoescribidor: “Sí, eso que relatas es cierto, Ricardo Anaya inhibió y canceló al panismo militante una de las razones fundacionales de la existencia de su organización política: la implantación de la convivencia democrática, no sólo en el gobierno, sino en la vida diaria de la comunidad, tal como lo han venido pregonando desde 1939”. (La columneta, indebidamente, interrumpe al escribano y le sopla al senador Anaya: esa fecha, en el inicial Frontón México, nació tu partido). Y sigue el remitente: “Cambiar el voto individual, secreto y libre por constancias colectivas con membretes firmados por algunos representantes que se arrogan el derecho a decidir por ciudadanos que jamás expresaron su parecer, deja claro que el organizador de este simulacro de votación no tiene el menor respeto por el derecho de cada persona a decidir con libertad”.
Una preocupación resulta inevitable: si la ambición por obtener la presidencia de un partido político dio motivo a este lamentable comportamiento, ¿qué podemos esperar de una elección presidencial? La columneta comparte el muy explicable “susirio” que embarga al amigo lector, pero se consolará cuando le comente algunas otras cuestiones de mayor envergadura y recordará un viejo adagio: resultó peor la medicina que la enfermedad. (La Academia dice que es “sucirio”, pero la columneta, cuando hay una ambivalencia, suele formarse en contra de ésta).
Esta es otra pregunta que le formula a la columneta, La muñeca, quien comienza con la siguiente aclaración: “la verdad no me llamo así, pero tengo una hermana casi de mi edad, a quien desde pequeña le comenzaron a decir de esta manera, entonces decidí que yo también podía ser La muñeca y desde ese momento en la escuela y en todos lados nos decían Las Muñecas. Ahora es mi seudónimo o nombre de batalla”. Pues bajo ese apelativo la columneta, respetuosa del derecho de cada persona a cambiar de nombre, responde: Coincido con tu opinión, mi apreciable muñeca, de que enviar a los hijos a estudiar (y formarse) en el extranjero, cuando aún son pubertos es una decisión paterna y materna tan exclusiva (como cuestionable) de quienes ejercen, con derecho, su patria potestad.
Si fue cierta la versión de que ésta fue la decisión tomada por el senador Anaya, con la conformidad, supongo, de la señora de Anaya (“de” preposición que significa posesión o pertenencia), únicamente podemos solidariamente prevenirlos. Los hijos de Xóchitl Monroe y Claudio Hoover, cuyas familias no lograron encontrar en los diversos sectores de las Lomas (Inter o Bosques), colegios que cubrieran sus pretensiones de enseñanza de alto nivel, internaron en instituciones estadunidenses de first class (y desgarrándose el alma, por supuesto) a sus retoños, no sólo para dominar el lenguaje del poder (con su sonsonete y modismos), sino a formarse anímicamente en las metas vitales que para ellos son razón de la existencia: la propiedad ilimitada, la explotación de naciones y seres humanos, así como la infamia de escribir la historia como mandatarios de una voluntad superior. Claro que estos logros tienen algunos pequeños inconvenientes, por ejemplo: la enseña patria a la que rendimos honores, no es la llamada Stars and Stripes, ni nuestro himno nacional es The Star-Spangled Banner.
La columneta reconoce sus pendientes: no escatimar algunos otros datos sobre el sempiterno candidato, el señor senador Ricardo Anaya. No cometer la grosería de ignorar al señor presidente nacional del PAN, Jorge Romero Herrera, y compartir una panorámica del avant premier facistoide en el magno escenario del Zócalo nacional.