Orientar, debidamente, la sucesión presidencial es lo central, siempre que otros asuntos adicionales estén debidamente ordenados. Si la tranquilidad social va encarrilada y el bienestar se siente entre la población mayoritaria, el carril sucesorio funcionará debidamente. Conducir la sucesión dentro de valores e intereses compartibles es, siempre, tarea continua y absorbente.
Trasladar hacia el futuro el conjunto de aspiraciones y deseos que vayan encajando, con aceptable armonía, sin sobresaltos bruscos, menos aún rupturas, los deseos de continuidad, bien puede convertirse en fina obra diaria. Ésta absorberá buena parte de la energía cotidiana disponible del conductor. El objetivo de prolongar los intereses y esperanzas, después del debido término sexenal, se torna panorámico en el quehacer personal y de gobierno.
Hacer política se va, entonces, desenvolviendo en numerosas acciones cotidianas, matizadas por lo que bien puede llamarse continuidad; una delicada y madura perseverancia compartida que no se imponga, sino que sea adoptada como propia por la mayoría. Después del primer año de gobierno, las condiciones efectivas ya se han acomodado con aceptable seguridad. La búsqueda de alternativas, tanto de los modos y condicionantes como, muy especialmente, de candidatos, pueden probarse de distintas, aunque regulares, maneras. Y así, con naturalidad, irán trabajándose en el diario bregar de gobierno.
Para un movimiento como Morena, que pretende completar un ciclo de cambios estructurales en pos de un régimen genuinamente popular, el periodo de consolidación total se ve como indispensable. El de feroces modificaciones ocupó el primer tramo. El segundo, en proceso, perfeccionará lo iniciado. El tercero acoplará, con serenidad, el régimen ya integrado antes, para un nuevo ciclo de transformaciones.
La parte inicial de este llamado segundo piso, bajo construcción, requiere bordar, desde dentro, en la aceptación social masiva. Y se ha logrado en dos formas: una hacia las diversas colectividades y otra entre los específicos grupos con poder de acción. No para cederles mando, lo que es incompartible, sino para que acudan a la edificación en beneficio propio; nunca para desintegrarse, lo que sería trágico, sino para situarlos en sus debidos espacios y tareas.
La prioridad económica exige compartir proyectos con un sinnúmero de actores empresariales: de variados niveles y actividades, a los cuales habrá de sumar otra nutrida cantidad de aportaciones profesionales que completarán lo que el desarrollo nacional requiere en sus diversas etapas. Bien se puede dar por sentada la constante brega que supone pulir, sin rupturas ni órdenes terminales, los debidos perfiles sucesores, para lo cual la asignación de misiones –a tres o cuatro de ellos a lo sumo– se torna un continuo intercambio de pareceres y aportaciones.
No hace falta mucha imaginación para entrever lo que implica ir empujando, al mismo tiempo, las propias ambiciones constructivas. La serie de normales deseos, aceptables y empatables con varios otros, implican empeños continuos si se pretende una tranquila sucesión política. Y esto es lo que sucede, sin estridencias que la atoren, cualquier día o momento de la semana de labores. El ingrediente que hace factible el traslado sucesorio ya está puesto donde debía: en las aspiraciones del pueblo.
De tal suerte que todos y cada uno de sus integrantes se sientan incluidos y beneficiados. Que sepan que ellos son los que le dan sentido y propiedad. Esto es, ir en pos de la nueva experiencia democrática. Una muy diferente de aquella, ya hace tiempo desterrada, que servía para sólo canalizar y consolidar los intereses de una reducida élite. Es por ello que los constantes, repetidos ataques, se convierten en nulos procesos opositores que a nada conducen.
Aferrarse, con añoranza de tiempos y formalidades ya idos, lleva, al grupo desbancado de los sitiales de mando, a la constante incomprensión de lo que está sucediendo. Frente a los insistentes retobos escurre un amplio, caudaloso río de creaciones y nuevas formas que marcan la actualidad. El desfase de situaciones personales se hace, por demás notorio, en cuanto más se pretende retornar a sus querencias perdidas.
Por último, una efectiva conducción sucesoria debe lidiar con ríspidas faenas externas inesperadas y, sobre todo, coincidentes con fenómenos extraordinarios propios. Un presidente caprichoso y abusivo por un lado, y terremotos, explosiones, ciclones e inundaciones por el otro. Ambos exigiendo el apego y la atención popular continua para obtener anuencia, apoyo y colaboración. Validar la consigna juarista de ir, siempre, con el pueblo. Todo se acomoda con naturalidad, buscada y conseguida con trabajo justo e imaginación.