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Violencia religiosa en un entorno en crisis de valores

Funeral del sacerdote Bertoldo Pantaleón, quien fue asesinado el pasado 6 de octubre en el municipio de Eduardo Neri, el pasado 6 de octubre. Foto
Funeral del sacerdote Bertoldo Pantaleón, quien fue asesinado el pasado 6 de octubre en el municipio de Eduardo Neri, el pasado 6 de octubre. Foto La Jornada
10 de octubre de 2025 00:03

En un mundo donde la fe debería ser refugio y no blanco de ataques, la violencia contra las religiones se erige como una plaga silenciosa que devora comunidades enteras. Desde las iglesias incendiadas en Nigeria hasta las sinagogas profanadas en Europa, pasando por los templos budistas atacados en Asia, el odio religioso no discrimina dogmas ni fronteras 

Pero es la muerte de sacerdotes, pastores, religiosos y feligreses la que nos insta con mayor urgencia a revisar las acciones y a replantearnos la forma en la que hemos enfrentado la violencia en el mundo y por supuesto en nuestro país. Según datos del informe de Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN, por sus siglas en inglés) de 2024, se registraron 38 secuestros, 71 detenciones arbitrarias y 13 asesinatos de miembros del clero y religiosos. Por otro lado, la Lista Mundial de la Persecución de Puertas Abiertas revela que, en 2024, 7 mil 679 iglesias fueron atacadas y 4 mil 476 cristianos asesinados en el mundo. 

Esta ola de intolerancia es un síntoma de sociedades polarizadas por el extremismo y el crimen organizado. Tristemente, la violencia religiosa trasciende el cristianismo: ataca el judaísmo en sinagogas neoyorquinas vandalizadas, el islam en mezquitas europeas tiroteadas y el sijismo en ataques racistas post 11-S

De acuerdo con el Departamento de Estado de EE. UU., en su Informe Internacional de Libertad Religiosa 2023, 62 por ciento de la población mundial vive en naciones donde la fe es restringida o violada, con 380 millones de creyentes perseguidos. ¿Por qué? Porque la religión, en su esencia, desafía el statu quo: promueve la dignidad humana en tiempos de deshumanización, la paz en eras de guerra y la compasión ante la codicia y el individualismo. 

Lamentablemente, nuestro país no es la excepción, es así que durante 2024 el Centro Católico Multimedial (CCM) registró 95 hechos violentos contra clérigos, el doble que en 2023, con énfasis en robos armados y amenazas de muerte. También se menciona que de 2018 a 2024, 10 sacerdotes fueron asesinados, por lo que diversos especialistas afirman que México se ha convertido en uno de los países más peligrosos para ser sacerdote. 

Guerrero se erige como el estado más violento para los sacerdotes, con 11 casos documentados desde 2018. En este estado, donde el crimen organizado parece no tener límites, ser sacerdote se ha convertido es sinónimo de valentía suicida. 

Estos no son números abstractos; son vidas truncadas, como la del padre Marcelo Pérez, un sacerdote indígena chiapaneco baleado en octubre de 2024 mientras se dirigía a celebrar misa. 

El crimen de los jesuitas en Chihuahua, ocurrido el 20 de junio de 2022, ilustra esta barbarie con una crudeza que será difícil de olvidar; los padres Javier Campos Morales y Joaquín César Mora Salazar, misioneros de la Tarahumara, fueron acribillados en el interior de su iglesia en Cerocahui. La Compañía de Jesús denunció que este doble homicidio elevó a siete el número de sacerdotes católicos asesinados en Chihuahua en tres años, muchos por mediar en disputas con el narco o defender indígenas tarahumaras desplazados por la deforestación ilegal. 

El Papa Francisco, en su misiva de condolencia, clamó: “Nunca se puede usar el nombre de Dios para justificar la violencia. Sólo la paz es santa”, recordándonos que tales actos no son meros crímenes, sino sacrilegios contra la humanidad. 

Más reciente es el asesinato del padre Bertoldo Pantaleón Estrada, párroco de San Cristóbal en Mezcala, Guerrero, hallado sin vida el pasado 6 de octubre, apenas dos días después de su desaparición. El sacerdote de 58 años, defensor de derechos humanos en una zona controlada por grupos criminales, fue ejecutado a bordo de su camioneta y según las autoridades la principal hipótesis apunta a su chofer como perpetrador, posiblemente por deudas o venganzas locales. 

La Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) condenó el hecho y a través de un comunicado mencionó que “ninguna forma de violencia puede tener cabida en una sociedad que honra la vida y busca el bien, la verdad y la paz en todos sus ciudadanos”, además, “exigieron a las autoridades una investigación pronta exhaustiva y transparente”. Pantaleón, originario de Chilpancingo, sepultado en su natal Changata, representa a esos pastores que, pese al terror, permanecen en medio de estos lugares llevando la fe y la palabra de Dios como escudo contra las agresiones. 

Las instituciones religiosas mexicanas no se limitan a lamentar, actúan con una tenacidad digna de reconocimiento. Por ejemplo, la CEM, a través de su iniciativa “Diálogo Nacional por la Paz”, ha impulsado mesas de diálogo con víctimas de desapariciones, reuniendo a obispos, ONGs y familiares en foros como el de abril de 2025, donde se demandó una comisión de búsqueda eclesial para los miles de desaparecidos en nuestro país. 

Incluso en colaboración con el gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo, la Iglesia participa en el programa “Sí al desarme, sí a la paz”, recolectando armas voluntariamente en atrios parroquiales desde enero de 2025, una alianza que el Arzobispo primado Carlos Aguiar Retes refirió como “un paso concreto hacia la reconciliación”. 

El asesinato de Pantaleón, apenas días atrás, tristemente, no es el cierre de un capítulo, sino prólogo de resistencia. Como dijo el Papa Francisco en su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz: “Dios está con los operadores de paz, no con quien emplea la violencia”. Hoy es necesario trabajar con más compromiso y determinación en construir no en destruir; porque en un mundo sin fe, ¿qué queda sino el vacío de la indiferencia? 

*Consultor en temas de seguridad, inteligencia, educación, religión, justicia y política

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