El credo neoliberal rigió durante muchos años la estrategia de crecimiento en México. Quedó inscrita, en la conciencia colectiva, la consigna de comprar lo requerido donde fuera más barato y sencillo de adaptar y transportar. Lástima que ese precepto no se extendiera a los políticos, legisladores o funcionarios públicos. Se hubieran ahorrado ingentes cantidades de recursos.
Los presidentes de la República y otros gobernadores o munícipes costaron demasiado al pueblo mexicano sin rendirles lo prometido, a veces ni siquiera lo indispensable. Esos años se emparejaron, también, con la inveterada propensión a no investigar para dar sustento y ensanchar la base productiva. Fue realmente rara la empresa que prefirió complementar su razón tecnológica sobre la compra de patentes, en especial las extranjeras. Poco importaba que tal adquisición exigiera conocimientos asequibles o fueran indispensables procesos incipientes.
Las patentes estuvieron, y siguen estando, asociadas más a nombres y marcas que a métodos de innovación. El registro de patentes propias es bastante reducido todavía. Industrias enteras jamás se embarcaron en investigaciones propias, aun cuando habían alcanzado tamaños respetables: la del calzado, los tejidos, la línea blanca o la electrónica, por ejemplo. La transferencia tecnológica ha sido una simple patraña.
El cambio radical que introdujo igualdad en parte de la sociedad mexicana se debió, en su mayor parte, a los incrementos en los salarios básicos. Las transferencias sociales fueron complemento. Esa combinación contribuyó a la mejoría de los millones de nacionales que salieron de la pobreza. En cambio, las correcciones a la desigualdad se fundaron en la expansión de los mercados, creados por los grandes proyectos llevados a cabo. Es por eso que el sureste del país avanzó más que los demás en su tendencia a la igualdad. Y esto debe convertirse en regla para el presente y el futuro de la estrategia de sostenibilidad.
La receta es sencilla y bien conocida: se trata de expandir la base productiva de la economía. Este pensamiento –axioma, se puede decir– exige un conjunto simultáneo de acciones y supuestos para que la fórmula pueda ser efectiva y cumpla con el cometido justiciero. En primer lugar, llevar a cabo esfuerzos combinados al relacionar las prioridades productivas con las finanzas (crédito) y el ahorro suficiente.
Al respecto, no se ha priorizado un tema por demás espinoso, dada la estructura de las grandes instituciones bancarias del país, la mayoría extranjeras. Todas ellas con utilidades enormes, fruto del consumo, que son remitidas al extranjero en su parte sustantiva. Habría, por tanto, que introducir alguna fórmula que permita la hoy relegada, pero imperiosa, soberanía financiera. Tal y como se ha logrado hacer en otros sectores: energía o agrícola, maíz en específico.
El volumen de las importaciones hace mucho tiempo que rebasó la línea de la prudencia. Es imposible proseguir con ese ritmo de crecimiento sin provocar una sonora crisis. Seguir con ese tren de importaciones ha ido vaciando la capacidad de ensanchar la base productiva nacional. Se elimina, por completo, la creación de encadenamientos internos que hagan factible la industrialización efectiva del país.
La consecuencia de este nocivo proceder obstaculiza el aumento de salarios industriales como soportes del mercado y consumo interno. Al mismo tiempo, se ha desarrollado toda una estructura exportadora. Es a ella debido que el país haya logrado evitar caer en recesiones sucesivas y mantener algo de valor adicional. Pero se debe a la inversión extranjera en su parte medular. Se han instalado en México sucursales de empresas, ya organizadas por completo: con su tecnología productiva, de diseño, de mercado y capacidad financiera.
Algunas cadenas se han asociado con esa ya enorme producción local, pero asociada con la exportación. Hace falta, ahora, dar el salto a lo auténticamente propio. Se han comprado muchos trenes y se adquirirán otros, sin atender, con celo creciente, por lo que falta. Completar la actual concepción del desarrollo con la cimentación de una amplia base industrial interna que ensanche el mercado laboral y pague salarios adecuados.
Es por ello que la reciente adopción de políticas arancelarias debe apoyarse. Se está importando un volumen inmenso de productos que debían ser sustituidos por los hechos en México, lo cual lleva a establecer una estrategia de prioridades industriales. Y de complemento exigir, con seriedad, a todas las demás importaciones una efectiva transferencia científica y tecnológica. A esta tendencia se le debe llamar modernización industrial que ensanche posibilidades de justicia y esperanzas.
El Plan México recién diseñado apunta a lograr dar el empujón necesario: situar al país en consistente ruta para un avance sostenible, teniendo claro y preciso el objetivo de instaurar y solventar estado de bienestar igualitario que se ambiciona.