Cuando uno se va haciendo viejo, lo que recientemente me sucede con frecuencia, hay una tendencia a recordar episodios de la niñez o de la juventud, que aparecen en la memoria y reviven algún acontecimiento de entonces, que hoy produce una sensación de pacífica nostalgia. “Yo estuve ahí, fui parte de ese acontecimiento” y recordarlo me causa una alegría retrospectiva.
Eso me sucedió el miércoles 17 de este mes; al leer una breve pero bien lograda nota de la reportera Andrea Becerril, publicada con el encabezado “Busca la Cámara alta reivindicar al coronel Santiago Xicoténcatl” y otra nota con letra más grande que dice “actuación destacada en la defensa del Castillo de Chapultepec”.
El reportaje no sólo me hizo recordar que el 13 de septiembre se celebra a los bien conocidos por todos los mexicanos, “Niños Héroes”, que son los cadetes del Colegio Militar que murieron en la batalla que tuvo lugar entre los poderosos y bien armados invasores estadunidenses y fuerzas mexicanas con armas de menor calidad, pero con un claro concepto del honor y del patriotismo. Los estadunidenses ya habían podido triunfar un par de días antes en Molino del Rey y nada les impedía tomar la capital del país, a la que entraron un par de días después, no sin recibir balas y piedras desde las azoteas de las casas de los enojados y valientes vecinos.
Desde luego, siempre recordamos a los seis jóvenes, casi niños, que con valor y coraje defendieron su escuela y murieron en la desigual batalla; son, no importa repetirlo, no debemos olvidarlo, el teniente Juan de la Barrera y los cadetes Agustín Melgar, Fernando Montes de Oca, Vicente Suárez, Juan Escutia y Francisco Márquez; por cierto, desde hace tiempo son honrados al dar sus nombres a calles de la colonia Condesa y, además, con un bello monumento a la entrada principal del bosque.
Pero hay algo más y muy importante, lo que pasa es que en esa batalla de Chapultepec, también murió el coronel tlaxcalteca Felipe Santiago Xicoténcatl, junto con la mayoría de los integrantes del batallón de San Blas, del que estaba al mando y que resistió heroicamente en el bosque y en las laderas del cerro, en cuya cúspide se encuentra aún el Castillo.
El otro recuerdo que viene a mi memoria, no se conoce públicamente ni es tan importante como el que acabo de revivir. Es éste: terminé la primaria en una escuela pública de la colonia Álamos de la Ciudad de México; su nombre era Estado de Chiapas, pero todos le decíamos como mucha familiaridad “la Chiapas”, la de la colonia Álamos en lo que es ahora la alcaldía Benito Juárez.
Y vuelvo al recuerdo; cursaba yo el quinto o sexto grado y era el director de “la Chiapas” otro tlaxcalteca (como mi madre y mi abuela), su nombre: Don Lino Santacruz. El recuerdo que comparto con mis lectores es que, al amplio jardín de la colonia Álamos, Don Lino Santacruz logró que recibiera formalmente el nombre oficial de su paisano, “Felipe Santiago Xicoténcatl” y por ahí de paso consiguió también que sembraran unos cuántos “álamos” porque en ese jardín crecían pirules, eucaliptos, truenitos, pinos y otras especies de árboles, pero ni un solo álamo, lo cual sin duda era una incongruencia.
Creo que fue en 1947 o 1948, no importa, pero entonces oí por primera vez de labios del director de mi escuela, el nombre del heroico coronel que se enfrentó hasta morir con los invasores yanquis. No recuerdo los detalles de la ceremonia; las niñas y los niños de la escuela salimos por la puerta principal formados en grupos para hacer un cuadro en el parque; iban nuestros maestros y algunas madres de familia, por supuesto Don Lino, el director, entonces escuché de sus labios por primera vez el relato de la batalla y el nombre del héroe que aún da su nombre a ese hermoso jardín en el que, otro dato interesante, se encuentra un observatorio astronómico que atendía con sabiduría y bondad Don Gabilondo Soler, el famoso Grillito Cantor.
Y ya que estamos rehaciendo, rememorando la historia personal entretejida con la historia patria, creo que es importante recordar que el nombre náhuatl de Xicoténcatl lo llevaron dos caudillos tlaxcaltecas que entre dudas y sorpresas se opusieron tímidamente al paso de Hernán Cortés por su territorio. Xicoténcatl el viejo ya tenía alrededor de 90 años cuando le tocó recibir al Conquistador, que buscaba aliados para acercarse a la Gran Tenochtitlan, que como todo mundo sabe, era rival de los de Tlaxcala. El “viejo” murió por ese tiempo y le sucedió el más aguerrido, su hijo que llevaba el mismo nombre, pero era conocido como “el joven” y que fue muy probablemente asesinado para convencer a sus súbditos de que debían apoyar a los españoles.
Para mí, el parque fue muy importante; ahí aprendí de Don Lino algo de historia, tuve amigos, aprendí a andar en bicicleta; ahí jugué futbol americano y ahí también caminé tímido, de la mano de una niña que no nombraré.