Para comprender por qué hay niñas y adolescentes madres en México es necesario analizar algunos factores estructurales. En principio saber que las mexicanas se unen o casan a edades tempranas. A pesar de estar prohibido el matrimonio antes de los 18 años, antes de cumplirlos se une 18.2 por ciento de las muchachas ¡una quinta parte! Se trata de uniones legitimadas en las comunidades de pertenencia, de pautas patriarcales que persisten desde hace siglos, con mayor frecuencia en comunidades rurales, pueblos originarios, zonas aisladas o en extrema pobreza.
En muchos casos son matrimonios arreglados por los padres que se imponen a las hijas, o a los hijos, y también hay adolescentes que así lo deciden como reproducción social del entorno. Hay amplias diferencias regionales en el país que son expresión directa de la desigualdad de oportunidades.
Las entidades con más porcentaje de uniones tempranas son Guerrero, donde 35 por ciento se une antes de los 18 años, en Chiapas (27.6), en Zacatecas (27.1) y en otras 13 entidades más de 20 por ciento. Son casamientos que contrastan con estados con menos de 14 por ciento de estas uniones tempranas. En la Ciudad de México 7.3 por ciento; en Aguascalientes, 11.4; en Querétaro, 13.5, y Jalisco, 13.7 por ciento.
Otro factor estructural es el acceso a la educación. Se ha documentado en diversos países que la mayor escolaridad lleva a postergar la edad de la unión y de la maternidad. En México después de los 15 años se reduce significativamente la asistencia escolar, a los 15 años 83 por ciento de las adolescentes mexicanas asisten a la escuela; a los 17 años lo hacen 69 por ciento y a los 18 años, sólo 53 por ciento.
Entre las razones del abandono escolar, 36 por ciento señala que fue porque reprobó materias, no le gustó estudiar o ya alcanzó su meta educativa; 28 por ciento por falta de dinero o necesidad de trabajar; 6.3 por ciento dejó de estudiar porque se unió o casó y 5.6 porque se embarazó o tuvo un hijo; otro 3.4 por ciento porque su familia no la dejó seguir estudiando, tenía que dedicarse a los quehaceres del hogar o la pareja no la dejó (Inegi, Encuesta Nacional de la Dinámica Demográfica, Enadid, 2023).
Esos factores estructurales muestran que las maternidades tempranas son una de las expresiones de la pobreza. Después de un estancamiento en las tasas, en los últimos años se registró una reducción de la fecundidad de adolescentes (de 15 a 19 años) de 30 por ciento en los últimos 10 años (pasó de 77 a 50 nacimientos por cada mil adolescentes).
El descenso de la fecundidad de adolescentes ocurrió en todas las entidades del país, probablemente relacionado con las mejoras del ingreso familiar que se reportaron en días recientes (la salida de más de 10 millones de mexicanos de la pobreza) y la reducción del abandono escolar en el nivel medio superior (de 14.5 a 11.6 en los últimos seis años) impulsado por las becas, aunque con diferencias regionales que expresan las desigualdades socioeconómicas.
Los contrastes son visibles: mientras en Guerrero se registran 82 nacimientos por cada mil adolescentes de 15 a 19 años, y en Chiapas 79 por cada mil, en la Ciudad de México la tasa es de 19, en Baja California Sur y Querétaro es de 39 nacimientos por cada mil adolescentes.
Dentro de las entidades muestran las mayores tasas los municipios más aislados y con menor accesibilidad a los servicios. Trece por ciento de adolescentes tienen un hijo antes de los 18 años, y entre adolescentes indígenas el porcentaje es de 20 por ciento.
Entre las variables próximas que acompañan el descenso de la fecundidad de adolescentes hay que señalar el impulso de la educación integral de la sexualidad tanto en los contenidos del plan de estudios y libros de texto de la Nueva Escuela Mexicana, así como la ampliación de los servicios amigables del sector salud, el aumento del uso de anticonceptivos de las adolescentes llegó a 67 por ciento (siete puntos más en cinco años). Setenta y nueve por ciento de las adolescentes reportan que su primera experiencia sexual fue por consentimiento, y 21 por ciento señala que no lo hubo (ibidem).
El fenómeno de las niñas madres menores de 15 años tiene características propias. Más de 90 por ciento ocurren en niñas de 13 y 14 años, 52 por ciento estaban unidas (o casadas) al dar a luz, y entre las menores de 10 años 80 por ciento declaran no haber consentido la primera relación sexual, es decir, que fueron víctimas de violación.
El año pasado se reportaron 8 mil 200 nacimientos de niñas madres, con un descenso del 21 por ciento en seis años (en 2018 se reportaron 10 mil 500), muchas de ellas hablantes de lengua indígena, quienes tienen una tasa de cinco nacimientos por cada mil niñas (la de no hablantes es de 2.4 por cada mil). El mayor volumen de niñas madres indígenas se registra en Chiapas (282), Oaxaca (145), Chihuahua (98) y Guerrero (67). El 40 por ciento de sus progenitores eran adolescentes, 37 por ciento no señala la edad y más de 20 por ciento son mayores de 20 años (Inegi, Estadísticas vitales, 2024).
Esta semana la secretaria de Gobernación presentó la Fase III de la Estrategia Nacional para la Prevención del Embarazo de Adolescentes, política con alta prioridad de Estado que desde el Consejo Nacional de Población (Conapo) y la Secretaría de las Mujeres coordina el trabajo interinstitucional y el de 32 grupos estatales, y que se va a focalizar en los municipios con mayor necesidad para acelerar el descenso de las madres adolescentes y erradicar el de las niñas madres, e impulsar su autonomía y bienestar.
*Secretaria técnica del Conapo
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