Todo tiene memoria, asegura el fotógrafo Pablo Ortiz Monasterio: “Las paredes oyen, los pisos sienten y el cielo ve”. Quisieron desaparecer la antigua Tenochtitlán, sin embargo, ésta “vuelve a emerger en las manos de un grafitero que hace una pinta que me recuerda una figura prehispánica”, expresa el artista con motivo de Tenochtitlán, exposición de 40 imágenes, montada en el Museo Archivo de la Fotografía, que colinda con la base del Templo Mayor, donde estaba el tzompantli.
En ese contexto, la muestra viene a ser una “ofrenda a nuestros antepasados, a las personas que construyeron ese imperio que tuvo esa ruptura abrupta a raíz de la irrupción de Europa; no evalúo si estuvo bien o mal. Quisieron desaparecerla, pero, no, todo tiene memoria”.
Una nueva exhibición sobre el tema, también de Ortiz Monasterio, pero con diferentes imágenes, será abierta el 28 de julio en la Galería Abierta de las Rejas de Chapultepec. El punto de partida de ambas exhibiciones es el libro Tenochtitlán (Editorial RM), con texto de Alvaro Enrigue, de próxima aparición.
En Reforma norte, retoma Ortiz Monasterio, hay un predio antes de llegar a La Lagunilla, que está como sumido, donde siempre hay agua. Incluso, en mayo, el mes más seco, se aprecia “una planta acuática que era muy del lago. Claro, hay una cantidad de basura, grafiti y en ello viven unos de la calle, sin embargo la memoria de la ciudad lacustre está allí”.
Otro “asomo” se da en la gastronomía, en un puesto callejero de esquites que se acompañan de chayotes, “no el liso, sino el de espinas, que se pelea y se le pone chile. Es una herencia que se come en el centro del país. Nunca lo he visto en otra parte”, apunta el fotógrafo.
Hace 29 años Ortiz Monasterio publicó el libro La última ciudad, con texto de José Emilio Pacheco, que fue muy premiado. Las ciudades, no obstante, cambian, envejecen. El proyecto Tenochtitlán nació a finales de la pandemia, tiempo en que “todos estábamos desesperados, entonces, decidí que me iría al Centro de manera sistemática, en el coche, pero con la bici y dar vueltas con la cámara”.
En eso “cayó” en sus manos La muerte de Tenochtitlán, la vida de México (2018), de la historiadora del arte estadunidense Barbara E. Mundy. “Al leerlo empecé a entender cosas y aprender mucho, porque Mundy delimita el contorno en el siglo XVI, hasta donde llegaba el asentimiento de los mexicas. Ya no era el islote original porque llevaban unos 200 años de vivir allí. Dije, allí está la clave. Ese es el territorio que voy a recorrer. En ese momento no pensaba en los 700 años de la fundación de México-Tenochtitlán.
“Hoy, en ese territorio que era una isla rodeada de agua, el pavimento sigue al infinito, entonces, hay una especie de isla visual. Si caminas distraídamente, no se nota, pero si pones atención, descubras elementos que afloran como el agua”.
Recorrer el territorio es finalmente un proyecto conceptual: “En el libro de Mundy me doy cuenta que la única calle del Centro Histórico que es curva es la de República del Perú, porque allí había un canal. Luego, lo secaron e hicieron una calle. Está la memoria de la ciudad acuática escondida”. Para efectos de la toma Ortiz Monasterio acudió un domingo por la mañana, día en que no hay ambulantes, para que se viera a distancia la curvatura.
La exposición se divide en tres apartados: Prehispánico, Colonial y Cuerpos modernos. A lo largo del proyecto hay muchas “figuras”, las de los “ídolos”, de los Cristos y los santos, luego los maniquíes que suelen ser “muy sexis”. Las figuras, de hecho, son el hilo conductor. “Mi proyecto está pensado para ir engarzando las imágenes, que una se conecte con la otra. En la exposición a veces pongo dos en un solo marco, que el espectador las vuelve una sola pieza. Por ejemplo, hay una de un joven, o una joven, no sabemos, porque lleva un cubre bocas con la imagen de una mujer sexy, los labios pintados, cuya contraparte es una estatua de piedra de una religiosa que carece de cabeza, entonces, no tiene boca. Engarzar dos imágenes genera cosas que no estaban en ninguna de ellas por sí solas y construye otras posibilidades de lectura”.
Ortiz Monasterio destaca las distintas formas de mirar el proyecto ya sea por medio de una publicación, en un espacio cerrado o en la calle. “En un libro no puedes ver más que dos páginas abiertas a la vez, mientras que en una exposición volteo y veo las imágenes de cerca y de lejos, en diferentes partes de la sala. La experiencia de la calle es totalmente distinta. Hay quienes recorren la muestra en las Rejas de Chapultepec de principio a el fin, caminando desde el Museo de Arte Moderno hacia el Auditorio Nacional. La mayoría de las personas, sin embargo, la ven desde el coche o el transporte público, entonces, hay que tomar en cuenta estas características y ajustarlas”.
Tenochtitlán permanecerá hasta el 31 de agosto en el Museo Archivo de la Fotografía, República de Guatemala 34, Centro Histórico.