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En varias entidades se puede sufragar de forma anticipada, como en Michigan, donde en una escuela de Grand Rapids había una larga fila. Mañana son las elecciones generales en Estados Unidos y se prevé que no haya resultados el mismo día. Foto Ap
04 de noviembre de 2024 08:37

En esta elección el país está al borde de, pues nadie está seguro, pero no se descartan escenas de violencia política en una de las poblaciones más armadas del planeta, ni se sabe cuándo se conocerán los resultados al concluir la votación este martes, ni si a todos con derecho les fue permitido sufragar, ni si sus votos serán contados en unos comicios presidenciales donde no hay voto directo y, por lo tanto, quien gane el sufragio popular no necesariamente gana la elección.

Todo esto está ocurriendo en un país donde la corrupción política-electoral no tiene igual en el llamado mundo avanzado, donde los más ricos pueden invertir montos ilimitados en la elección –lo que el ex presidente Jimmy Carter califica como un sistema de soborno legalizado que procede hacia una oligarquía– y donde todas las llamadas instituciones democráticas son reprobadas por el pueblo que dicen representar. Sólo 16 por ciento de los estadunidenses aprueban la labor del Congreso de Estados Unidos, según la encuesta más reciente de Gallup, mientras 51 por ciento desaprueban la gestión de la Suprema Corte. La presidencia de Joe Biden ahora tiene 41 por ciento de aprobación (aunque vale recordar que al final de su periodo, Trump tenía sólo 34 por ciento de aprobación). Sólo 22 por ciento de los estadunidenses confían en que el gobierno hará lo correcto casi siempre o la mayoría del tiempo, según Pew Research Center. Y 63.1 por ciento opinan que el país va en una dirección equivocada, según encuestas nacionales.

Aparentemente el demos no cree que está bien representado por la cúpula política, y que el gobierno obra más a favor de los intereses ricos, según encuestas anteriores de Pew y otras. Eso en un país donde La Jornada ha reportado que unos 20 estados tienen una tasa de mortalidad por armas de fuego más alta que Haití y, por lo menos cuatro más que México. Un país donde 47 millones viven en hogares con inseguridad alimenticia, incluyendo casi 14 millones de niños, donde más de medio millón de personas viven sin techo, donde hay un nuevo fenómeno que se llama muertes por desesperanza –por sobredosis de drogas, alcohol y suicidios–, tan extensa sobre todo en blancos, lo que ha llevado a una reducción de la expectativa de vida en Estados Unidos por primera vez. Todo en el país más rico del mundo.

De todo esto surgen respuestas sorprendentes: por un lado, un amplio movimiento progresista que se enfocó en la justicia económica, cambio climático, contra la violencia armada y por los derechos civiles de minorías, incluyendo inmigrantes, y que se expresó electoralmente en campañas presidenciales del socialista democrático Bernie Sanders y también en cientos de progresistas ganando elecciones estatales y municipales alrededor del país. La otra respuesta es la de la derecha populista con Donald Trump. Repito: como corresponsal en Estados Unidos, nunca imaginé hasta hace ocho años que tendríamos que emplear dos palabras para reportar la política dentro de Estados Unidos: fascismo y socialismo.

Ante el movimiento derechista populista encabezado por Trump en la elección que culminará este martes, pero que probablemente no se resolverá ese día, la resistencia al proyecto neofascista está enfrentando la amenaza más grave en décadas a las conquistas sociales, económicas y políticas que lograron los movimientos laborales, de derechos civiles, mujeres, la comunidad gay, ambientalista, la altermundista y por la justicia económica durante las décadas recientes. En esta resistencia es notable en parte la debilidad del Partido Demócrata y sus bases organizadas –sindicatos, iglesias liberales, organizaciones de mujeres, latinos, afroestadunidenses– debido a que su cúpula fomentó con su contraparte republicana políticas neoliberales durante los pasados 40 años. Pero en esta coyuntura tal vez la consigna más efectiva de Kamala Harris, y a pesar de su coreografía centrista es: no vamos a regresar, o sea, en contra de un proyecto que gira en torno a una nostalgia por un país grandioso del pasado, o sea, un patriarcado supremacista blanco con sirvientes.

¿Será suficiente? Pronto se verá, con consecuencias para todos aquí y alrededor del mundo.

The Rolling Stones. Gimme Shelter. https://www.youtube.com/watch?v=clGX_J19_9o

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