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Flor Garduño en el Palacio de Bellas Artes / Elena Poniatowska

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‘Amanecer d’ après Hopper’, Italia, 2009, que forma parte de la muestra en Bellas Artes. Foto cortesía del recinto
26 de mayo de 2024 08:42
Discípula de Mariana Yampolsky, Flor Garduño expone sus fotografías ahora mismo en el magno Palacio de Bellas Artes, honor que no se concede a cualquiera.

“Son 45 años de trabajos nuevos y no publicados –me informa orgullosa y risueña–. Los años recientes revisé mis archivos y me sorprendió cada proyecto que hice, siempre coronado por un libro muy bien razonado. Muchas veces hay fotos muy importantes que tengo que sacrificar por el tamaño del libro. Ahora les he dado chance de aparecer en una gran exposición en Bellas Artes, en el piso de los murales, y de publicarlas en el libro Senderos de vida, de Ediciones Tecolote, que dirige Cristina Urrutia.”

En el bellísimo volumen de más de 150 fotografías en blanco y negro participan con extensos ensayos mi querido José María Espinasa; la escritora chicana Sandra Cisneros, quien decidió asentarse en San Miguel de Allende; la directora de Bellas Artes, Lucina Jiménez, con quien pasé toda una noche velando a Mariana Yampolsky; Emma Cecilia García Krinsky, y admiradores de la obra de Garduño en varias partes del mundo.

–Son fotos que tomé desde que estudiaba con Katy Horna. En este libro aparecen las dos primeras fotos que hice en mi vida a las que titulé: La primera y La segunda. Tomé lecciones con Katy Horna en la Academia de San Carlos, y nunca publiqué esas fotos. También exhibo las que he tomado en todo el mundo, en Estados Unidos y en varias zonas indígenas de México: Oaxaca, Chiapas, Guerrero, Michoacán, Chihuahua, Yucatán, Veracruz…

–Prácticamente, todo México…

–Las tomé cuando trabajé en la Secretaría de Educación Pública, de 1981 a 1985. Fueron para los libros de Educación Indígena, que dirigía Salomón Nahmad. Hice lo mismo en la Secretaría de Publicaciones con Javier Barros Sierra y Margo Glantz, y finalmente con mi jefa inmediata, Mariana Yampolsky.

–¡Qué suerte la tuya de estar con Mariana!

–Ese trabajo fue fantástico, porque viajé por todas las zonas indígenas habidas y por haber. También retraté todos Los Altos de América Latina, de Guatemala y de Ecuador.

–Pero, ¿cómo se llaman las montañas?

–Me entregué a los altos de pueblos indígenas: Chimborazo, Tábalo, la antigua Miyuni. Fotografié también Ecuador, Bolivia, Guatemala; un poquitito Perú, porque en esa época regían los paramilitares de Sendero Luminoso; muy peligroso. Fotografié en un momento político muy delicado, pero no me dio miedo, porque sé sonreír. Ya después he trabajado en Egipto, en India.

“Digo ‘trabajar’ por decir algo, pero en realidad te hablo de mi pasión, que es la fotografía. Me dediqué a ella. Afortunadamente, he podido vivir muy bien y he podido pagar mis viajes y, al ir y venir, he ido alimentando mi pasión. No le llamemos ‘trabajo’; ser fotógrafa ha sido mi oficio, como decía Álvarez Bravo.

“Aparte de las zonas indígenas en América Latina, fui a Europa. En Francia y en Polonia trabajé mucho; en Polonia me encantaron las zonas rurales. También trabajé en El Cairo, en la ciudad y en el campo. Siempre me he desplazado a pequeñas comunidades como las del norte de India, pero nunca voy adonde van los turistas, sino que encuentro cosas maravillosas por mi misma. Voy adonde todavía hay rituales, costumbres, y lo hago desde hace 45 años.

“En mi estudio, he trabajado con desnudos y ‘naturalezas silenciosas’, como llamaba mi maestra Katy Horna a las naturalezas muertas, cosa que me gustó mucho. Claro que también he ‘provocado’ fotografías, pero me considero espontánea y me doy permiso de hacer lo que quiero. Para mí, fotografiar es divertido, placentero, emocionante.”

–¿Una razón de vida?

–Sí, la vida tiene momentos muy difíciles y la fotografía me ha mantenido y me ha permitido salir adelante siempre y no estar nunca en la cama, deprimida. Mis hijos, Azul y Olin, me han dado un input para salir adelante en las malas.

–¿Mariana Yampolsky fue tu maestra?

–Nunca fui su alumna. Tenemos una manera de fotografiar muy, muy diferente. Mi maestra fue Katy Horna, una de las personas con ética y honestidad inquebrantables, un ser humano excepcional. Me ayudó mucho, nos quisimos mucho. Más que mi maestra, fue mi amiga querida, y siempre tuvimos dos maneras muy diferentes de trabajar, dos conceptos muy distintos. Su forma de retratar era distinta a la mía.

“Mariana tomó muchas fotos de lejos. Te doy un ejemplo: si hay un papel en el suelo que me molesta, lo levanto, y Mariana tomaba todo tal cual. En cambio, si yo tengo la posibilidad de quitar un estorbo, lo quito. Me permito cosas que Mariana no. Yo intervine siempre: ‘Oiga, por favor, ¿podría tomarle un retrato?’ ‘Sí’. ‘Ay, no sea malo, ¿se podría sentar?’, mientras Mariana nunca pedía nada, tenía más reserva, un sentido más delicado para no molestar a la gente. Yo si pedía lo que deseaba. Eso no quiere decir que yo faltaba el respeto, pero sí que indicaba: ‘Voltéese un poco hacia mí’.

Mariana y yo pasamos horas juntas tomando fotos y nunca hubo problemas, porque ella retrataba unas cosas y yo otras, lo cual es raro debido a que éramos dos fotógrafas en acción, pero teníamos puntos de vista muy diferentes. Sin embargo, nunca tuvimos un choque. Mariana fue una amiga sensacional a la que le tuve mucho respeto. También fuimos socias de trabajo; hicimos una pequeña editorial que llamamos Eureka, y editamos un libro sobre las casas de Hidalgo. Yo hice un bestiario. Mi ex marido, Adriano, nos ayudó a vender calendarios del barroco. Editamos o reditamos los libros de Mariana con Kipi Turok.

–Sí, lo conozco, vive en Coyoacán.

–Vendimos varias cosas, Mariana y yo, y entre ella y Adriano rescatamos varios libros ya editados de Mariana. Es muy caro publicar un libro de fotografías. Entonces, le dimos nuevamente vida a su gran obra. Todo esto te lo cuento para asegurarte que fuimos tan amigas que teníamos este negocio juntas. También compramos juntas un terreno en Tepoztlán, el que te regaló, y después vendió tu hijo Felipe. Otro amigo, Carlos Guayu, también vendió el suyo; el mío, ahí lo tengo para mis hijos. Mariana y yo nos hicimos muy amigas y aprendimos mucho la una de la otra. A ella le daría una gran alegría esta exposición de 45 años de trabajo en Bellas Artes. Estoy segura de que a Mariana le encantaría la crítica de Cecilia García Kinski. José María Espinasa escribió el capítulo de los desnudos. Nunca me faltó dinero, y cuando no tenía dinero para un viaje, por ejemplo, para viajar por América Latina, vendí mis joyas, que yo misma hago, porque mi mamá era joyera y me enseñó.

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