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El porvenir de la danza en México / La Semanal

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XXXVI Festival Internacional de Danza Contemporánea Lila López. Foto: Gloria Minauro/Isóptica
11 de julio de 2021 10:22
Ciudad de México. La danza contemporánea en México requiere de una profunda revisión crítica con el propósito de evaluar y, acaso, resolver algunos de sus retos más importantes. En este ensayo se plantean los parámetros necesarios para dicha reflexión, se reconocen los logros y se señalan los fallos con ánimo constructivo, para que la danza deje de ser “un ejercicio de teatros vacíos” (Patricia Lugo 'dixit').

En los últimos años, pero en particular en este pasado 2020, la danza contemporánea nacional encontró en las conmemoraciones y homenajes, en las efemérides y en la celebración cumpleañera de compañías que han alcanzado de diez años en adelante ‒quince, veinte, veinticinco‒, un buen motivo para moverse y tratar de navegar con la corriente durante esta pandemia que puso en evidencia el equipaje que poseía la danza mexicana para hacerse ver a distancia, como por su parte lo improvisó nuestro teatro, con rigor y vitalidad.

No hubo en 2020 un movimiento de danza independiente capaz de aglutinar al grueso de los practicantes, oficiantes diría también, porque, me aventuro a decir, no existe la humildad que prevalece en amplios sectores del teatro independiente mexicano que, en un primer impulso, privilegió la necesidad de sobrevivencia, su poder poético sobre las diferencias del desarrollo artístico, en términos estéticos, que cada compañía y grupo poseía. Partieron de la idea de salvar al teatro como práctica, sin atender a las jerarquías de la superioridad.

La falta de una red solidaria y ecuménica en la danza no sólo es un tema de rivalidades provincianas, sino auténticamente un síntoma de aislamiento por falta de espacios y de la continuidad suficiente como para mantener en contacto a una comunidad que cuenta con muy pocas oportunidades de diálogo, interlocución e incluso confrontación.

Entre lo poco con que se cuenta están los festivales, agonizantes con presupuestos mínimos que contrastan con apoyos irregulares y municipalmente caprichosos y electoreros, aunque en el norte del país hay gran calidad e impulso vital. El Día Internacional de la Danza es una fecha especial, porque antes de la pandemia podía reunir tantos bailarines como las cafeterías del Cenart o del Centro Cultural del Bosque en un fin de semana.

Digo aislamiento y pienso en los vasos comunicantes que artistas pertenecientes a un pasado glorioso y extinto lograron con la participación muy fresca, muy natural, de sus pares en territorios plásticos; dramaturgos, narradores, poetas, músicos, escenógrafos y, en realidad, conjuntos de amigos que allegaron sus conocimientos e indagaciones y los pusieron a favor de las velas siempre izadas de Guillermina Bravo, en primer lugar, de Raúl Flores Canelo y esa caja de sorpresas que fue el Ballet Teatro del Espacio, comandado por Michel Descombey y Gladiola Orozco.

La danza contemporánea no ha generado coreógrafos tan influyentes y compenetrados en el concierto de las artes como Raúl Flores Canelo y Guillermina Bravo, dos caminos cuyas convergencias no se hicieron visibles desde la crítica periodística, porque en el territorio de la crítica dancística todo fue demasiado anecdótico. Salvo las excepciones de Alberto Dallal, en lo académico apegado al estatuto más ensayístico (un ejemplo es Femina danza), y de Raquel Tibol en un espacio mas documental (Pasos de la danza mexicana es ejemplar).

Guillermina Bravo: el centenario irregular

La memoria de un pasado tan rico no deja de estar activa en el medio dancístico. Un conjunto de bailarines y coreógrafos se sumó para homenajear a Guillermina Bravo en el marco de su centenario. Se agradece el interés de trascender la efeméride, pero un homenaje a Guillermina Bravo exige una hondura que nuestras instituciones, por desgracia, no están en condiciones de ofrecer al nivel en que han realizado los de José Revueltas o Elena Garro.

Lo que hicieron se asemeja a una antología de boleros, realizados con buena voz y mejor producción, como lo hizo Luis Miguel; se trata de productos que no son mejores a los del pasado que evocan, sin ninguna relectura. No cuestiono la calidad de los acomedidos, sino su situación histórica para reflexionar sobre el legado de la maestra. Creo que el homenaje de mayor hondura en el centenario de Guillermina Bravo se llama Migrantes, de Rossana Filomarino; lo estrenó DramaDanza en 2019 y consiguió llegar in crescendo hasta 2020, antes de la emergencia sanitaria.

Se cocina aparte el homenaje que, desde los años noventa y actualizado en nuestros días, le rindió Cecilia Lugo, auténtico y emotivo, un ejercicio mimético de sus ideas coreográficas, su sentido de la corporalidad y de amor por la técnica Graham, de la que jamás se desdijo aunque considerara que las bailarinas mexicanas estaban muy rodillonas para lograr extensiones tan estrictas.

Cecilia Lugo hacia 2021: vitalidad e inteligencia

Para Cecilia Lugo, la dualidad entre el cuerpo y la mente sólo existen como un borrador cartesiano que todavía prevalece entre nosotros. La solidez y unicidad de sus búsquedas hasta el último día de 2020 no dejan de ser ejemplares y sorprendentes. Lugo abrió el año con el desafío de bailar en dos lugares diseñados para el teatro, que se abrieron al propósito de la coreógrafa de mostrar su repertorio con las “temporadas largas” que tanto le hacen falta a la danza que, según dice y con razón, es un ejercicio de teatros vacíos.

Contempodanza me parece lo más solido y poderoso de la danza mexicana actual, por la cantidad de herramientas que logran mantener viva a la compañía: la escuela, el debate y el diálogo, el desarrollo de públicos y la posibilidad de conservar a su público fiel. Es muy difícil venirse abajo aún con pandemia con todos esos impulsos que supo generar su directora, entre ellos un repertorio actual y asombroso. Hay varios creadores ejemplares entre nosotros, que no viven del aplauso pero tampoco de la dádiva.

Cecilia Lugo no se dejó intimidar ni por un pasado tan rico como el que he referido, ni por las modas que un puñado coreógrafos autodenominados postmodernos trajeron a México para que se marchitaran rápidamente frente a originalidades nacionales desdeñadas porque no eran neoyorquinas, londinenses ni parisinas. No faltaron quienes se sintieron parte de Wuppertal, pero en las artes no funcionan los transplantes.

Pantalla y streaming: la tecnología para la danza 

La danza se revitalizó en la distancia de manera asombrosa con “viejas” coreografías, más actuales de lo que se pensaba. Fantasmas tangibles que tv unam puso al alcance en su serie Videocatálogo razonado de danza, que se transmitió de 2006 a 2012 y dio cuenta de reposiciones y estrenos que se podían consultar una vez que se presentaron en sus fechas presenciales. Ahí están Raquel Vázquez, Ruby Gámez, Adriana Castaños, Leticia Alvarado, Víctor Ruiz, Juan Manuel Ramos, Isabel Beteta y Bárbara Alvarado, entre otros.

Claudia Lavista, titular de la compañía Delfos, tuvo la oportunidad de presentarse a distancia en mayo pasado gracias al dispositivo eficaz que ha creado el Colegio Nacional para las conferencias en vivo de sus miembros, todo lo cual queda como patrimonio institucional después de la transmisión. El de Claudia Lavista es un material que conviene revisar y valorar por el tejido fino de la creadora con su padre, el compositor Mario Lavista. Presentaron un espectáculo titulado Cuaderno de viaje, un ejercicio autobiográfico del músico en el que las reflexiones musicales y coreografías de ambos proponen problemas creativos fecundantes.

A los artistas que ensayan, que se someten al cuerpo riguroso de una compañía y un proyecto estético, estas aventuras interpretativas a distancia suelen parecerles expresiones vacías, sin solidez y sin aliento. Sin embargo, en 2020, en el marco de la pandemia y la proliferación de realidades artísticas a través de las pantallas, hicieron visibles semillas de ideas interesantes.

Premios, reconocimientos y patrocinios

En el conjunto de las artes, lo que ha evidenciado el estado de nuestra danza son las elecciones de los jurados del Fonca, siempre con un sesgo aparentemente irremediable que desanima y polariza las consideraciones sobre la calidad, llevando a los bailarines, sobre todo, a la resignación de seguir esperando turno. Son tan pocos y los mismos de siempre, que parece no hay modo de evitar el conflicto de intereses, pero tampoco hay crítica que permita mediar entre ejecutantes y coreógrafos que suelen pensar, como en la mayoría de las artes, que el crítico es un artista frustrado.

Obligados a presentar resultados, algunos creadores estrenan sus proyectos en funciones únicas o de tres días, si acaso tienen el padrinazgo de programadores culturales que los favorezcan con un teatro.

Algunos artistas se conforman y se alegran mucho con la celebración de sus aniversarios. Vimos muchos en este 2020, y les pasó como a todos los cumpleañeros que soplaron sus velitas frente a una pantalla. Algunas secciones de cultura, que funcionan como las secciones de sociales en muchos periódicos del interior del país, publican notas celebratorias que se recortan con el mismo entusiasmo que un comentario crítico o académico. Pero no hay algo más allá que reconozca el esfuerzo, la trayectoria y la antigüedad en materia de estímulos laborales y económicos a la permanencia.

Es el caso de la compañía Aksenti, de Duane Cochran, que recibe con alegría y gratitud la atención de un periódico capitalino que le dedica su página principal de lo que sobrevive como sección de Cultura, contra 364 días de olvido y falta de seguimiento, multiplicado por los treinta años que celebra. Aksenti, como algunas de nuestras compañías y movimientos más añejos, está en espera del tratamiento crítico y documental a la altura de su hazaña. Cochran, por su parte, es una de las figuras mas queridas y entrañables de la danza mexicana.

En 2020 se celebró el Festival Solos en tránsito xiii, el pasado noviembre. Una puesta en pantalla, más que en cámara, de bailarines muy destacados: Leo Ressia de Argentina, Bruno Ramri de Barcelona, Juan Madero de Los Ángeles, Rafael Rosales del Estado de México, Olivia Luna y Amada Domínguez de la cdmx. Entre muchas cosas, este gesto estético significa la necesidad de que algunos de nuestros mejores exponentes dancísticos se arriesguen a la fundación de nuevas compañías, de nuevas historias para la danza, por más adversos que sean nuestros tiempos.

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