Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 19 de agosto de 2012 Num: 911

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Jair Cortés

Paisajes del origen y
el vagabundeo de Yk

Lydia Stefanou

Máscara de falsa juventud
Rosa Nissán

La objetividad no existe
Alessandra Galimberti

Dos cuentos

El doble Chevalier d’Eon
Vilma Fuentes

Chavela Vargas,
la esencia y la existencia

Antonio Valle

La 20, cartografía
volumétrica
, de
Agnieszka Casas

Ingrid Suckaer

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Galería
Enrique Héctor González

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Javier Sicilia

La palabra herida

A Chavela Vargas, in memoriam

La palabra está herida. Se ha convertido en una simple moneda de cambio para la comunicabilidad de lo inmediato. Por lo mismo, su peso, la sustancia de su contenido, se ha degradado hasta la no significación. Una especie de Babel, en la que creemos comunicarnos y entendernos, nos rodea de palabras que usamos diariamente y que salen de todos los medios de comunicación con el estrépito del vómito –no hay ya espacios de silencio en nuestras vidas–, pero cuyo significado entendemos cada vez menos. Uwe Poerksen las llamó “plásticas”; Iván Illich, “amibas”; Pierre Souyris, “algebrosas”. Con esas imágenes querían decir que se usan de manera elástica, que perdieron sus contornos significantes o que, al igual que las letras en el álgebra, sus significaciones pueden cambiar aleatoria o arbitrariamente.

¿Dónde empezó su degradación? Es imposible decirlo. Quizá nació con el lenguaje mismo y podría rastrearse en la morfología vocálica de las palabras que, al flexionarse, hicieron que la raíz –donde se encuentra el significado– se oscureciera hasta volverse aparentemente arbitrarias y puramente connotativas.

Sea lo que sea, hoy la palabra está herida y poco importa cómo la usemos o qué intentemos decir con ella. Se trata de hablar aunque no haya nada que decir. Por eso podemos traicionarla o usarla de manera irresponsable.


Ilustración de Juan G. Puga

Antiguamente, sin embargo, la palabra no se consideraba una cuestión arbitraria –ese absurdo axioma de la lingüística moderna. Todo lo contrario, la palabra no sólo era responsable del significado, sino que en sí misma era también creadora de la realidad y comprometía al ser que la pronunciaba. Es el sentido que tiene la palabra (el logos, en griego o la dabbar, en hebreo) en la tradición platónica y en la tradición bíblica. Ese mismo sentido es el que le dieron los Padres del Desierto, antecedentes de la vida monástica, en su retiro, durante el siglo IV en los desiertos de Siria y de Egipto. Para ellos, como para Platón y como para la tradición bíblica, la palabra era algo vivo y dinámico, la hacían suya a través de la escucha –entonces se leía en voz alta–, y corría el peligro de cosificarse y perder su fuerza. De allí su reticencia a la posesión de pergaminos o de códices que desencarnaban la palabra de la Escritura. Lo dice Abba Serapión cuando, después de recorrer con la mirada la celda de uno de sus hermanos, le dice: “Has tomado la vida de las viudas y de los huérfanos y la has puesto en tus estantes.” La palabra que no se usa, que no se hace sentido y acto de vida no sirve para nada. Pero también la palabra que se usa mal destruye. “Es mejor –decía Abba Hiperquio– comer carne y beber vino que comerse la carne de un hermano con palabras calumniosas.”

Los Padres del Desierto estaban profundamente enraizados en esa sabiduría que Platón resumió así:  “Recuérdalo bien, mi querido Critón, la incorrección en la lengua no es sólo una falta contra el lenguaje, hace daño también a las almas”, y que la Biblia recoge en este proverbio: “La vida y la muerte están en poder de la lengua, del uso que de ella hagas tal será el fruto”, a lo que Freud, su psicoanálisis, y los poetas, han sido muy sensibles.

Hoy en día, sin embargo, esta realidad de la palabra está extraviada. Su desencarnación, su desarticulación y su indiscriminado uso en nuestras vidas quizá sean responsables de tanta violencia, de tanto odio, de tanta traición y de tanto sinsentido.

Si es verdad, como lo decían Octavio Paz y algunos lingüistas, que el mundo está hecho de palabras; si es verdad, como lo experimentó Helen Keller, que “perder el oído es alejarse del mundo de los hombres”, entonces la destrucción de la palabra equivale a la destrucción del mundo, al inmisericorde tratamiento que hoy le damos. Convertida en simple moneda de cambio, la palabra transforma al mundo y a los seres humanos en lo mismo: cosas sin significado que se usan caprichosa o arbitrariamente y que nos han metido en un extraño y terrible callejón cuya salida se encuentra, paradójicamente, en la palabra misma.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar todos los presos de la APPO, hacerle juicio político a Ulises Ruiz, cambiar la estrategia de seguridad y resarcir a las víctimas de la guerra de Calderón.