Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 19 de agosto de 2012 Num: 911

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Jair Cortés

Paisajes del origen y
el vagabundeo de Yk

Lydia Stefanou

Máscara de falsa juventud
Rosa Nissán

La objetividad no existe
Alessandra Galimberti

Dos cuentos

El doble Chevalier d’Eon
Vilma Fuentes

Chavela Vargas,
la esencia y la existencia

Antonio Valle

La 20, cartografía
volumétrica
, de
Agnieszka Casas

Ingrid Suckaer

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Galería
Enrique Héctor González

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Alonso Arreola
[email protected]

Pobres niños genio

Encendemos la computadora. Damos click al icono del navegador. Se despliega un buscador abigarrado de información inútil. Casualmente, en el bucle fotográfico que gira y se repite aparece un niño de seis años de edad. En su bochornoso amarillismo la nota dice: “El raperito que escandalizó a EU.” Se refiere a Albert Roundtree Jr., de seis años de edad, quien, impulsado por sus padres y algunos otros vivales, aparece en un videoclip con mujeres en bikini mientras canta: “Soy un hombre y haré explotar tu trasero.” Una porquería en todos los niveles y sentidos, olvidándonos incluso del asunto moral.

Al lado de esta nota, otra más se refiere al niño Kieron Williamson, pintor británico de nueve años de edad cuyas obras se venden hasta por medio millón de dólares. ¿Inversión a futuro, inflación estratégica, creación espontánea para engaño de quienes compran sensibilidad encapsulada? Sin negar su posible talento, este caso nos hace pensar en los innumerables  “niños genio”,  “niños prodigio” o simples “niños artistas” que han surgido sobre todo en los últimos años (no hablaremos de Mozart, lo prometemos) por el auge de las redes sociales, para luego desaparecer sin que su promesa se cumpla. Porque, ¡qué fácil es confundir la capacidad motriz, la aptitud, incluso una disposición notable hacia la música, con el auténtico genio y, más aun, con la sabiduría y la experiencia!


Emily Bear

Platicando con un gran pianista británico, hace algunos años, hablábamos del tema. Él decía algo a propósito de un nuevo músico de Nueva York, de apenas catorce años de edad, que estaba dando mucho de que hablar y comentaba que quería tocar con él. Le preguntamos el porqué de su interés. Su respuesta fue simple: se lo habían recomendado. Replicamos que siendo él un renombrado artista con más de seis décadas de vida, lo imaginábamos interactuando con gente que hubiera llegado a un discurso original a través de la reflexión y el paso de la vida, y no exactamente con un adolescente que necesitaba permiso de su madre para estar en el club nocturno. Al final estuvimos de acuerdo. Hay interpretaciones, ideas musicales, formas que no se pueden adquirir sino con la edad. Al talento temprano hay que procurarle impulso, pero sin quemarlo como producto.

Ellen Winner, psicóloga autora del libro Gifted Childs: Myths and Realities, dice en una entrevista: “Pasar de estrella infantil a intérprete adulto es difícil. Si quieres mantener tu fama debes hacer algo nuevo en tu ramo y muy rápido. Es por eso que normalmente ya no escuchamos hablar de los ‘niños prodigio’ cuando crecen.” Porque las metas no se encuentran al inicio del andar, sino en el desarrollo y el final de la carrera. No se trata de la oferta sino del hallazgo. En otras palabras: no creemos en niños convertidos en monos de circo, y menos sabiendo que las más de las veces no trascenderán.

Dos ejemplos de este mal son un par de guitarristas orientales: 1. El japonés Ryunosuke, conocido en la red de redes cuando con dos pequeños amigos apareció en un programa de TV para hacerse famoso y que, apenas cinco años después, sigue un derrotero poco original y anodino. 2. El arreglista surcoreano Sungha Jung, todavía fenómeno a sus diecisiéis años, pero cuyas capacidades técnicas no parecen haber crecido mucho desde la infancia, pues en realidad se mantiene haciendo covers de piezas famosas en guitarra acústica. Es muy bueno, por supuesto, pero perdió el encanto del niñito que fue, ése que sentado en el piso llega hoy a las doce millones de visitas, y que puede convertirse en su peor enemigo.

Siendo sinceros, la culpa no es de ellos sino de quienes los arrancaron del árbol antes de tiempo pues, como dice la doctora Winner: “los niños prodigio pueden definirse como avanzados en ciertas capacidades inventadas por los adultos”, y justo son ellos, los adultos, quienes determinan si es pertinente o no exhibirlos. La ventaja que hoy tienen, innegable, es que gracias al video podrán gozar siempre de la etiqueta de “pequeños notables”,  pese a que crezcan y se pierdan –feliz o tristemente– en el entretenimiento o el anonimato.

En fin, hay excepciones. Una niña que muy probablemente hará grandes cosas es la pianista estadunidense de once años de edad Emily Bear. En ella parece haber algo más que simples cualidades mecánicas y velocidad mental. Hay un espíritu viejo habitándola. Podemos cerrar los ojos, escucharla y olvidar que se trata de un infante. En esas manos no habla el galumphing de Lewis Carroll, sino sus antepasados. Ya veremos si esa inteligencia resiste las múltiples tentaciones de los atajos. Nosotros la seguiremos antes de que despierte, antes de que abandone su traje de turista.