Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 8 de julio de 2012 Num: 905

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Ricardo Venegas

Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova

Adalbert Stifter: un Ulises sin atributos en busca del tiempo
Andreas Kurz

La invasión de la irrelevancia, televisión
y mentira

Fabrizio Andreella

Julio Ramón Ribeyro y
la tentación del fracaso

Esther Andradi

El jardín de los
Finzi-Contini

Marco Antonio Campos

Leer

Columnas:
Perfiles
Raúl Olvera Mijares

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Galería
Sonia Peña

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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Crítico de libros

Raúl Olvera Mijares


El viaje literario,
v.s. Pritchett,
fce,
México, 2011.

La labor de acercar al público grandes libros conoce diversas restricciones. En primer lugar, está la cuestión del poco espacio. La mayor parte de las veces no es posible explayarse como ameritaría el interés que ofrecen ciertos autores, debido al número de palabras o caracteres con espacios que asignan los editores para las colaboraciones. En segundo lugar, viene el problema de la calidad intrínseca del texto, la diferencia entre un texto bien escrito, de manera sugerente y sutil, y otro que meramente repasa los hitos más destacables. Mientras más alta sea la calidad, aumenta la probabilidad de recoger algún día en un futuro ese texto aislado en un libro de ensayos. En tercer lugar, y por último, viene lo que decía Montaigne: “Ensayamos siempre acerca de nosotros mismos”; en otras palabras, es la subjetividad particular de cada comentarista, con una historia personal, rica y profunda en experiencias como lector, la que se proyecta en cada texto, confiriéndole un sello característico.

La presente colección de ensayos –acerca de libros y autores– se desprendió de la pluma de un hombre de letras británico, Sir Victor Sawdon Pritchett (1900-1997). La selección de cincuenta piezas, más un estudio preliminar, es del profesor y escritor Hernán Lara Zavala. Volumen denso en conceptos y variado en pormenores, puede cuestionarse no obstante la selección y el tino de incluir ciertos nombres con la exclusión de muchos otros. A grandes rasgos, se desbrozaron tres secciones: autores británicos, autores europeos y autores españoles y latinoamericanos. Las secciones, en cuanto a la extensión y número de autores cubiertos, se presentan en orden decreciente: con veinticuatro la primera; diecisiete la segunda, y únicamente cinco la tercera. Era difícil en medio millar de páginas hacer algo que no resultara necesariamente fragmentario. Ahí quedan editados en inglés The Complete Essays (1991), para quien desee una visión más abarcadora.

Pritchett pasa revista a las filas de algunos autores ibéricos y su descendencia en América. Benito Pérez Galdós (1843-1920), el gran novelista español del realismo, le parece de un aliento y una prolijidad comparables solamente con Tolstoi. Fuera del mundo hispánico, sin embargo, es apenas conocido, pues la sociedad española que retrata es un tanto anticuada respecto del resto de Europa. Su dominio absoluto del lenguaje, el cabal control de las atmósferas y la fiel pintura de los personajes lo coloca, no obstante, a la altura de Stendhal. El argentino Jorge Luis Borges (1889-1986), por un lado, y el colombiano Gabriel García Márquez (1928), por otro, se abordan como dos de los representantes más señeros de las letras hispanoamericanas, altamente contrastantes entre sí, pero que guardan en su gusto por la desmesura, las historias cruentas y la fe inquebrantable en las virtudes del estilo, ciertas afinidades. Federico García Lorca (1898-1936) es el único nombre de poeta cobijado en este volumen.


Amor que no empalaga

Jorge Alberto Gudiño Hernández


Amor y otros suicidios,
Ana Clavel,
Ediciones B,
México, 2012.

Escribir en torno al amor es tan problemático como inevitable. Por un lado, parece que ya todo está dicho. Se puede elegir un punto de partida o pensar, ingenuamente, que la experiencia propia es el más fuerte de los acicates a la hora de perseguir la originalidad. A la larga, conforme más leamos en torno, nos daremos cuenta de que las historias de amor tienden a lo cursi o a la tragedia. De lo contrario, se precisa ampliar el concepto, llevarlo hasta nuevas latitudes. Por el otro, no existe nada más atractivo que colaborar con la formación de ese referente universal que es la literatura. Es probable, mucho, en verdad, que nosotros hayamos aprendido a amar gracias a la narración del propio amor. Entonces se vuelve necesario sumarnos a ella. Aún más, centrados en nuestras propias emociones exacerbadas, perseguimos lo imposible: narrar el absoluto del amor.

Ana Clavel (México, 1961) se deja tentar por el tema pero no cae en sus engaños. En Amor y otros suicidios presenta dieciocho cuentos variopintos en los que, sin duda, no se deja ganar por el melodrama fácil. Tampoco entra la tragedia estremecedora ni el empalagamiento propio del tema.

Lograr que un libro de cuentos sobre el amor no se vuelva lugar común, por un lado, y que sea consistente, por el otro, no es tarea fácil. La clave reside en las tres décadas que le llevó escribir estos cuentos. En ellos es fácil encontrar un estilo que va madurando. La prosa es seductora, atrapa de inmediato. También son variados. Se puede ir del cansancio abrumador de un hombre con un matrimonio a cuestas que fantasea en un vagón del metro, a un planteamiento incestuoso y perverso al más puro estilo de Lolita, pasando por una receta fantástica para hacer un rico caldo, con sólo dar vuelta a la página.

A lo largo de estos treinta años también hay muchas coincidencias, más allá de la temática. Ana Clavel se ha ocupado de trazar un acento en lo que a la corporalidad se refiere. A ella no le resulta extraño hablar al respecto. Se sabe acorralada por el tema y lo celebra. Sus personajes van mirando el mundo a partir de su propia sexualidad para darles una dimensión diferente, que les permite ilusionarse y fantasear ya no sólo con el amor sino con ese componente que suele apuntalarlo: el deseo. Así pues, fantasía y deseo conviven en estos cuentos donde la piel evita la presencia de melodramas inocuos y que los personajes se desgarren las vestiduras.

Los libros de cuentos son difíciles. Requieren mucho trabajo para resultar homogéneos. Amor y otros suicidios lo consigue. Ya sea porque la autora demuestra una gran madurez narrativa, ya porque juntos forman una suerte de collage que funciona en su conjunto pero también en cada una de sus piezas.


Seligson ensayista

Alejandra Atala


Escritos a máquina. Ensayos y reflexiones,
Esther Seligson,
Textos de Difusión Cultural UNAM,
México, 2011.

Vasta, por decir poco, es la obra del francés e.m. de Montaigne (1533- 1592), sobre todo la que concierne a sus Ensayos, obra en la que vertió su vida, que concluye hasta su muerte y que representa la cumbre del pensamiento humanista francés del siglo XVI. Esther Seligson (1941 -2010) dejó, como el también alcalde de Burdeos, una no igual de amplia pero sí nutritiva compilación de ensayos y reflexiones que van cayendo a cuenta desde ese sonido metálico que hacían los tipos de la máquina de escribir sobre el papel e iban coadyuvando o haciendo franca comparsa a su pensamiento rítmico, ordenado y lleno de armonía en la voz alta de los tipos que iban dando en el rodillo de caucho, que fue la piedra de toque de sus reflexiones acerca de todos los elementos, joyas de la creación artística, que fueron llegando a sus manos, a sus yemas, a la razón de una realidad que sólo denota sentido al entrar en la feria de los libros de los otros. Cuarenta y cinco son los textos, los mundos que se abren en múltiples miradas de la autora de la novela Otros son los sueños y que nos deja como fin de su legado literario y como ejemplar principio de quien inició con estos artículos, allá en las mocedades de su pluma y de un alma criada en la finura de lo exquisito.

Interlocución y elocuencia van marcando las señas cifradas de Seligson en este libro, en el que vamos notando, en el hilar fino de la consideración de los textos y obras de los otros, la abundosa capacidad de asociación e imaginación que la autora prodigaba en sus páginas; probablemente de esta capacidad de mirar y enriquecer haya nacido aquello que Montaigne dijo: “Es a mí a quien pinto”, pues, aunque de cierto Seligson no habla de sí misma, sí habla desde lo que ella misma es a través de los universos creados y cultivados desde una inteligencia aguda y capaz tanto de la síntesis como de la abstracción.

Hugo Argüelles, Juan José Arreola, Federico García Lorca, Cioran y Beckett son sólo algunos de los personajes con quienes Seligson dialogó a través de su escritura, que va revelando su interés, instrucción y conocimiento de modo elocuente y, sobre todo, sentencioso, sin dejar a un lado la capacidad sensitiva de la también ganadora de los premios Villaurrutia y Magda Donato, de ir respirando la cultura de los países en los que vivió (Francia, España, Portugal, Israel), que rezuman sus temperamentos en las páginas de Escritos a máquina.

Poeta, narradora, dramaturga y ensayista, Esther Seligson nos deja la voz de un alma que se pinta a sí misma a través de sus reflexiones y que enriquece, en mucho, la visión de lo que otros han escrito, sentido y vivido.

Principio, fin, principio; en uno de los ensayos, Seligson responde, a propósito de para qué escribir: “Para medir constantemente el anhelo de libertad y ensanchar sus límites”


La invención de Villaseca

Miguel Maldonado


Este México triste,
Juan Bautista Villaseca,
Taller Ditoria,
México, 2011.

Villaseca es un poeta conocido por muy pocos; tan pocos, que podría incluso ser una invención. No lo es, por supuesto, pero la sola idea nos hace pensar en lo que falta por conocerlo: un poeta no sólo se descubre, también se inventa. En La invención de América, Edmundo O´Gorman muestra que no basta con descubrir un hecho –América por ejemplo–, para que exista es necesario que también se le invente. Todo creador necesita ser recreado.

Hugo Gutiérrez Vega cuenta en alguno de sus poemas que trabajar como diplomático enseña la desposesión, tener lo mínimo de bienes y de equipaje para, en cualquier momento, emprender el viaje. Juan Bautista Villaseca siguió esta misma enseña, vivió y escribió desde la desposesión, pero ésta no fue absoluta –ninguna lo es. Sabía eso que los poetas han intuido desde siempre: que son unos poseídos. Villaseca hizo suyos los versos del poeta y capitán español Fernández de Andrada –muerto por cierto en México en 1648–: “Una mediana vida yo posea/ un estilo común y moderado/ que no lo note nadie que lo vea.” Igual que el capitán, abrazó la vida modesta; también como él, escribió versos luminosos: “Mañana será lunes./ El sordo lunes de los pobres/ en los que amanecemos debiéndole hasta el martes.”

La paradoja poseído/ desposeso recorre la historia de la poesía. Baudelaire y Pessoa la encarnan en los últimos dos siglos. Ambos habían decidido la “mediana vida” y, sin embargo, estuvieron a la altura de su tiempo, rebasaron la media y su voz se alza como el testimonio más verdadero de su época. Acaso el mito fundacional sea Edipo rey, Edipo mendigo: “No quisiera escribir este poema./ No quisiera esta gloria de estar comprometido/ siempre con las rosas.” No quisiera y, sin embargo, Villaseca lo quiere. Fernando Pessoa prefería las rosas a la patria, la patria como alegoría de la vida afanada en los asuntos del dinero y del poder. Ambos prefirieron la gloria de las rosas, alegoría del hombre con conciencia histórica: “Yo no tengo importancia,/ esa importancia déjala a los ríos,/ a la sabiduría de la libertad,/ al hombre que se queja/ y que se alegra y que se queja,/ déjasela a los niños.”

En el poema “Diurno para una visita” –sobresaliente en la poesía mexicana– se resuelven las aristas que tranzan la obra de Juan Bautista Villaseca: la asombrosa y sencilla combinación de las imágenes, las revelaciones del día a día, el sentido lúdico de las cosas y, sobre todo, el hecho de ser un poseído al que le pesa pensar lo que pasa: “Las diez y media./ Como todos los días, hoy me quiero buscar,/ y estoy tan solo/ que hasta los autobuses van vacíos./ Quiero portarme mal,/ y a un millonario ilustre romperle la vajilla,/ Pero qué voy a hacer./ Me arrepiento de verme otra vez./ De estar sentado siempre caminando./ De no hacer nada sino la palabra./ […] Cómo golpea pensar,/ en dónde me hallaré cuando me necesite un beso./ En qué teléfono/ hoy me pondré de acuerdo con la vida”