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 Portada 
Presentación 
Bazar de asombros 
      Hugo Gutiérrez Vega 
Bitácora bifronte 
  Ricardo Venegas 
Monólogos compartidos 
  Francisco Torres Córdova 
Adalbert Stifter: un Ulises sin atributos en busca del tiempo 
  Andreas Kurz 
La invasión de la irrelevancia, televisión 
  y mentira 
  Fabrizio Andreella 
Julio Ramón Ribeyro y 
  la tentación del fracaso 
  Esther Andradi 
El jardín de los 
  Finzi-Contini 
  Marco Antonio Campos 
Leer 
Columnas: 
        Perfiles 
        Raúl Olvera Mijares 
        Las Rayas de la Cebra 
		Verónica Murguía 
        Bemol Sostenido 
		Alonso Arreola 
        Cinexcusas 
		Luis Tovar 
        Galería 
        Sonia Peña 
        Mentiras Transparentes 
		Felipe Garrido 
        Al Vuelo 
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        La Otra Escena 
		Miguel Ángel Quemain 
        Cabezalcubo 
		Jorge Moch 
    
   Directorio 
     Núm. anteriores 
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	 Felipe Garrido 
    
   Más  vale 
   Para Saúl Juárez 
   –No hay nadie, jefe –me dice el  velador; aprieta la mandíbula y algo alza la cabeza frente a mí, de manera que  yo puedo ver los pliegues que la piel le forma en el cuello. 
   –¿No lo oyes? –le pregunto y trato  de verlo a los ojos, pero el hombre conserva la mirada fija en algún lugar de  la bóveda de ladrillo que techa la oficina. 
   –Es tarde, jefe –dice. Yo veo lo que  me falta y pienso que de perdida voy a pasarme allí un par de horas más. Algo  marco en el oficio y entonces vuelvo a oír las notas del violín. El corredor de  piedra está en sombras y no se alcanza a ver el final. 
   –Es tarde, jefe –me dice el  velador–, déjelo para mañana. 
   –Vamos a ver quién es –le propongo y  me pongo de pie, pero el hombre esquiva mi mirada 
   .–No es nadie, jefe –insiste–. No le  haga caso, ya váyase. 
   –¿Cómo entró? Vamos a verlo. 
   –No se moleste, jefe. Si usted se  queda él lo va a encontrar. 
   –Me alegro, quiero ver quién es. 
   –No diga eso, jefe. Más vale que  no lo vea.  |