Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 8 de julio de 2012 Num: 905

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Ricardo Venegas

Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova

Adalbert Stifter: un Ulises sin atributos en busca del tiempo
Andreas Kurz

La invasión de la irrelevancia, televisión
y mentira

Fabrizio Andreella

Julio Ramón Ribeyro y
la tentación del fracaso

Esther Andradi

El jardín de los
Finzi-Contini

Marco Antonio Campos

Leer

Columnas:
Perfiles
Raúl Olvera Mijares

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Galería
Sonia Peña

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Hugo Gutiérrez Vega

Un encuentro con Fuentes

Una tarde de otoño inauguramos, en el Palazzo Ruspoli de Roma, la Semana de la Cultura Mexicana. La organizaba la embajada de México con el apoyo del naciente Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Roma. Las exposiciones de cuadros, esculturas, libros y revistas, las proyecciones de películas y de documentales, así como las conferencias y coloquios, daban a los visitantes una idea inicial de algunos aspectos de la cultura variadísima de un país latino con fuertes y definitorias raíces indígenas. Recuerdo los cuadros y las esculturas de Claudio Favier, jesuita tapatio y pintor muy original; las reproducciones de piezas arqueológicas, las ediciones de libros prestados por el Fondo de Cultura Económica, las revistas y suplementos culturales; películas como Los olvidados, Raíces, La mujer del puerto, El compadre Mendoza y Los caifanes que más tarde logré que se incluyera en una sección del Festival de Venecia. Nuestro embajador era don Rafael Fuentes y asistió a la inauguración el padre Ignacio Gómez Robledo, maestro de Teología moral de la Universidad Gregoriana. Guardo una foto en la que un querido amigo, el embajador Fuentes, corta el listón inaugural. A su lado se encuentra nuestro cónsul en Roma, el distinguido diplomático Alfonso Herrera Salcedo. Entre las conferencias que se dictaron figuraba la que yo di sobre la novela de Carlos Fuentes, La muerte de Artemio Cruz, que había sido publicada en México en 1962. Mi amiga Elena Mancuso, traductora de El señor presidente, de Asturias y de Pedro Páramo, de Rulfo, se encontraba leyendo La muerte de Artemio Cruz y estaba entusiasmada. Así se lo hice saber a los señores de Feltrinelli, la casa editora más interesada en los autores del entonces incipiente boom de la novela latinoamericana. Mi conferencia fue breve (cosa rara) y muy entusiasta. Para mí, La muerte de Artemio Cruz era la gran novela sobre las secuelas y consecuencias del movimiento revolucionario. La prosa de su autor ratificaba el valor de una nueva forma de novelar en México que él mismo había iniciado unos años antes con La región más transparente. Al terminar la charla, el embajador me abrazó y, con una emoción bien controlada por su larga experiencia diplomática, me dijo: “Ya sabía que la novela de Carlos es muy buena, pero usted me lo ha confirmado. Estoy orgulloso de mi querido hijo.” En ese momento el exjefe de Protocolo de la Secretaria de Relaciones Exteriores, dejó que se le escaparan las lágrimas y prolongó el abrazo.

Unos mes más tarde llegó Carlos Fuentes a Roma y le organicé un aquelarre literario en la casa de Rafael Alberti. Asistieron Alfonso Gatto, Vittorio Sereni, Gassman, Guttusso, Asturias, Moravia, Elena Mancuso, Pasolini y Bassani. Alberti y María Teresa León nos recibieron con alegría y generosidad. Carlos, como siempre, estuvo brillante y Gassman nos obsequió con un monólogo muy gracioso de Alberti. Este fue mi primer encuentro con Carlos Fuentes. La vida nos depararía otros encuentros en diferentes latitudes y en diversas épocas. El primero se ubica junto a su padre, un hombre bueno, un diplomático de una escuela ya ida y un lector orgulloso de su hijo.

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