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Bazar de asombros
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Bitácora bifronte
RicardoVenegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Los luchadores y el cine
Jaimeduardo García entrevista con José Xavier Návar y Raúl Criollo
Eduardo Lizalde, tigre mayor
Marco Antonio Campos
Lizalde narrador
Rosario Sanmiguel
El tigre en la chamba
Rafael Vargas
Lizalde o la poesía del resentimiento
Mario Bojórquez
Rilke y Lizalde: la guerra de las rosas
Evodio Escalante
El Cinema Rif de Tánger
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Taxista con novela adentro
Por primera vez, mi carro me dejó tirado a mitad de la calle. Tuve que caminar y caminar hasta ver, a un costado del Warehouse, un taxi. Cuando llegué, agitado, y asomé la cabeza por la ventana, caí del asombro: el conductor leía una novela. Una novela gruesa. Tipo Stephen King o así. Esos autores que ya no deben tener culo de tanto que escriben. Resolví hablarle bajo. Excuse me, dije. Nada. Carraspeé y volví: excuse me, sir. Tampoco. El hombre seguía ido, ausente completamente de este mundo. Alcé un poco la voz: siir. El taxista, literalmente, dio un salto, miró hacia un lado y hacia otro y, luego de disculparse, me invitó a subir. ¿Está buena la novela?, pregunté. Sin pensarlo dos veces, dijo: no puedo dejar de leerla. No puedo. Me tiene subyugado. Intenté ver el autor y el título, pero fue imposible. El hombre la cerró y la puso debajo del asiento. El taxista arrancó y tomamos por una larga avenida. Yo me fui viendo fijamente la línea que dividía un carril de otro, con la certeza de que nada me habría hecho más feliz en la vida que el autor de esa novela que el taxista leía hubiera sido yo. |