| 
 Portada 
Presentación 
Bazar de asombros 
      Hugo Gutiérrez Vega 
Bitácora bifronte 
  RicardoVenegas 
Monólogos compartidos 
  Francisco Torres Córdova 
Los luchadores y el cine 
  Jaimeduardo García entrevista con José Xavier Návar y Raúl Criollo 
Eduardo Lizalde, tigre mayor 
  Marco Antonio Campos 
Lizalde narrador 
  Rosario Sanmiguel 
El tigre en la chamba 
  Rafael Vargas 
Lizalde o la poesía del resentimiento 
  Mario Bojórquez 
Rilke y Lizalde: la guerra de las rosas 
  Evodio Escalante 
El Cinema Rif de Tánger 
  Alessandra Galimberti 
Leer 
Columnas: 
        Galería 
		Rodolfo Alonso 
        Las Rayas de la Cebra 
		Verónica Murguía 
        Bemol Sostenido 
		Alonso Arreola 
        Cinexcusas 
		Luis Tovar 
        Retratos 
		Alejandro Michelena 
        Mentiras Transparentes 
		Felipe Garrido 
        Al Vuelo 
		Rogelio Guedea 
        La Otra Escena 
		Miguel Ángel Quemain 
        Cabezalcubo 
		Jorge Moch 
    
   Directorio 
     Núm. anteriores 
        [email protected]    
   
   | 
    | 
  
     
    
    
    Relatos evocadores y simbólicos 
    Raúl Olvera Mijares 
    
  | 
		     
        Las Artámilas,       
        Ana María Matute,  
		fce/Universidad de Alcalá, 
        México, 2011.
   
  | 
 
  
    La  década de los cincuenta fue el tiempo ideal para leer a Ana María Matute  (1926), una de las voces femeninas de la postguerra  en España que más se dejaron sentir. En la década anterior, novelistas como Camilo José Cela con La familia de Pascual Duarte (1942) y Carmen Laforet con Nada (1944) habían abierto brecha. Carmen Martín Gaite, otra mujer, junto con Miguel Delibes, Gonzalo  Torrente Ballester, Ignacio de Aldecoa, Jesús Fernández Santos, Rafael Sánchez  Ferlosio, Juan García Hortelano y, last but not least, Juan Goytisolo, formaban las filas de una milicia polifacética que, partiendo del llamado realismo social, se fue  engolfando en eso que llegaría a ser la  respuesta ante el boom latinoamericano por parte de la vanguardia  peninsular. 
    A raíz del Premio Cervantes, otorgado en  2010 a Ana María Matute, María Paz Ortuño  Ortín decidió aderezar una selección con muestras del trabajo narrativo  de la autora, en particular una novela breve y varios relatos, complementados  con una entrevista realizada por la propia antóloga. Ana María Matute vio la luz del mundo en la ciudad de Barcelona, si bien  la familia procedía de la región de La Rioja, de una localidad llamada Mansilla de la Sierra, donde existen unos promontorios de roca afilada que se conocen como los picos de la Artámila. De ahí proviene esta  voz de probable origen prerrománico. Con el afán de evitar alusiones  concretas y posibles molestias, la autora forja, en una geografía imaginaria,  las tres Artámilas, la Alta, la Baja y la Grande, –o sea la de en medio–, situando en esta última el Ayuntamiento  y la Parroquia. En la Artámila Baja arranca Fiesta  al noreste, la novela breve, ganadora del Premio Café Gijón en 1952 y  publicada en Madrid por la editorial Afrodisio Aguado.  
    Los trece relatos aparecen –casi  todos– en revistas de la época, como Garbo,  recogidos después en dos  volúmenes: Historias  de la Artámila (Destino, 1962) y El río (Argos, 1963). El ambiente del campo,  el lenguaje, los giros coloquiales no permiten  a la autora negar el apego a Castilla. Las intenciones literarias de Ana María Matute oscilan entre una narración  escueta más bien sobria, que renuncia a florilegios psicológicos o conceptuosos, y un carácter poético fuertemente impreso en las  atmósferas, los personajes y las formas de contar abiertas. Relatos altamente  evocadores y simbólicos son algunos de los que componen la última parte del  libro, como “Los alambradores”, “El árbol de oro” y “La rama seca”. Otros  relatos, en cambio, presentan una trabazón interna más cercana a la del cuento moderno, como “Don Payasito”, “Pecado de  omisión”, “La chusma” y “Caminos”. Un tercer grupo se hallaría a la mitad,  textos ubicados en una tierra forjada por la fantasía de la autora, mediante la  recreación de ciertos recuerdos de su infancia, en particular las vacaciones de  verano a la finca de sus abuelos, como serían “Los chicos”, “Bernardino”, “El  Mundelo”, “El odio” y “Los pájaros”     
     
El muestrario de lo esencial 
Ricardo Guzmán Wolffer 
  | 
		     
        Catálogo esencial. Museo Nacional de Antropología,       
        varios autores,  
		Conaculta, 
        México, 2011. 
  | 
 
  
La  importancia del Museo Nacional de Antropología  es tal, que el mero intento de catalogar su acervo principal es un  triunfo en sí mismo. Y digo intento por las muchas piezas que no aparecen en  este inventario esencial, pero las ahí mostradas son señeras de las tantas  culturas que han existido en México y muestran un aspecto irrebatible de lo  esencial del mexicano: su pasado histórico, que no tiene paralelo en el mundo. 
El libro inicia con breves textos de  antropólogos imprescindibles y, ante el alud  de piezas, conceptos e historias, se busca presentar el museo por salas:  introducción a la antropología y doblamiento de América; preclásico altiplano  central; Teotihuacan; los toltecas y su  época; mexica; culturas de Oaxaca;  culturas de la costa del golfo; Maya; culturas de occidente; y, culturas  del norte. Con textos didácticos y concretos se acompañan una serie de  fotografías de primera calidad, donde se documentan esculturas, maquetas,  joyería, arte textil, coraza, orfebrería, piezas de cerámica, de piedra, recreaciones de entierros, pinturas, y varios  más que ciertamente representan un reto incluir en un catálogo de tamaño casi  media carta, que permite su manejo cotidiano y su fácil transporte. Otro acierto  de este catálogo es mostrar la historia de cada pieza y su significado  contextual. Es una invitación al conocimiento  no sólo del museo mismo (de una arquitectura única y donde la música  regional y otras artes confluyen en cada sala),  sino al de las diversas culturas de las que apenas se muestra una parte.  Habrá quien identifique como símbolo de la cultura azteca al llamado  “calendario azteca” y será muy útil enterarse de su nombre correcto (Piedra del  sol), así como saber un poco del significado de los relieves tallados en esta enorme piedra, pero habrá quien se limite  a disfrutar la estética de esta imagen reproducida en todo el mundo para  identificar a México y su herencia prehispánica, gracias a la calidad de la  fotografía. Parte importante de esta selección  es difundir creaciones monumentales que nos suenan conocidas, pero de  las que pocos conocen el nombre y su  significado antropológico (cada quien encontrará en su interior la  importancia y alcance de estos trabajos imperecederos), como la “piedra de Tízoc”,  el Teocalli de la Guerra Sagrada, el impresionante Ocelocuauhxicalli y muchos otros. Y también se nos recuerda que la importancia no sólo reside en el volumen de las piezas.  Para ello están las piezas de cerámica o el lanzadardos mixteco, en cuyos 44 centímetros se narran dos historias de la mitología oaxaqueña en  la Mixteca alta. 
El incensario efigie maya y las demás  piezas de la sala maya denotan la importancia de esta cultura que ahora destaca  por la supuesta fecha apocalíptica y cuya trascendencia va, con mucho, más allá  de tan insignificante dato. 
Un libro imprescindible para  quienes valoran las culturas de México.  
 
  |