Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 13 de mayo de 2012 Num: 897

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
RicardoVenegas

Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova

Los luchadores y el cine
Jaimeduardo García entrevista con José Xavier Návar y Raúl Criollo

Eduardo Lizalde, tigre mayor
Marco Antonio Campos

Lizalde narrador
Rosario Sanmiguel

El tigre en la chamba
Rafael Vargas

Lizalde o la poesía del resentimiento
Mario Bojórquez

Rilke y Lizalde: la guerra de las rosas
Evodio Escalante

El Cinema Rif de Tánger
Alessandra Galimberti

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Columnas:
Galería
Rodolfo Alonso

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Retratos
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Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

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Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


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Hugo Gutiérrez Vega

Los mercachifles aéreos

El notorio fracaso del sistema neoliberal ha producido, entre otras muchas cosas, una notable degradación de la calidad de la vida. El galope triunfal de los grandes monopolios derrotó a los remanentes de capitalismo competitivo que todavía aleteaban tristemente en los aires dominados por los grandes empresarios que nos recuerdan la fantasía hecha realidad de la novela de Julio Verne, El dueño del mundo.

Hace unos días, una amiga viajó al aeropuerto de Newark en la todopoderosa (junto con American) United. Antes hacía ese viaje por Continental, pero la vieja y amable línea ha sido devorada por la gorda señora que ya controla una buena parte del espacio aéreo de las Américas (su competidora, American, manda en las islas del Caribe y obliga a todo el mundo a pasar por ese centro de control y de trato majadero que es el aeropuerto de Miami). Me cuenta mi amiga que los arrogantes uniteños ya sólo admiten la documentación de una maleta con 18 kilos de peso. Es obvio que los insaciables negociantes lo que están buscando es el pago de los kilos de sobrepeso. United decidió agasajar a sus pasajeros con un refresco o un jugo artificial. Los cacahuates se cobran, lo mismo las galletitas y los pretzels. Ya no ofrecen alimentos. Lo que han inventado (y esto le da al avión un aspecto de fonda de rancho) es la venta de una comida que consta de una escuálida ensalada y de una nauseabunda concoction de coditos reblandecidos, jamón arqueológico y mayonesa en frasco. El pan es incomible. Semejante esperpento culinario cuesta catorce dólares.

Las azafatas se ven apenadas ante semejante tacañería. Les da vergüenza la pérdida de las buenas costumbres y de los amables modales que caracterizaban a las compañías aéreas. En nuestro tiempo todo es negocio; el dinero es la religión de estos voraces mercachifles y todo ha perdido la cordialidad, la cortesía, la buena educación, en suma, la calidad humana que eran tan importantes como el negocio de trasladar personas a gran velocidad de un lugar a otro de nuestro planeta. Esas personas requieren de un trato especial para atenuar los naturales miedos que nos sobrecogen al abandonar los brazos de la madre tierra.

Todo es así en el mundo neoliberal que el presidente Calderón acaba de defender de una manera tan desesperada y tan insensata que llenó a los mexicanos de pena ajena. El neoliberalismo sólo favorece a los ricos empresarios y a los políticos y burócratas corruptos que cobran sueldos francamente escandalosos. El libre mercado es para los Wal-Mart y sus mordidas, la inversión sin control enriquece a las empresas y a los bancos extranjeros que piratean en nuestro territorio; el empleo ha caído, la clase media está depauperada y el número de miserables crece de manera geométrica. El neoliberalismo ha fracasado, el imperio, los rusos los chinos y los prepotentes europeos así lo saben y, o lo dicen abiertamente o lo callan avergonzados. El partido del Presidente siempre habló del papel de rector del Estado en la actividad económica. Nada tiene que ver la defensa ardiente y ya derrotada de Calderón al peor de los Estados gendarme con la doctrina de su partido.

Tal vez el asunto de la avaricia de los negociantes aéreos (he vuelto a leer las palabras de Ezra Pound sobre la avaricia de algunos, casi todos, los banqueros y de los empresarios monopolistas), fue sólo la gota que derramó el vaso de mi descontento (léase indignación). Propongo que en el próximo viaje en avión, en lugar de aplaudir al buen aterrizaje como se hacía antes, se organice una rechifla a los mercachifles que han acabado con los aspectos humanos de la antes hermosa aventura de recorrer los aires.

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