Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 22 de noviembre de 2009 Num: 768

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Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

El 7 de septiembre
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MIJALIS KTSARÓS

Uno es muchos
RICARDO YÁÑEZ entrevista con ALBERTO ESTRELLA

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La conjura de los necios: cuarenta años de la muerte de John Kennedy Toole
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DOS CUENTAS EN UNA

POR VÍCTOR MANUEL MENDIOLA


Las cuentas de la Iliada y otras cuentas,
Luis Miguel Aguilar,
UAM,
México, 2009.

Leer Las cuentas de la Iliada y otras cuentas deja una impresión fuerte y múltiple, pues en este libro coexisten y se enfrentan dos textos diversos. Las 182 páginas del volumen desarrollan dos visiones distintas: una aplicada a recoger y comprobar en veinticuatro composiciones seriadas gran parte de las recurrencias de uno de los más famosos poemas de la literatura occidental y la otra dedicada a explorar otros cálculos de carácter mucho más personal y subjetivo; una que nos propone mirar la amplitud y la profundidad de una historia remota que todavía nos ilumina y la otra que ofrece las pequeñas contradicciones de nuestra vida como el punto de partida de una lectura de la existencia; una que se concentra en palabras clásicas de la épica homérica mostrando que su prestigio radica en su simplicidad pero también en su carácter orgánico y total, y otra que se encierra en los reflejos múltiples de la memoria y nos hace ver con claridad la vivacidad del habla, tan cercana a veces a la poesía.

Desde cierta perspectiva, la primera y la segunda secciones pueden ser uniformadas, pues ambos capítulos enumeran toda clase de acciones y juegan con igualdades o desigualdades. Aunque en un plano muy general esto es válido, el lector puede anhelar la separación de estas dos partes, porque cada una de ellas es un mundo en sí mismo, representan universos autosuficientes. Estamos, pues, ante un texto que podría haber conformado dos libros.

En el primero se presenta un cómputo asombroso y detallado de las enumeraciones y, a veces, de las ecuaciones de la Iliada. A través de mostrar los mecanismos fundamentales de este gran poema, Luís Miguel Aguilar logra revelarnos la fuerza original de este texto y consigue integrarlo a su propio lenguaje y enciende la poderosa imagen del poema épico. De la misma forma que Alfonso Reyes, Aguilar se adentra en los cantos homéricos y entrega los datos precisos de cómo ocurren las acciones heroicas; igual que Reyes, Aguilar nos hace evidente el valor de la enumeración y medita –en el proceso de creación de un poema– sobre la importancia de una metáfora; igual que Reyes, Aguilar se demora en la muerte de Patroclo y se apiada del despojo de Héctor y del dolor de su padre Príamo y de este modo se apiada de él y de sus lectores. Pero lo que en Reyes es sólo el “...afán de interrumpir el cuento/ y dar a mi relato algún respiro” en Aguilar se ha transformado –tal vez como un homenaje al autor de Ifigenia cruel– en un seguimiento minucioso y en la demostración, sobre el terreno de la escritura, de que la poesía es en buena medida una aritmética y también, como decía Gilberto Owen, una precisión algebraica. Contar en la poesía no sólo estaba dirigido a contar un cuento y medir sílabas para cantar –tan importante una cosa como la otra, en contra de lo que creen los sordos que son incapaces de escuchar el pulso que gobierna a cada ser y desde luego a las palabras– sino también para dar fe exacta de la realidad y establecer semejanzas reveladoras. En Las cuentas de la Iliada... Aguilar ha ejecutado, de una forma prístina, una apropiación que no podemos dejar de admirar por su exactitud y porque nos muestra la actualidad de las metáforas perdidas en la lejanía del silencio o en la proximidad del ruido contemporáneo.

En cambio, en ... otras cuentas, aparece un mundo totalmente diferente. Desde luego, no sería posible sostener que ha desaparecido –más que el “intertexto”– la cita y el comentario a otras obras de la poesía. Tampoco se ha eliminado el ejercicio vertical de sopesar la realidad con un pensamiento o establecer no tanto un balance como una proporción de lo que se va y de lo que se queda en nuestra vida. Y mucho menos ha sido descartada la fuerte concreción del lenguaje en los términos de saber que al escribir las voces inevitablemente varían en una “sintaxis rítmico permutatoria” –como dijo de manera rimbombante Haroldo de Campos. Sin embargo, en ... otras cuentas, el yo del poeta toma de manera directa la palabra. A partir de este momento, los poemas adquieren un intenso matiz coloquial y confesional y descubrimos, si no la existencia del autor que nos habla, sí un punto de vista deliberado y engañosamente inmediato y sencillo. El habla y la sinceridad constituyen los dos recursos principales de construcción del poema. Contar como el que le habla a un amigo o a la mujer amada en una conversación en la que de lo que se trata es de exponerse, mostrarse, abrir el corazón. Esta poesía vuelve a indagar en el sentido de la metáfora pero ahora el autor lo hace estableciendo analogías sorpresivas pero con palabras de nuestro vocabulario contemporáneo, en una plática y en la sinceridad. Se trata no de contar el cuento que sucedió hace mucho tiempo sino lo que está sucediendo ahora. Y en esa lectura vemos que la ironía de la charla, la decisión de decir la difícil verdad –sólo comunicable por una laboriosa ligereza–, el símil tan evidente como inesperado también nos ayuda a explicarnos a nosotros mismos y que la dicotomía de las plumas Mont-Blanc y las plumas Bic nos sirve para explicar nuestras propias dualidades y para sacar nuestras propias conclusiones.

Es muy difícil decir qué parte del libro nos ha gustado más, porque si en el primer capítulo el enmascaramiento agrimensor que enumera los caballos, los escudos y las lanzas de los aqueos y los troyanos nos devuelve a una acción fundamental no sólo para la literatura sino para cualquiera que comprenda el sentido espiritual de las acciones físicas, en el segundo el ejercicio de desembozar al sujeto nos permite echar luz en nuestras propias cuitas. El problema es que Las cuentas de la Iliada y otras cuentas, las cuentas de las Mont-Blanc y las de las Bic –dos platos fuertes de muy distinta índole– están reunidas y crean más que una armonía, una dificil coexistencia entre dos libros diferentes, tan bueno uno como el otro.