Directora General: CARMEN LIRA SAADE
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Domingo 22 de noviembre de 2009 Num: 768

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El 7 de septiembre
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MIJALIS KTSARÓS

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RICARDO YÁÑEZ entrevista con ALBERTO ESTRELLA

La tía Lillian
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Antonio Cisneros: es animal el poema
JOSÉ ÁNGEL LEYVA

La conjura de los necios: cuarenta años de la muerte de John Kennedy Toole
RAFAEL REY

Umberto Eco: el poder de la insolencia
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Antonio Cisneros:
es animal el poema

José Ángel Leyva

El nombre de Antonio Cisneros se asoció en México, durante mucho tiempo y casi de manera exclusiva, a Canto ceremonial contra un oso hormiguero. Me atrevo a pensar que algo semejante ha ocurrido en el resto de América Latina, no obstante que Destierro, David, y Comentarios reales tienen fechas de publicación de 1961, 1962 y 1964, respectivamente. Sospecho, con el deseo de equivocarme, que aún repica el enigmático título al nombrar al poeta peruano. La mencionada obra puso en circulación su poesía en sectores ávidos de novedades y de lo diferente. Cisneros y Rodolfo Hinostroza son con certeza los dos poetas de esa generación más conocidos y leídos por los jóvenes mexicanos que hacen de la poesía un oficio y una profesión –además, no sólo son ganadores de becas y premios, también son insaciables y acuciosos lectores, razón por la que tienen noción clara de la poesía peruana.

Aún recuerdo la vieja y maltratada edición (¿pirata?) de Canto Ceremonial … a las afueras de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Fue mi primer encuentro con Cisneros. El libro estaba en pésimas condiciones, tanto que reescribí con bolígrafo la deslavada tipografía; quizás también adiviné e improvisé algunas palabras invisibles. Eran los primeros años de 1990. Pocos lectores sabían en mi entorno del ganador del Premio Casa de las Américas en 1968, no obstante que había estado en Querétaro en 1987. La poesía de Cisneros, intertextual, coloquial, ácida, trepidante, con emergencias imprevistas y cortes de sentido, abrió un sendero en mi imaginación y en la noción del uso de las palabras.

No fue sino hasta que inicié la serie de entrevistas de poeta a poetas: Versoconverso y luego Versos comunicantes cuando Cisneros entró en el cauce de nuestro proyecto editorial. Inés Westphalen y su esposo, el artista plástico mexicano, Marcos Límenes, me dieron las pistas para comunicarme con Cisneros, quien tuvo una relación muy estrecha con esa otra figura peruana reconocida en México, Emilio Adolfo Westphalen. A las antologías se sumó la conformación de un número de la revista Alforja dedicado a la poesía del Perú. Por fortuna lo encontraría en 2004, en el Festival de Poesía de Bogotá. Desde entonces la comunicación fluye y se enriquece.

En México hay poco más de tres ediciones de Cisneros, entre las que destacan la antología del Fondo de Cultura Económica, De noche, los gatos. Poesía 1961-1986, editado en 1989, y Un crucero a las Islas Galápagos. Nuevos cantos marianos (Aldus, 2005), y A cada quien su animal, publicado por La Cabra Ediciones , en su colección Azor, en el 2008, con prólogo del poeta colombiano Juan Manuel Roca. Las visitas de Cisneros a México han incrementado su frecuencia y hoy en día goza de numerosos lectores, si por numerosos se puede calificar a esa franja siempre estrecha de visitantes de los libros de poesía. Quizás en gran medida por ello, en octubre pasado el encuentro Poetas del Mundo Latino, con casi veinte años de existencia, se dedicó a él.

En la obra poética de Cisneros hay varias constantes: lo religioso, lo histórico, el viaje, la familia, las ciudades, pero sobre todo la isotopía zoológica domina en cada uno de sus ámbitos y épocas. Ya desde Canto ceremonial contra un oso hormiguero deja sentir la presencia de un imaginario donde un zoo muy particular habla por sí mismo, exige condición humana y a la inversa, reclama la comparecencia de la bestia en la escritura. Entre el fogonazo de la ironía y los requiebres del humor, Cisneros despliega sus poemas con el sortilegio de la inteligencia y la erudición, con desenfado aparente que inflama el efecto revelador de sus versos.

Las diversas actividades y oficios del escritor parecen darse cita en su obra poética, el periodista, el académico, el traductor, el guía turístico, el padre de familia, el aficionado al futbol y a la cerveza. Los discursos confluyen y se entreveran con sus diversos registros vivenciales e intelectuales, con la ternura y el sarcasmo que impulsan las imágenes cisnereanas. Canto ceremonial contra un oso hormiguero despliega un vasto y complejo tejido cosmopolita que va de la crónica doméstica y las costas peruanas, hasta mares encabritados, acantilados y verdes paisajes de Gran Bretaña o Francia, con alusiones a distintas geografías y circunstancias históricas. Canto ceremonial es una larga travesía por los ancestros, la épica marxista diluida en su propia desacralización y su versión caribeña, donde figura Fidel Castro y sus consignas; corren también las ilusiones de conocer mundo a los veinte años, las proas de los barcos avistando tierras. Una época en la que aún se pueden hacer viajes en buques trasatlánticos. Así lo narra en Ciudades en el tiempo (Crónicas de viaje), cuando se embarca rumbo a Inglaterra en una nave con bandera griega; no hay cabida para los colores estridentes del pop y la psicodelia sesentera, sólo la rutina del largo viaje y la conversación elemental de sus tripulantes. Canto ceremonial es una Babel con mapa de la historia íntima del autor que no nos permite el extravío; nos conduce por los recovecos de su lectura del mundo, de sus lecturas, para luego llevarnos hasta ese universo interior de la fábula de Jonás y de los desalienados, y finalmente montarnos en la duras tierras del Perú y su “Crónica de Chapi”, sobre la muerte y sus motivos.

Con un tono diferente, no del todo opuesto al de Cisneros, los poetas mexicanos Eduardo Lizalde y Marco Antonio Montes de Oca, nacidos en 1929 y 1932, respectivamente, escribieron poemas de largo aliento vinculados a una visión de la época, a un estado de ánimo que refleja la confusión y el desconcierto, al tiempo que un conflicto entre el nombre y el objeto, entre la palabra y la realidad, el freudismo y el marxismo, la filosofía y el acontecimiento callejero, la academia y la taberna. Ruina de la infame Babilonia, de Montes de Oca, fue publicada en 1953, y Cada cosa es Babel de Lizalde en 1966. Este último imbuido en el pensamien to del Tractatus Logico-Philosophicus, de Wittgenstein. Las coincidencias son mayores, por supuesto, entre los mexicanos –inventores de poeticismo–, y escasas si se quiere entre éstos y el peruano. No obstante el ritmo digresivo de Cisneros y su aparente distanciamiento de lo formal, hay, como en los primeros, una navegación por los tópicos generados por la Guerra fría y el existencialismo, el Primer y Tercer Mundo, las vanguardias estéticas y el fin de sus banderas, el cuestionamiento a una civilización que se preocupa más por tener que por ser, como lo expresara Erich Fromm. Cisneros lo dice así: “Oh tu lengua/ cómo ondea por toda la ciudad/ torre de babel que se desploma/ sobre el primer incauto/ sobre el segundo/ sobre el tercero/ torre de babel/ tú/ que en 1900 fuiste lavado por tu madre en el mar de La Punta / .../ y ahora océano de babas/ vieja abadesa/ escucha/ escucha mi canto/ escucha mi tambor/ no dances más.”

La idea de hacer una búsqueda en la obra de Antonio Cisneros para poner al descubierto al animal que lo habita, nace de ese encuentro inevitable con un censo profuso de bestias y criaturas, no como la prosopopeya de la fábula, sino como entes de la cultura y del paisaje con los que el hombre convive, se identifica, se compara. Desde una ballena hasta los bichos más pequeños.

A cada quien su animal es una compilación de poemas ligados a la íntima relación de Antonio Cisneros con un zoo pleno de significados existenciales, amorosos, familiares, oníricos, culinarios. No se trata de un bestiario, sino del ámbito donde Jonás viaja, ama, sufre, vive y reconstruye su historia. Podría decirse que es una especie de diario en el que reconocemos el paso de la historia, la propia y la colectiva. Lo doméstico se entrecruza con el paisaje y éste tropieza con los enseres de una aldea global.

Este libro recoge las pistas de los símbolos y signos que hacen posible acompañar al poeta en su viaje por el tiempo, por la fauna de su reino. Como él, nos contemplamos desde esa perspectiva que nos traza en “La araña cuelga demasiado lejos de la tierra.” Tal vez uno de los poemas más próximos a la visión del poeta de sí mismo y de su entorno: “La araña cuelga demasiado lejos de la tierra,/ tiene ocho patas peludas y rápidas como las mías/ y tiene mal humor y puede ser grosera como yo/ y tiene un sexo y una hembra –o macho, es difícil saberlo en las arañas– y dos o tres amigos,/ [...]/ la araña cuelga demasiado lejos de la tierra/ y ha de morir en su redonda casa de saliva/ y yo cuelgo demasiado lejos de la tierra/ pero eso me preocupa: quisiera caminar alegremente/ unos cuantos kilómetros sobre l os gordos pastos/ antes de que me entierren,/ y ésa será mi habilidad.”

No hay prácticamente un libro de Cisneros que no aluda o contenga una presencia zoológica, porque hasta la enfermedad y la muerte son parte de ese reino: “Poco ruido hace el cáncer cuando masca,/ y a pesar de su gran rabo la culebra/ aplasta siempre en el lugar preciso./ Sobre cada muerto los animales canta.” (“Dos sobre zoología”, en Agua que nos has de beber). Con lucidez implacable el poeta convierte en crónica de apariencia ingenua lo que es de suyo cruel y chocante, como el pavo descabezado de Chilca, los cangrejos hundidos en el agua hirviente o las manadas de azúcar en la estepa de la sangre del diabético, al lado de las agujas hipodérmicas, los hospitales, la piel naranja lacerada por el pinchazo, la santidad de un obispo pederasta ante los ojos lascivos de las beatas. Un humor bestial se acuna y se diluye en versos donde Cisneros colma de ternura cada página, como “Nieves de mi juventud” donde asocia la sal con el frío, la familia, la infancia, o “El puercoespín (el día que Soledad se fue al Perú)”, o “Los caballitos de la cala”, por mencionar algunos ejemplos.

La emoción bien temperada ofrece distintas visiones de un mismo canto. Sólo la voz de un gran poeta puede darnos esa posibilidad. La edición de su poesía en tres volúmenes, publicada por Peisa, Colombia, en 2000, nos permite asomarnos por ese monte, jungla, océano, en los que el poeta Cisneros deambula, bucea o vuela con su animalario de numerosos registros, que van desde un romance a la manera de García Lorca, o a manera de evocación del Inca Garcilaso con toda la tradición peruana, hasta un lenguaje libre y onírico, pero siempre lógico y brillante, como el de su amigo y maestro Emilio Adolfo Westphalen.

Concluyamos esta nota, que no sólo busca anunciar y justificar la publicación de una antología temática, A cada quien su animal (La Cabra Ediciones, México, 2008), sino desvelar de algún modo la riqueza formal y simbólica en la obra de Cisneros, con un fragmento de uno de sus poemas que me parece expone mejor su telúrica personalidad literaria: “Allá voy. Igual que un chancho viejo camino al matadero. Ancas de jabalí (cerdo peruano) y el dolor en la nuca que anticipa el tajo de la muerte. Y sin embargo, todo ese gran dolor sería lo de menos, si no fuera porque al volver los ojos al poniente, aparecen mis hijas, a lo lejos, en medio de la luz y los geranios. Entonces puedo verlas, atisbarlas, perdiéndose en la hierba para siempre, cada vez más lejanas, tan hermosas, con sus faldas floreadas y sus limpios cabellos secándose brillantes bajo el sol. (“El Bosque.”)