Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 22 de noviembre de 2009 Num: 768

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Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

El 7 de septiembre
AURA MARTÍNEZ

Mi testamento
MIJALIS KTSARÓS

Uno es muchos
RICARDO YÁÑEZ entrevista con ALBERTO ESTRELLA

La tía Lillian
JEANNETTE LOZANO

Antonio Cisneros: es animal el poema
JOSÉ ÁNGEL LEYVA

La conjura de los necios: cuarenta años de la muerte de John Kennedy Toole
RAFAEL REY

Umberto Eco: el poder de la insolencia
JORGE GUDIÑO

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Uno es muchos

Ricardo Yáñez
entrevista con Alberto Estrella

Afable, sencillo, ciertamente admirado por su público, Alberto Estrella, referencia obligada de nuestros escenarios y pantallas –veinticinco películas, una Diosa de Plata y dos nominaciones al Ariel– comparte con nosotros experiencias y pensares.

-Tu vocación por enseñar...

–La otra vez me preguntaban qué era la vocación y lo único que atiné a decir es: “No sé, pero la siento.” Yo lo que sabía es que dar clases me iba a fortalecer como ser humano y como actor. La actuación no se enseña, aunque se aprende. Un buen maestro no dice cómo hacer las cosas, no resuelve: da diferentes llaves y el alumno tiene que ir probando a ver cuál abre esa puerta donde va a convertirse en un ser creativo. Llegué a escuelas donde por intuición sabía que no era la manera en la que me iba a convertir en buen actor. Sabía que no se podía enseñar la actuación a partir de intentar ser otro. Aunque es el arte de la otredad, primero necesita uno conocerse para empezar a entender a otro. En El Círculo Teatral el planteamiento es: “conócete a ti mismo”. Tal vez por eso me hice actor, por esa necesidad de comprender más a fondo al ser humano, de entenderme, entender por qué uno o la gente sufre, por qué ama, se desenamora, tiene ambiciones de poder, puede ser la persona más generosa y de pronto la más mezquina. A través de la actuación va uno haciendo que alguien más pueda comprender esas cuestiones.


Como Rubén en Cabeza de Buda

La única manera de que alguien comprenda cómo es un personaje es a través de la identificación. Hay un error grande, creo, en muchos actores: uno intenta separarse del personaje para juzgarlo. Yo creo en acercarme lo más que se pueda para que la gente pueda identificarse y no juzgar desde un tercero. Los ejercicios aquí tienen que ver con cómo se ven realmente mis alumnos, no cómo desearían ser o cómo los ve otro. Una chica muy guapa decía: “Nariz muy ancha, ojos demasiado pequeños, una cadera tan ancha, piernas tan delgadas.” ¿Qué nos hace empezar a ser lo que otros dicen que somos y no lo que realmente somos? Otro ejercicio: ver, en alguien o algo, con lo que comúnmente se tiene contacto directo, cosas que no se habían descubierto. ¡Y una chica plantea que después de dos meses se da cuenta de que su novio tiene los ojos verdes! Nos separamos del contacto, nos negamos a ver, a escuchar. Y una de las funciones fundamentales del arte es confrontar a la gente para recordarnos que seguimos siendo humanos.

–¿Cómo fue tu relación con Héctor Mendoza?

–Para mí fue una revelación maravillosa ser alumno del maestro Héctor Mendoza, uno de los maestros más importantes, no sólo en México. Con él realmente descubrí qué es la vocación de actor, cómo desarrollarla. Llevábamos varios meses y nos separó en tres grupos. “Los separé así: gente que yo creo (no afirmaba, decía ‘yo creo') tiene un gran talento (no estaba yo en ese grupo); acá los que considero que no y son flojos.” No estaba yo tampoco en ese grupo. Y les dijo: “No quiero verlos en mi clase, fuera.” Y luego, al grupo en el que estaba: “No sé si tienen un gran talento, pero ¡cómo trabajan! y son con los que quiero trabajar.” Y a los talentosos: “Cuidado: el que tiene mucho talento se puede llegar a confiar y puede llegar a ser flojo.” Se necesita luchar por lo que uno cree y quiere. Yo le dije a mi padre, tenía catorce años, imagínate: “Quiero ser actor.” No sabía yo qué era, no entendía muy bien, pero lo que sí sabía es que lo quería hacer. Eso yo nada más lo puedo llamar vocación. ¿Cómo se le denomina a algo que no sabes a ciencia cierta qué es, pero te gusta, que no sabes cuál es el proceso pero quieres hacerlo, y que además estás verdaderamente entusiasmado con el hecho? Y lo decidí con una determinación que me sorprende aún.

–¿Con qué directores te has sentido muy cómodo?


Como pirata en una escena de la telenovela Pasión

–Con Arturo Ripstein entendí lo que era el cine. El cine es precisión. Puede haber emotivamente momentos de magia, de una entera verdad, que no se planean; sin embargo, todo lo demás debe estar perfectamente claro: uno debe llegar a una marca precisa, saber que su luz está en tal posición, que en tal momento tiene que avanzar hacia un punto porque ya se está haciendo el dolly, o se está en el plano secuencia, está la cámara a uno siguiéndolo. Uno debe saber el tiempo preciso, en qué momento suelta tal o cual texto, porque la cámara lo está esperando; esa parte técnica; además de lo más importante: estar en situación, con un carácter determinado y con la verdad de estar haciendo lo que se está haciendo. Yo lo considero mi maestro dentro del cine. Para realizar un trabajo creativo se necesita además de talento y esfuerzo, disciplina férrea, claridad. Uno debe saber, si no el resultado final, sí al menos parte del resultado. Debe ir con una claridad creativa en donde las cosas casi científicamente deben suceder. Y con Jaime Humberto. Otra manera de ver el mundo, de trabajo. Yo con Hermosillo tuve una de las experiencias más difíciles en mi carrera, pero también una de las que más me llenan, Exxxorcismos. Creo que muy pocos actores se habrían atrevido a realizar un reto de esta naturaleza, porque hay muchos prejuicios de por medio. Estuve a punto de desistir porque, sí, era una cuestión muy violenta en cuanto a arriesgarse como creativo, en donde uno no pone reservas, en donde uno se prueba realmente a ver si es verdad que como actor se está despojando de todos los prejuicios, de todo su pasado, para darle vida a un nuevo ser. Y por fortuna tuve la valentía suficiente para defender el hecho creativo y lo que yo creo que debe ser un actor: capaz de realizar cualquier personaje, de involucrarse en cualquier situación interesante, creativa, en donde –y es el mayor placer– uno deja de ser uno, hace uno presente a un ausente y está en la labor digna de un dios: crear un nuevo ser, y a ver si lo logra. Para ser creativo uno necesita de una gran generosidad, porque ofrece una visión de un mundo, una conexión que va más allá de lo que se escucha y ve. Es un acto muy íntimo la cuestión actoral, cuando realmente se realiza esta comunión con el público. Pero ¿cómo va a dar si primero no tiene? Y para hacerlo se necesita el apartarse. Yo me vuelvo bastante huraño, malhumorado en muchos momentos. No quiero ver mucho a la gente, sobre todo cuando uno no puede despojarse de uno para empezar a ser el otro. Uno necesita esa dosis de separación y pensar. Está uno no nada más con la cuestión de la memorización, que ya es bastante. Es análisis, confrontación con uno mismo; es una cuestión de entender y para eso necesita, sí, separarse.

–¿Qué me dices de los personajes?

–Las obras de teatro, las películas, están buscando a su actor. No es uno el que va a buscar tal trabajo, no es uno. Ahora estoy en una disyuntiva: tengo dos proyectos que me gustan mucho, pero se empatan en tiempo. Voy a dejar que el mismo proceso me jale hacia donde tengo que ir. Estoy en ese proceso, ya mucho más intuitivo, que era con el que empecé. Cuando uno empieza, como uno no sabe, se deja llevar mucho por la intuición. La preparación es fundamental, y la continuidad de la preparación. Y luego uno nuevamente vuelve a la intuición. Hace el análisis y todo, pero se deja llevar más. Cada personaje me ha dado un proceso y me ha ido descubriendo varios Albertos. Se va uno complementando con los personajes, va entendiendo cosas que no sabía que existían dentro de uno. Uno no va afuera y trae un carácter: va descubriendo dentro de uno eso que tenía allí escondido y lo empieza a hacer vivo, a través de la voz de otro, del autor o del director. Uno tiene que ir a la esencia de uno para descubrir que uno es muchos. En cada personaje se aprende, sobre todo en los que le imponen a uno un reto mayor.


Con María Rojo en una escena de Salón México

–Aparte de Mendoza y Ripstein...

–Manuel Montoro. Un gran maestro, muy generoso. Tuvo mucha paciencia conmigo, una paciencia infinita. La primera de tres obras que realicé con él fue El cambio, de Paul Claudel, muy compleja, mi primera obra realmente profesional. Él me llevó en ese viaje de entendimiento de otra forma, lo que no se enseña en las escuelas. Y desde entonces lo he consultado mucho. Hemos mantenido una cercanía, tanto en la cuestión creativa como en cosas prácticas de la vida. Es como mi gran mentor. Ana Ofelia Murguía y María Rojo dicen que fue su maestro de cine más que de teatro, porque tiene una precisión… ¿Cómo se puede hacer un close up en teatro? Montoro tiene esa facultad, de hacer que en ese momento uno se introduzca y parezca que se está haciendo un close up, una cosa magistral, mágica.

–¿Cómo ves la situación actual de la cultura en México?

–A pesar de mi optimismo, veo las cosas tristemente. Se habla de una crisis mundial. Más que económica creo que es de valores. A mucha gente no le interesa la labor cultural, creativa. Y no nos damos cuenta de que a través del arte encontramos, dentro de tanta oscuridad, una luz, sanación, consuelo, un motor para seguir adelante. Y creen que esto no es necesario, y no se dan cuenta que al quitar esta posibilidad la gente se vuelve más agresiva, más mezquina, menos comunicativa, menos creativa y más infeliz.