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No emperors, no kings

Las gigantescas movilizaciones de estos días en Estados Unidos han creado un clima opositor al gobierno de Trump. Foto
Las gigantescas movilizaciones de estos días en Estados Unidos han creado un clima opositor al gobierno de Trump. Foto Afp
30 de octubre de 2025 00:01

“¡Y todavía queremos emperadores o reyes! ¡Oh, hombres nacidos para la servidumbre!, como decía el emperador Sergio enhastiado de la vileza con que se prostituían a sus caprichos los senadores de Roma: O homines ad servitutem natos! Esto se querrían nuestros antiguos amos, eso se querrían todos los de Europa …Tener acá lo que llaman sus hermanos para mancomunar sus intereses, encorvarnos bajo su prepotencia, enervarnos con la profusión de sus gastos, y dividirnos en pequeños reinos según la máxima de Tiberio, para tenernos bajo su influencia, intimidarnos con sus amenazas, y mantenernos en el fango de la servidumbre. Divide ut imperes.”

El párrafo es de ese clérigo lancinante que fue Servando Teresa de Mier. En su experiencia –y en la de cuanto vasallo consciente haya sido y sea–, no le faltaba razón. Napoleón y Fernando VII le eran odiosos por razones comunes. En su patria se opuso al régimen imperial de Agustín de Iturbide y como diputado conspiró contra él y llegó a pedir su cabeza.

El antimperialismo del dominico regiomontano se tornó en denuncia: las potencias europeas reunidas en la Santa Alianza (la llamó “congreso de Napoleones”) amagaba con la reconquista de las colonias emancipadas de España. Como diputado refrendó su denuncia en 1823 adelantándose seis años al intento, si bien derrotado por las armas mexicanas, de la expedición española comandada por el coronel Barradas.

Doscientos años después, el amago de recoloniaje viene de otro imperio: el de Estados Unidos. A los países que no se alinean a sus intereses les ha declarado una guerra híbrida, imponiéndoles aranceles irracionales y revanchistas y amenazándolos o atacándolos militarmente.

En la primera etapa de esta guerra los ha calumniado hasta el hartazgo, a través de las empresas noticiosas corporativas de su país y de las que colaboran con ellas en la mayoría de los nuestros. Son narcoterroristas y los jefaturan sus gobernantes, en la jerga fabuladora de Donald Trump. En la mira más inmediata ha puesto a México, Venezuela y Colombia.

Cuenta para ello con una Europa patética y arrodillada, y con instituciones que legitiman sus ambiciones y poder, como el desfondado Premio Nobel.

En esa primera etapa cuenta también en varios países de América Latina y el Caribe con intelectuales mostrencos y políticos vendepatrias, que nunca faltan, para afianzar su acusación de narcoterrorismo y prácticas dictatoriales. Y, por supuesto, con gobiernos sometidos comercial, financiera, diplomática y militarmente a sus dictados. Los casos de Argentina, Ecuador y El Salvador son los más visibles. E igualmente, con partidos opositores que fincan su suerte en una posible invasión o en maniobras desestabilizadoras de Washington para ocupar o reocupar el aparato del gobierno. México y Venezuela son ejemplos harto ilustrativos en este sentido.

Las gigantescas movilizaciones de estos días en Estados Unidos han creado un clima opositor al gobierno de Trump que puede tener varias desembocaduras: alguna podría restarle poder y capacidad de maniobra no sólo en el interior sino en sus avances militares hacia un mayor dominio y sujeción del subcontinente; otra emite señales de lo que ya se ha empezado a calificar de guerra civil.

En ese proceso, la oposición militante y no militante ha acuñado una consigna referente al carácter autoritario, fascistoide y macartista de Trump, quien actúa a fuer de monarca: “No kings”. En los discursos de alcaldes, gobernadores y líderes del movimiento se dibujan contornos emancipatorios, antifascistas y –lo más destacado– de izquierda, inclusive de izquierda anticapitalista en un primer grado de expresión.

En un lenguaje más radical, Brandon Johnson, el alcalde de Chicago, ha llamado a la rebelión. “Si mis antepasados, como esclavos, pudieron liderar la mayor huelga general en la historia de este país (…) nosotros podemos hacer esto hoy. Estoy llamando a toda la gente negra, a la gente blanca, a la gente morena, a la gente asiática, a los inmigrantes, a la gente gay de todo este país, a levantarse contra la tiranía”. Y en esta misma senda, el senador Bernie Sanders, que se ha convertido en la voz más escuchada del movimiento, ha desplegado toda una pedagogía de lo que significa la concentración de la riqueza en el uno por ciento de la población y el poder dominante en manos de la oligarquía estadunidense.

Una oligarquía a la que pertenecen los empresarios civiles y los empresarios militares de mayor jerarquía: el peligroso binomio bélico que rige al Estado de la Unión Americana.

La modernidad (capitalista) nace colonial, racista e intolerante con la llegada de los europeos a América y la expulsión de España de musulmanes y judíos. Su principio fundacional, dice Katya Colmenares –de la corriente de Enrique Dussel– es el ego. El ego individualista de vocación destructora de la comunidad y lo diferente que animó a los Borgia, los Trastámara, los Austria, los Borbón, los Hannover-Windsor, los Bonaparte, los Hitler, y ahora a los Netanyahu y los Trump.

No dudemos: en el proyecto trumpista late un segundo Plan Cóndor para América Latina y el Caribe: invasión, golpes de Estado, dictaduras, asesinatos selectivos, torturas, desapariciones. Muerte.

¿Los gobiernos progresistas y de izquierda ya toman nota como para hacer llegar al ánimo de las organizaciones políticas en lucha y al público en general de Estados Unidos la idea de que si ellos rechazan cualquier rey en su país, nosotros rechazamos cualquier emperador en los nuestros? ¿O están ocupados, como la diputación mexicana, en organizar pachangas en su tarea de fortalecer la “revolución de las conciencias”? Porque igual que el imperio español en la época del conde de Aranda, el estadunidense de nuestros días sigue implementando la máxima, criticada por Mier, de mantener la unidad de las que considera sus colonias manteniéndolas divididas.

Y que esto tiene que ver con su política interna.

Preciso sería aprovechar la sensibilidad abierta de la sociedad estadunidense para hacer llegar a ésta el mensaje de que la libertad, la igualdad, la justicia y otros valores de la democracia no son privativos de ningún país y de que su defensa en los nuestros forma parte de un ejercicio más cabal en el suyo.

Repetir, repetir hasta la saciedad su consigna y también la nuestra: ni reyes ni emperadores.

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