La historia de los premios Nobel, parafraseando a Forrest Gump, es como una caja de bombones, nunca sabes lo que va a tocar. Lamentablemente, lo dicho tiene truco. La cantidad, forma y relleno están predefinidos. Sorpresas las justas. Hay reglas y se deben respetar. Ahora les mencionaré cinco nombres, tres mujeres y dos hombres.
Ellos tienen mucho en común: rechazan el marxismo, son devotos de la economía de mercado, partidarios de la OTAN, y su espectro ideológico va del conservadurismo a la socialdemocracia, confluyendo en su crítica al comunismo. Ellos han sido dotados de un poder especial, son los designados por el Parlamento noruego para otorgar el premio Nobel de la Paz. Se trata de Jorgen Watne, Asle Toje, Anne Enger, Kristin Clement y Gry Larsen. En este sentido, sus preferencias y opciones tienen límites. Así ha sido siempre, resultando indiferente la disciplina del galardonado.
Fritz Haber, considerado el padre de la guerra química, fue distinguido con el Nobel de Química en 1918. Miles fueron las víctimas del gas dicloro. Una muerte dolorosa y lenta. Sus efectos se extendían a todo ser viviente. Pero ello no fue razón suficiente para que el jurado lo eliminase de la lista. Por el contrario, junto con su colega Carl Bosch, ambos germanos, recibían la presea por la síntesis del amoniaco.
Durante la ceremonia de entrega, el físico neozelandés Ernest Rutherford, poseedor del Nobel de Química (1908) por su estudio sobre las ondas alfa, beta y rayos gamma, unido a su modelo atómico, dejó boquiabiertos a los presentes. Cuando Haber fue a estrecharle la mano, le retiró el saludo. Según el físico, Haber no era merecedor del Nobel y lo expresó públicamente.
Podríamos señalar que los Nobel están sometidos a continuas sospechas y escándalos. El ejemplo evidencia que no hay disciplina exenta de dudas sobre sus beneficiarios. Empresas farmacológicas, industrias de la tecnología médica, laboratorios de física, química o biología, ligados a las grandes compañías trasnacionales, presionan para la concesión a sus protegidos. Hay millones de dólares en juego.
En cuanto al Nobel de Literatura, las editoriales tratan de incidir para que la academia sueca se decante por sus autores. En 2018, los escándalos de abusos sexuales de Jean Claude Arnault, conocido como el “Harvey Weinstein de los Nobel”, sacudieron la academia y el Nobel de Literatura no se concedió ese año. De sus 18 miembros, habían dimitido ocho.
Ahora, detengámonos en los agraciados con el Nobel de la Paz. Muchos son piezas de un engranaje. En ocasiones es un insulto a la paz. Pero, si quienes deciden, ya lo hemos visto, comparten valores belicistas, la paz es una excusa para apoyar personas o instituciones en función de las coyunturas del momento.
Hagamos memoria. En 1973, Le Duc Tho, general del ejército vietnamita, se negó a recibir el Nobel de Paz otorgado junto a Henry Kissinger. Su dignidad impedía aceptarlo. Kissinger era responsable del lanzamiento del agente naranja para destruir las fuentes de alimentos de la población civil en Laos, Vietnam y Camboya. Sin olvidarnos de autorizar el uso de bombas del napalm. La foto de la niña Phan Thi Kim Phuc el 8 de junio de 1972, con su cuerpo desnudo incendiado por la gasolina gelatinosa, sintetiza sus consecuencias. Suma y sigue.
Cuatro presidentes estadunidenses: Theodore Roosevelt, Woodrow Wilson, James Carter y Barack Obama, dos vicepresidentes, Charle Gates Dawes y Al Gore, y cómo no, el general George Marshall, son poseedores del galardón. ¿Cómo no entender la obsesión de Donald Trump por entrar en este selecto grupo?
Algunas excepciones han sido Martin Luther King, Nelson Mandela, Adolfo Pérez Esquivel, Yasir Arafat o Rigoberta Menchú. Eso sí, Nelson Mandela y Yasir Arafat lo recibieron junto a sus victimarios. Nada es casual en los Nobel de la Paz. Si acceden a la lista de los galardonados, verán patrocinadores de la guerra, combatientes anticomunistas y políticos cuyas decisiones tienen tras de sí muchos cadáveres. En esta lista, un ausente Mahatma Gandhi, asesinado en 1948.
Sin caer en teorías conspiranoicas y en la trampa diseñada por los estrategas de la comunicación afincados en la Casa Blanca y el Pentágono, haciendo creer que Donald Trump debía ser el beneficiario en 2025, mientras las encuestas le otorgaban un 3 por ciento, forma parte del espectáculo mediático.
La decisión para que recayese en la venezolana María Corina Machado se tomó, al menos, con un mes de antelación. Su objetivo, al igual que sucediera en 1983, con su entrega a Lech Walesa, es crear las condiciones para desestabilizar el orden político. No menos lo fue la entrega al ex presidente de Costa Rica Óscar Arias en 1987, quien dinamitara el proceso de paz de Contadora, permitiendo el establecimiento de la contra en su territorio, al tiempo que apoyaba a Ronald Reagan y Henry Kissinger en su proyecto de paz bipartidista para Centroamérica.
Las cartas están marcadas. María Corina Machado podrá patrocinar la guerra y la invasión a su país con el Nobel de la Paz bajo el brazo. Invitada en España por el grupo Prisa, será recibida con honores en Barcelona, dentro de los encuentros con dirigentes europeos. Su trayectoria ha sido expuesta con claridad en La Jornada por Luis Hernández Navarro en su artículo “María Corina Machado y la democracia de las cañoneras”.
Y para incrédulos, no se puede descartar que Donald Trump siga presionando. Contará con grandes apoyos, entre otros, de la vicepresidenta de la comisión Asle Toje, quien asistió a su toma de posesión. Militante antiabortista y directora de investigaciones en el Instituto Nobel. Sin duda, tiene a una ristra de palafreneros.
La dedicatoria de María Corina Machado a Donald Trump es síntoma del futuro que nos espera. Eso sí, hay muchos que aplauden la decisión; no puede ser de otra manera.