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Jazz

17 de julio de 2025 07:51

Aunque nunca se dedicó exclusivamente al jazz, no cabe duda de que Miguel Peña ha sido uno de los más grandes jazzistas en la historia toda de este género en el país. Con una técnica impecable en la guitarra, un espíritu por demás sensible a la hora de componer o arreglar los temas de su amplísimo repertorio, y una dedicación absoluta a la docencia y a sus propios estudios, que nunca abandonó en instante alguno, el maestro ha dejado una huella indeleble entre músicos, melómanos e historiadores.

Miguel Peña falleció en pasado 12 de julio en su casa de Jardines de Coyoacán, después de haberse retirado en 2022 a causa de un segundo infarto al corazón y de un previo infarto cerebral. Pero la historia ya estaba escrita.

Miguel Peña Tovar nació el 5 de mayo de 1938 en Navidad, Jalisco. Tres años después, la familia emigró al Distrito Federal, al barrio de Tacubaya, y es ahí donde su papá, Ramón Peña Ramos, le dio sus primeras clases de guitarra. El niño continuó tomando clases con el guitarrista Agustín Aguilar y en la adolescencia ya tocaba en fiestas y serenatas música de Los Tres Ases, Los Panchos y boleristas por el estilo; empezando también a dominar un amplio repertorio de rumbas, tangos, sones y chachachás. Aunque ya desde aquel entonces, el joven guitarrista evidenciaba una fuerte atracción por la música de jazz.

Miguel decía que había estudiado en la Universidad de los Cocolazos, lamentando no haber terminado su carrera en la Escuela Nacional de Música –donde tocaba temas de Heitor Villalobos y Agustín Barrios Mangoré–. No obstante, iniciando su vida profesional, era de los pocos guitarristas de la época que podía leer una partitura a primera vista. En 1965 se integró a la orquesta de Lupe López y poco después empezó a ser llamado por otras grandes bandas, como las de Ismael Díaz, Pablo Beltrán Ruiz, Chucho Ferrer, Rubén Fuentes y un muy largo etcétera.

Nunca le gustó recurrir a los efectos en la guitarra; y aunque dominaba por igual la acústica y la eléctrica, siempre prefirió los sonidos acústicos. En algún momento llegó a utilizar chorus o delay en la electroacústica, pero en 90 o 95 por ciento de sus presentaciones, el maestro aparecía con una guitarra acústica "pelona", como él mismo se refería a su instrumento.

Dados los múltiples conciertos y grabaciones que tenía en todo momento, Miguel poseía un verdadero arsenal de instrumentos, empezando por varias guitarras de seis cuerdas y algunas de 12; además de haber aprendido a tocar el banjo, la vihuela, la mandolina, la jarana, un bajo sexto y el mosquito veracruzano.

En los terrenos del jazz, Miguel Peña empezó pronto a tocar con los grandes de aquella época, los pianistas Mario Patrón y Enrique Nery, y los saxofonistas Rodolfo Popo Sánchez y el Kennedy Noriega.

Fue admirador confeso de guitarristas de jazz como Barney Kessel, Wes Montgomery y Joe Pass, de donde abrevaba colores, gestos y juegos armónicos, manteniendo, obviamente, sus propias rutas y un estilo propio y elegante. Pero el maestro era implacable con la autocrítica y con cierta regularidad declaraba que nunca había tenido grandes dotes como improvisador, y que eso lo frustraba tremendamente.

No obstante, en 1989 fue invitado a integrarse al famoso grupo Astillero y grabó con ellos el álbum Nostalgia por el futuro, donde incluyeron dos de sus composiciones: Mestizo y Pueblerina, temas que volvería a grabar dos años después con El Duetto, al lado de Víctor Ruiz Pazos, el célebre Vitillo, en un proyecto que sólo duraría tres años y tres discos, pero con el cual lograron escribir una de las más bellas páginas en la historia del jazz mexicano, construida con una procesión de nuevos diseños para la música tradicional mexicana y una interminable secuencia de sutilezas que se extendía en cada uno de sus conciertos.

El ciclo que realizaron en el Arcano hizo época. En cierta ocasión que Vitillo no pudo llegar a este club por cuestiones de salud, Peña ofrecía disculpas y ya se disponía a partir, cuando Paco Galindo, dueño y director del Arcano, lo convenció para que se presentara en plan solista. El resultado fue una ovación con todo el público aplaudiendo de pie.

Es triste que las nuevas generaciones de jazzófilos, en su mayoría, no conozcan estos fragmentos de la historia, que no sepan de Miguel Peña, de los andares en su carrera, de los cantares en su guitarra.

Algo habrá que hacer. Algo tenemos que hacer. Pero el tiempo es implacable, y los días se obstinan en terminar cada 24 horas.

Salud

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Miguel Peña 1938-2025.
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