En su avidez de dinero e ignorancia religiosa los dirigentes del organismo internacional Peta o Personas por el Trato Ético a los Animales, iniciaron una nueva estrategia de persuasión para su causa (protección de animales de compañía y de toros de lidia, los demás que se salven como puedan y sin tocar la cadena alimentaria) al colgar y proyectar mensajes luminosos en la fachada del Palacio Apostólico del Vaticano, residencia del flamante papa León XIV, solicitando que prohíba las corridas de toros, no su ejecución en los rastros.
Encabritada su imaginación, los Petos se sacaron de la manga consignas tan sólidas como: “200 mil católicos –¿o eran más?– ruegan que termines con los toros” o "las corridas de toros son un pecado", sin entender que uno de los pecados más repugnantes a los ojos del Supremo es la estupidez humana. Ya encarrerados, los Petos proyectaron escenas donde ponen al mismísimo Jesús haciéndole el quite a un torero o a la Virgen María llorando junto a un toro herido. Ilimitados sus niveles de hipocresía y manipulación.
Si no fuera por los 50 millones de dólares que Peta recibe al año para proteger animales urbanos y acabar con la tauromaquia –las industrias alimentaria, veterinaria y de confort para mascotas superan los ingresos de una firma como la cosmética– no se explica uno este despliegue de sandeces en favor de su retorcida causa de salvar mascotas para salvar al mundo. Como dijo el jurista: "Hay que seguir la ruta del dinero", no sólo la de las omisiones y desviaciones de los taurinos ante la deidad táurica, incluido su negligente silencio.
¿Por qué estupidez de Peta recurrir a la cabeza de la Iglesia católica para "salvar" a los toros de su lidia en la plaza si estos bovinos "sienten" como cualquier humano que tenga piel de toro? Pues porque la obra divina no quiso igualar a racionales e irracionales y menos otorgarles los mismos derechos a unos y a otros. Vaya, porque un gallo de pelea no fue hecho "a imagen y semejanza de Dios"; el gallero sí, salvo la opinión de los teólogos. Si a ello añadimos la extrema cautela de todas las religiones para darle a los animales un lugar, pero nunca el de los creyentes, se concluye que los falsos protectores de Peta tienen que desquitar la millonada que anualmente reciben, incluso haciendo el ridículo a las puertas de la casa del Papa. Pero es que el buenismo declarativo se volvió otro gran negocio. Por si faltaran.
Entrega es palabra muy seria, sobre todo entre personas conscientes. A diferencia de las declaraciones compasivas, entregarse es hacer donación del propio cuerpo, no como sometimiento, sino como creencia en la igualdad del otro para ofrendarle lo único que se posee realmente: uno mismo, desde lo más profundo hasta la epidermis, procurando no morir en el intento, pero con una disposición a darse que no tema disolverse, dejar de ser por unos instantes que se convierten en enloquecedora eternidad. De ahí la dificultad de amar y ser amado.
Todos creemos entregarnos; unos cuantos lo logran, en la vida y en los ruedos. De ahí el extraordinario mérito del queretano Diego San Román la tarde de su confirmación de alternativa en la Plaza de Las Ventas, frente a dos ejemplares de descompuestas embestidas. Con desbocada entrega de enamorado primerizo este Diego derrochó valor, serenidad, quietud y una absoluta certeza de la valía de su donación. Ojalá San Román entienda que atracarse no es hacerse del toro, que encimarse no es consentir, que arrimarse no significa mandar y que doblarse con oportunidad resta ímpetus a las embestidas para que su entrega sea menos azarosa.