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Milei y el doctor Caligari

 El presidente argentino Javier Milei (der.) canta una marcha militar junto a su hermana, la Secretaria General de la Presidencia, Karina Milei. Foto
El presidente argentino Javier Milei (der.) canta una marcha militar junto a su hermana, la Secretaria General de la Presidencia, Karina Milei. Foto Afp
28 de mayo de 2025 00:04

Uno. El resultado de las elecciones legislativas en la ciudad de Buenos Aires (18 de mayo) hizo encender luces amarillas frente a las de la provincia homónima y nacionales de medio tiempo, fijadas para septiembre y octubre. 

Dos. De un lado, el corrimiento de las derechas hacia la extrema derecha. Por el otro, el abstencionismo, un ganador inesperado (47 por ciento, lejos del 75 por ciento de 2001, cuando en las calles porteñas se gritaba: “¡Qué se vayan todos!”). 

Tres. Con aguachento 30 por ciento, los liberticidas de La Libertad Avanza (LLA) lideran ahora el cuarto distrito electoral del país, seguidos por una anémica coalición progre (peronista-kirchnerista, 27 por ciento), y otras fuerzas menores. 

Cuatro. Logro, sin duda, de la despolitización inducida mediáticamente, junto con las privatizaciones y destrucción del mercado interno iniciada por los presidentes neoliberales Carlos Menem y Fernando de la Rúa (1989-2001), frenada por Néstor Kirchner y Cristina Fernández (2003-15), retomada por el mafioso Mauricio Macri, contenida por el sátiro Alberto Fernández (2019-23) y ejecutada sin anestesia por la motosierra de Javier Milei. 

Cinco. En suma, actualizada antinomia argentina, que en octubre cumplirá 80 años: peronismo/antiperonismo; liberación o dependencia; patria o colonia; imperialismo o nación. Sólo que ahora, la CIA, el Mossad, el Comando Sur, y las corporaciones económicas trasnacionales gozan, como nunca, con patente de corso en todas y cada una de las instituciones de un Estado totalmente indefenso. 

Seis. Pero antes de seguir, mil disculpas a los que a finales de 2023, antes y después del insólito triunfo electoral de Milei, leyeron mi pronóstico de que el ungido por las “fuerzas del cielo” (sic), duraría poco en el cargo. Lo cual no excluye, claro, que en la residencia presidencial haya una ambulancia por si las moscas. 

Siete. El mes pasado, por ejemplo, tras oír gritos que provenían de la residencia, el coronel (r) Alejandro Guglielmi (jefe de la seguridad presidencial), comentó a su personal de confianza que vio al presidente corriendo por los jardines en paños menores, y gritando “¡me quemo!”, “¡me quemo!” Infidencia que en minutos llegó a oídos de Karina Milei, la poderosa secretaria general de la presidencia. 

Ocho. El chismoso coronel perdió la chamba. Sin embargo, en su descargo, convengamos que debe ser muy complicado trabajar a las órdenes de un gobernante que insulta a todo mundo, tuitea con desenfreno varias horas al día, consulta a un perro muerto, y depende de una hermana vidente que arroja las cartas del Tarot antes de iniciar las reuniones de gabinete. 

Nueve. Bien. No voy a seguir con eso, ya que mis conocimientos de siquiatría son nulos. Pero mientras revisaba los incontables chismes falsos o reales divulgados por amigos y enemigos de Milei (y que para cualquier iniciado en comunicación responde a una política de distracción masiva), me crucé en YouTube con El gabinete del doctor Caligari, filme de culto del cine mudo, dirigido por el alemán Robert Wiene (1920). 

Diez. Recordé, entonces, que de 1929 a 1931 funcionó en Buenos Aires el primer cineclub argentino, animado por el legendario director León Klimovsky, y jóvenes como Jorge Luis Borges, el crítico de arte Jorge Romero Brest, o el historiador José Luis Romero. Entre los filmes proyectados figuraban El acorazado Potemkin, Octubre, Iván el terrible, y El gabinete…, uno de los más debatidos durante la república de Weimar (1918-33). 

Once. La crítica europea de la época calificó El gabinete… de “primer verdadero filme de terror”, ya que “ninguna película ha llegado jamás a una visualización tan original de la demencia”. Pero estoy seguro que nadie de los que asistieron a su estreno en Buenos Aires, imaginaron que una suerte de doctor Caligari llegaría, por vía democrática, a presidir el país con 56 por ciento de los votos. 

Doce. ¡Ojo! No estoy igualando a Caligari con Milei. En la ficción, Caligari es el respetable director de un manicomio que, por las noches, se convierte en hipnotista y asesino. Y en la realidad, Milei encarna el colapso moral y físico de una sociedad fuera de balance. Como fuere, ambos muestran el contraste entre cordura y demencia y, por tanto, la puesta en cuestión de la propia noción de cordura. 

Trece. El gabinete… incursiona en los deseos reprimidos, los miedos inconscientes y las fijaciones desquiciadas de la sociedad, transmitiendo al espectador una sensación de ansiedad, terror, y la impresión de estar dentro de la mente de un loco. Y los trolls de Milei ejercen su control sobre las mentes y acciones de los débiles, propiciando el caos moral y social. Por ende, es posible que partidarios y opositores del presidente argentino padezcan cierto grado de insanidad. 

Catorce. A más de un siglo de creado, El gabinete del doctor Caligari hace rechinar los dientes, interpelando la incertidumbre y miedos que han vuelto a inquietar la política occidental. O dicho en palabras del alemán Siegfried Kracauer (1889-1966), “la subconsciente necesidad de un tirano, y la renuncia a rebelarse contra la autoridad” (De Caligari a Hitler, 1947).

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