La Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) expresó ayer su "profunda preocupación" por la escalada belicista entre India y Pakistán que comenzó el pasado 22 de abril, cuando 28 personas murieron y más de 20 resultaron heridas en un ataque perpetrado en Pahalgam, en la porción de Cachemira bajo control de Nueva Delhi, y que las autoridades indias atribuyeron a facciones islámicas alentadas por Pakistán; en respuesta, se expulsó a los representantes diplomáticos de ese país, retiró a los suyos de Islamabad, interrumpió la concesión de visas, cerró la frontera común; asimismo, suspendió la aplicación de los acuerdos bilaterales de manejo de aguas, lo que causó inundaciones y sequías en el lado paquistaní. En los días siguientes, los ejércitos de ambas naciones intercambiaron disparos en la línea fronteriza, y el martes pasado el gobierno indio lanzó ataques con misiles sobre localidades situadas en la Cachemira bajo control del país vecino. En respuesta, Pakistán bombardeó puntos situados al este y sur de la línea de control que separa a ambas potencias.
La escalada es, en efecto, alarmante, no sólo por lo intrínsecamente indeseable de cualquier confrontación armada, sino por dos circunstancias críticas: por un lado, una nueva guerra entre India y Pakistán vendría a sumarse a la que ya se desarrolla entre Ucrania y Rusia, al genocidio que el régimen de Tel Aviv perpetra contra la población palestina de Gaza, a los amagos entre Israel e Irán, al desorden provocado por el empeño de Donald Trump en redefinir el orden mundial, a los diversos conflictos que tienen lugar en África, a las tensiones en el mar de China entre la determinación de Pekín de reintegrar Taiwán a su soberanía y los afanes separatistas de esa isla autogobernada. En ese contexto planetario, una cuarta guerra entre las dos naciones asiáticas mencionadas acentuaría sobremanera la volatilidad y la inestabilidad por las que transita la comunidad internacional.
Pero el aspecto más preocupante del conflicto en ciernes es el hecho de que sus dos protagonistas poseen sendos arsenales nucleares, lo que coloca al mundo ante la perspectiva de una guerra que podría desembocar en un holocausto atómico, el primero de la historia desde que la fuerza aérea de Estados Unidos lanzó bombas nucleares contra las poblaciones de Hiroshima y Nagasaki, hace casi 80 años.
Para mayor consternación, Islamabad y Nueva Delhi no son los únicos participantes en el conflicto histórico por la región de Cachemira: debe considerarse que una parte de esa disputada zona está bajo control de Pekín –otra potencia nuclear–, que mantiene una vieja alianza con Pakistán y una rivalidad igualmente añeja con India.
En tales circunstancias, es imperativo que la comunidad internacional y sus organismos empeñen todos los esfuerzos posibles en la desactivación de la escalada en curso y presionen a ambos gobiernos a ponerle fin y a trazar un camino viable hacia una solución duradera. Finalmente, no debe omitirse que la enemistad entre los dos países asiáticos son una más de las herencias malditas del colonialismo –en este caso, del británico– que proliferan en el mundo.