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Antropología e imperialismo: prolegómenos de una relación tóxica
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ado el estado de guerra, Ruth Benedict y sus colegas se vieron obligados a renunciar a uno de los principales instrumentos del antropólogo boasiano: el trabajo de campo. De esta limitación nace la antropología a distancia, que se basa, en lo fundamental, en la utilización de informantes de la cultura por investigar, y que, en este caso, se trataba de prisioneros japoneses recluidos en campos de concentración en Estados Unidos, así como el uso de material escrito y documental, películas sobre la vida contemporánea y el análisis de sus contenidos, entre otros.

Precisamente, Marvin Harris, uno de los más lúcidos antropólogos estadunidenses, hizo una crítica severa a este tipo de estudios socioculturales que pretendieron describir algún aspecto típico o esencial de la personalidad de millones de gentes sobre la base de un pequeño número de informantes, llegando a calificar estas investigaciones como vulgares simplificaciones periodísticas de complejas realidades de la estructura social y la cultura. Otros colegas arriban a conclusiones similares en cuanto a la crítica de los trabajos en torno al carácter nacional, formulando cuatro observaciones generales: primero, la mayoría de los antropólogos implicados en estos estudios tendían a ver la cultura y la personalidad tan íntimamente relacionadas e interdependientes que, en los hechos, constituían diferentes formas de observar el mismo fenómeno; segundo, esta corriente no cuestionó la existencia de una personalidad de grupo, asumiendo que cada cultura muestra un tipo dominante, o configuración cultural; tercero, al utilizar las características de la configuración cultural para explicar una sociedad, y los comportamientos posibles, su análisis ha resultado tautológico y circular; finalmente, dado que estos investigadores intentaban demostrar el impacto de la personalidad en la cultura, cuando pretendieron dar explicaciones causales, tendieron buscarlas en los patrones de socialización y, por tanto, identificar complejas realidades económicas y sociales a partir de, por ejemplo, los severos patrones de socialización del control de los esfínteres durante la niñez.

Tras la guerra, Benedict continuaría este tipo de investigaciones, participando en un grupo de trabajo de especialistas en ciencias sociales, organizado bajo los auspicios de la Oficina de Investigación Naval, estudiando siete culturas que, sin duda, resultaban de especial interés para la política de Estados Unidos en la posguerra: Francia, Checoslovaquia, Polonia, Siria, China, Rusia y los judíos de Europa oriental. En este proyecto participó la propia Margaret Mead, produciéndose, entre otras obras, un manual sobre el estudio de la cultura a distancia, que Mead dedicaría a Benedict.

En este manual, Mead afirmaría sin recato que la técnica de antropología a distancia, que Benedict estableció, había sido usada para una variedad de objetivos políticos: poner en práctica programas gubernamentales en un país, para facilitar relaciones con aliados, para guiar las relaciones con grupos guerrilleros en países bajo control enemigo, para ayudar a estimar sus debilidades y fortalezas, y para proveer de una racionalidad la preparación de documentos a nivel internacional. Todos estos usos, continúa Mead, “requieren de un diagnóstico de regularidades culturales en la conducta de un grupo particular, para el cual se propone una acción –ya sea ésta la diseminación de propaganda, órdenes de fraternización, la amenaza de cierto tipo de represalia, etcétera”. Mead puntualiza, todavía más claramente: El diagnóstico es hecho con el propósito de facilitar un plan específico o una política determinada.

Es fácil comprobar a partir de esta prehistoria de la relación entre antropología y los aparatos de inteligencia imperialistas de Estados Unidos, lo que vendría después. Estos antecedentes explican la existencia de los programas contrainsurgentes usados en las guerras recientes de Irak y Afganistán, en las que se emplearon equipos humanos en el terreno, que constituyeron los ojos y oídos culturales de las tropas de ocupación de ese país. La doctora Montgomery McFate sigue los pasos de sus predecesoras, Benedict y Mead, proponiendo programas de la llamada antropología militarizada.

Este breve recorrido por la práctica contemporánea de la antropología en su recaída en el pecado original de haber nacido como informante científico del colonialismo, puede dar idea de algunas de las motivaciones ocultas o abiertas de tantos institutos, universidades, fundaciones, y, sobre todo, el continuado uso de antropólogos, geógrafos, sicólogos, realizando tareas sucias para el gobierno de Estados Unidos en las regiones conflictivas o estratégicas de cualquier lugar del mundo en el que el imperialismo requiera de mercenarios intelectuales, con la colaboración de colegas de nuestros países.