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El estante de lo insólito

Juan García Ponce, la mirada del gato

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▲ Ilustración Manjarrez / Instagram: Manjarrez_art

“(…) la verdadera vida es la que imita al arte puro, conservando el poder de alimentar sus contrarios en el seno de sí misma y extrayendo de ellos la horma en que se encuentra su contenido, por lo que su impureza es su pureza.”

Juan García Ponce

N

ació en el calor peninsular de Mérida en 1932. Su año y década de llegada se asociarían tiempo después con un bloque generacional de distinguidos creadores de México. Para el aprecio crítico y de sus compañeros, fue visto como el líder natural de quienes desde la plástica, el periodismo, el teatro y la literatura aportaron una obra importantísima a la cultura nacional. De formación académica extensa, y consciente de su sendero, fue lector y crítico antes que autor. Analizó a fondo múltiples voces antes de decir lo propio. Lo hizo con herramientas finas y distinción. Su voz literaria es vigente, y así lo sabe quien selecciona un libro firmado por Juan García Ponce.

Señor escritor

Entre el talento, el impulso y la necesidad, Juan García Ponce fue un escritor prolífico; cruzó los territorios del cuento, el ensayo, la novela, el guion cinematográfico (para diferentes trabajos de ficción y documental, esencialmente con el cineasta Juan José Gurrola), teatro (destaca El canto de los grillos, que montó Salvador Novo) y, aunque de manera breve, la poesía. Sus textos culturales sobre arte acompañaron la formación de estudiantes, académicos y artistas, como un río paralelo de ideas, observaciones y conciencia crítica. Como en la intervención de los colores, el pasmo de la forma o el poderío de las ideas que relieves, texturas y conceptos hacían el conjunto de las obras de Gustav Klimt, Vicente Rojo, Manuel Felguérez, Picasso o José Luis Cuevas, el escritor también habló de sus propios textos como conjunto y desencuentro, donde el voyerismo de quienes se asoman, imaginan y platican sobre los otros, los vecinos, los meseros, las parejas de enfrente y las posibilidades de la persona que se desea son imaginación que tiende lo mismo al desencuentro que a la consagración de dos.

El sexo, que a tantos pierde, en García Ponce puede ser el eje racional de la conducta. Es lo que nos sensibiliza, alecciona, carga de éxtasis. Las mujeres conducen y definen el beso, la plática, el ánimo, el coito, la vida misma. En su novela El libro, García Ponce casi resume su visión de los cuerpos que son amor y pasión, indisolubles, una emoción más grande que el anhelado placer sensorial: “Se quedaron así durante un tiempo sin medida, inmóviles, cerrados sobre el estrecho contacto de sus cuerpos como si, aparte de esa unión, fuesen intangibles y ninguno de los dos pudiera reconocerse por separado, sino que así, juntos, formaran parte de la habitación bañada apenas por la luz sin materia que llegaba del jardín, iguales a los muebles y los heterogéneos objetos que estaban en ella y que, desde su impenetrable silencio, parecían acogerlos con un sorpendido asombro ante su presencia demasiado viva y, sin embargo, tan quieta y perdida en su interior como la de ellos…”

Su poderosa y provocadora novela Crónica de la intervención inicia con sexo por tres. Lo que en otros relatos es clímax literario, lo que se conquista, lo que no se espera, lo que descoloca, García Ponce lo ubica como apertura de piezas, pero la veracidad sexual no es necesariamente el vigor anímico y la estética del mundo que se busca. En un momento escribe: No queda más. La mañana se desmorona. Ha habido un tiempo en el que la vida fue como ya no puede ser. Sustancia de lo efímero, como el aprecio del lenguaje y la forma, lo que andamos nos queda apenas, forzándonos a reiterar, a encontrarnos con una nueva obra que nos conmueva y nos aleccione.

Su charla

En ocasiones, los personajes de García Ponce tienen fraseos extendidos, como si en su decir estuviera su configuración existencial, elaborada y compleja. En otras, hablan o monologan como si el autor sólo pudiera proyectar el refinamiento. Se trata de un alegato que para algunos críticos es un punto para zaherir su obra: sus diálogos no salen de la calle, del entretejido coloquial; sus damas y sus caballeros, en el almuerzo o en la cama, se expresan con una construcción verbal que suele incluir reflexión filosófica, referencias artísticas, inmersión sicológica, en ocasiones, hasta en los cruces triviales. De manera que no es inusual que uno de sus personajes hable de Picasso, de Rainer María Rilke y de Robert Musil.

Pero el escritor, como todos los autores, tiene su mundo y es así. Sergio Pitol, ( Imagen de Juan García Ponce, 1996) considera que el autor yucateco es el dueño de un mundo y un lenguaje irrepetibles. En un vaivén entre la negación y la afirmación, su literatura se sitúa en una tradición que no teme fincarse en la subversión.

El gato

El autor hizo un cuento y una novela con tiempos, ritmos y narrativa similares, y con un mismo título: El gato. En realidad, el cuento creció para robustecerse como novela, como una idea continuada, algo que se aprecia en la conexión de su universo literario, con nombres, situaciones y referencias de sus textos con los de sus lecturas predilectas. Él poseía ese asomo acucioso e inescrutable del gato, con la agudeza periférica de sus resortes nerviosos, como un reflejo operado para reaccionar a la animosidad sensorial de todo: un color, una nostalgia, una calle, una excitación a la distancia o en la íntima penumbra. Él se definía como gran contradicción, pero es en la resistencia que a la vida le encontraba oportunidades para contar. No es que necesitara excusas, sino que le interesaban demasiado.

Sus relatos tienen cierto embrujo entre las sombras y lo imposible; a veces, también, entre la desolación no reconocida donde laten pequeñas esperanzas, como la de Consuelo prendada de un cliente regular de su negocio en el cuento El café. Lo que en otros textos es confesión y entrega, descaro y sexo placentero, aquí es exploración de la atracción, donde hasta saber el nombre de aquel hombre se plantea como un atrevimiento. El autor juega con esas minucias, que en su literatura pueden serlo todo.

Como en la mayoría de sus obras, sobran mujeres y deseos, memorias con efemérides de la cruzada personal, donde la historia no tiene que comprender la columna espiritual de nadie, basta con una anécdota o un pequeño impulso. De un diálogo que es poco, pero toca hueso, hasta la afectación al límite por un posible incesto en su primer cuento transgresor Imagen primera (que tituló su primer trabajo de relatos editado por la Universidad Veracruzana en 1963), el autor formuló todo tipo de búsquedas estilísticas en muchos libros, como Crónica de la intervención, Cinco mujeres, Pasado presente, Figura de paja y La noche.

El entendimiento intelectual

Juan García Ponce escribió sobre arte y literatura con el mismo arrojo incontenible que concebía historias y momentos poco frecuentes. Hizo textos ricos y variados en torno a distintas figuras, con una visión admirable, apreciada en diferentes medios culturales. El escritor yucateco se detuvo para analizar a Robert Musil, Pierre Klossowski, Paul Klee, José Clemente Orozco, Thomas Mann, Marcel Proust, Jorge Luis Borges, Diego Rivera, Vladimir Nabokov y, con toda justicia, a su hermano Fernando, de gran relevancia en el arte mexicano.

Octavio Paz le dedicó el poema Como el aire… Escribió: Como el aire hace y deshace sobre las páginas de la geología, sobre las mesas planetarias, sus invisibles edificios: el hombre. Su lenguaje es un grano apenas, pero quemante, en la palma del espacio. Sílabas son incandescencias.

Sus datos biográficos indican que falleció en 2003, pero el gato asomado desde la ventana quizá advierte que eso no es posible, que todavía busca y cuenta, que todavía descubre algo nuevo cuando un hombre y una mujer se ven a la cara.