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Despertar en la IV República

La larga noche de Echeverría

L

uis Echeverría es un personaje que representó la quintaesencia del sistema político. No sólo lo defendió, sino amenazó con cambiarlo y nos engañó a miles, entre otros, a intelectuales tan brillantes como Octavio Paz, quien después se distanció de él. Era, y es, siniestro. Pudo hacer fechorías y desplazar la responsabilidad de sus actos hacia otros, particularmente al presidente Díaz Ordaz, al que no podemos disculpar porque aprobó lo que le proponía. Todo indica que Echeverría fue, de alguna forma, el arquitecto de la trampa que se tendió al Ejército y de la matanza de estudiantes y ciudadanos del fatídico 2 de octubre. También es posible que hubiera urdido el asesinato de Carlos Madrazo y con él la muerte de casi 100 personas que iban en el avión que estalló en la sierra de Monterrey. De lo que no hay la menor duda es que organizó lo que se ha llamado la guerra sucia, campaña de eliminación física de disidentes y rebeldes que dejó centenares o miles de muertos y desaparecidos.

Muchos Creímos en él en sus primeros meses de gobierno, después lo repudiaríamos cuando se fue conociendo a cuentagotas la insignia maldad que significó la destrucción física de opositores y el infame golpe a Excélsior. Cuando sus ex colaboradores le rinden homenaje y enumeran logros de su gobierno dicen la verdad, pero también lo hacen los que lo critican ahora y en su época, en particular Cosío Villegas y Gabriel Zaid. La crítica de éste es devastadora. Cuando Echeverría politizó el manejo de la economía y aceptó la renuncia de un espléndido técnico como don Hugo B. Margain para decir arrogante e irresponsablemente las finanzas de México se manejarán desde Los Pinos. Así justificó previamente el endeudamiento que pasó de 6 a 20 mil millones de dólares, la terrible devaluación del peso frente al dólar y la serie de catástrofes sexenales por sus decisiones. Lo peor fue la increíble falacia de la apertura democrática. Ha sido uno de los presidentes más conservadores y con gran capacidad para engañar a la opinión pública. Quizá su tremenda longevidad sea una especie de castigo divino. Ha tenido multitud de días y noches para pensar en las traiciones, mentiras, engaños y crímenes que perpetró, aunque lo dudo por su evidente falta de conciencia.