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Festejo jubiloso
H

oy se festeja a Nuestra Señora de Guadalupe, día de veneración para millones de mexicanos que acuden a su santuario en el cerro del Tepeyac, conocido popularmente como La Villa. Aquí se cuenta que se le apareció la Virgen al indio Juan Diego en 1531, en el mismo lugar donde los mexicas veneraban a la diosa Tonantzin, la de las dos caras, dos bocas y ojos enormes, según la descripción de Lorenzo Boturini. La impresionante figura estaba esculpida en una gran peña saliente.

De acuerdo con el insigne fray Bernardino de Sahagún, Tonantzin se puede traducir como nuestra madre, que era la diosa de la tierra y, además, la regidora del nacimiento y de la muerte en la cosmovisión mexica. Ya desde entonces había frecuentes peregrinaciones.

Es una fecha propicia para recordar hechos, monumentos y leyendas que rodean la aparición de la venerada imagen de la Virgen; como es conocido, pidió al indígena que en ese sitio se le levantara un templo y le indicó que fuera con el arzobispo a solicitarlo. La prueba definitiva fue la tilma cargada de rosas en la que apareció la Virgen morenita, que habría de convertirse en la madre espiritual de los mexicanos.

Es importante decir que todos los sitios en los que se desarrolló la prodigiosa historia-leyenda están ahí, plenos de creyentes que los veneran como lugares sagrados.

Hoy recordaremos nuevamente algunos de ellos, comenzando con la capilla del Cerrito, obra del notable arquitecto Francisco Guerrero y Torres. En estilo barroco, la parte central de la fachada es de cantera color arena y la engalanan columnas estípites que asemejan una gran portada. A los costados, sustituye las torres por dos cuerpos de avinado tezontle que sostienen dos pares de campanas colocadas en sendos arcos, arquitectura extraña pero interesante. Esto nos habla de que el arquitecto, autor de algunos de los palacios virreinales más bellos, como el de los condes de Calimaya, actual sede del Museo de la Ciudad de México, aquí se permitió ciertas extravagancias que alcanzaron su mayor expresión en la capilla del Pocito.

Es una auténtica joya considerada entre las 10 obras maestras de la arquitectura barroca de América. Cuenta la tradición que en ese lugar la Guadalupana esperó a Juan Diego en una de sus apariciones y brotó un manantial, por lo que se levantó una humilde capilla que al paso del tiempo se deterioró. Se decidió construir en el lugar una digna, pero no había dinero. El arquitecto Guerrero y Torres, quien realizó la del Cerrito, ofreció su trabajo de forma gratuita y se dice que los albañiles, canteros, azulejeros y los dueños de minas de tezontle y demás materiales de construcción también colaboraron sin cobrar.

El resultado fue una bellísima edificación de tezontle y cantera rematada con graciosas cúpulas y linternillas, revestidas de azulejos blancos y azules. Resaltan las ventanas y adornos en forma de estrellas y el escudo de armas de la Villa, flanqueadas por cuatro esculturas. El interior resguarda magníficos lienzos de Miguel Cabrera. Columnas corintias contrastan con el altar barroco, mismo estilo de un espléndido púlpito finamente tallado, con la figura de un indio como pedestal, que hace pensar en Juan Diego.

En alguna ocasión mencionamos ¡un galeón! Sí, no es una fantasía, es un monumento que mandaron a hacer unos marineros agradecidos de que la Virgen los salvara cuando perdieron el timón en medio de un fuerte temporal. Ellos prometieron que si llegaban a tierra le llevarían a su santuario el palo de la embarcación. Al llegar sanos y salvos a las playas de Veracruz, de inmediato se prepararon para cumplir su promesa, llevaron en hombros hasta la Villa el conjunto de palos del navío y colocaron su ofrenda dentro de la construcción de piedra para defenderla del paso del tiempo.

Como éste hay miles de milagros que se atribuyen a la Virgen morena; de ello hay pruebas en los centenares de exvotos de distintos siglos que muestra el Museo de la Basílica de Guadalupe, algunos verdaderas piezas maestras del arte popular.

Aunque faltan por mencionar muchas obras, ya se terminó el espacio, así es que compremos unas aromáticas y sabrosísimas gorditas de la Villa, envueltas en colorido papel china para degustarlas en casa, acompañadas con un chocolatito caliente, lo mejor para los fríos invernales.