Opinión
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La integración latinoamericana
E

l presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), durante el acto en conmemoración por los 238 años del natalicio de Simón Bolívar, propuso sustituir a la Organización de Estados Americanos (OEA) por un organismo que sea verdaderamente autónomo; no debe ser lacayo de nadie, sino mediador a petición de las partes en conflicto. También sostuvo que ser vecino de una nación como Estados Unidos obliga a buscar acuerdos y sería un grave error ponernos con Sansón a las patadas. Afirmó que es posible hacer valer nuestra soberanía y demostrar con argumentos que no somos protectorado, una colonia o su patio trasero, y planteó que podría adoptarse un modelo como la Unión Europea. Se puede decir que la propuesta del Presidente mexicano podría estar en consonancia con la historia de la región latinoamericana en su impulso de integración que se produjo, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XX.

Habría que recordar a escala regional la ALAC y su sucesora, Asociación Latinoamericana de Integración (Aladi, 1980) –formada por 12 países, entre ellos México– y al Sistema Económico Latinoamericano y del Caribe (SELA, 1975); en el orden ­subregional la Comunidad Andina de Naciones (CAN, 1969); la Comunidad del Caribe (Caricom, 1973), formada por 15 países; el Mercosur (1991), constituido por cinco países y cinco asociados; la Alianza Bolivariana (ALBA, 2004); el Sistema de Integración Centroamericana (SICA, 1993). Importantes instrumentos de integración, si bien el problema es no haber consolidado algunos de sus muy destacados objetivos, como es un mercado común regional ni el desarrollo en el espacio geográfico latinoamericano.

Se confirman las limitaciones señaladas si retomamos los estudios de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), cuando señala que la región latinoamericana ha sido la más golpeada por la pandemia con una caída del PIB que alcanzó 9 por ciento, el cierre de millones de industrias, incremento extraordinario de los desocupados, 231 millones de personas en condición de pobreza, de las cuales 96 millones se encontrarán en pobreza extrema y la profundización de la desigualdad regional y se destaca la explicación por el mediocre crecimiento que registraba desde 2014 y por los rasgos estructurales en términos productivos y distributivos que caracterizan históricamente su patrón disfuncional de desarrollo económico, social, político y ambiental.

Es decir, se han mantenido las asimetrías económicas con disparidades que han impedido el desarrollo de la región por las decisiones subordinadas de muchos países.

En el caso de México, tiene un problema de difícil solución al estar atado estructuralmente a Estados Unidos y Canadá a partir de los dos tratados comerciales firmados, el primero en 1994 (TLCAN) y la segunda versión, el T-MEC, que prácticamente acaba de entrar en vigor.

El conflicto fundamental de estos tratados es haber subordinado los intereses de la nación al polo dominante y con ello mantener las asimetrías económicas. De consecuencias muy lesivas, como ha sido la casi desaparición de una industria nacional, la subordinación del campo mexicano a las necesidades de Estados Unidos y la expansión de la industria maquiladora que mantiene al país en el último peldaño de las cadenas de valor y por ello la imposibilidad de remontar tecnológicamente y generar innovaciones nacionales.

Mirar al norte ha sido muy costoso, no en vano ha sido considerado como uno de los más importantes exportadores de migrantes.

Por tanto, las palabras de AMLO podrían significar un importante cambio de rumbo y buscar nuevos caminos para una posible integración latinoamericana y con ello alcanzar el tan ansiado desarrollo. Como señala Pizarro, a pesar de las dificultades que ha tenido la región para integrarse, la unión económica de nuestros países sigue siendo un proyecto irrenunciable. Por tanto, sigue vigente la preocupación primigenia del Raúl Prebisch: la integración es un componente fundamental para la industrialización y el desarrollo.