Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 2 de noviembre de 2014 Num: 1026

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Robert Howard,
Lovecraft y
Solomon Kane

Ricardo Guzmán Wolffer

La precursora
Doña Sebastiana

Fabrizio Lorusso

Buganvilia
Leandro Arellano

Margo también recuerda
Adriana Cortés Koloffon
entrevista con Margo Glantz

Henri Matisse: el ritmo
del movimiento detenido

Germaine Gómez Haro

Terry Bozzio, baterista
Saúl Toledo Ramos

Leer

Columnas:
Perfiles
Gaspar Aguilera Díaz
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
@JornadaSemanal
La Jornada Semanal

 

Luis Tovar
Twitter: @luistovars

Morelia doce (I DE II)

El ficm –Festival Internacional de Cine de Morelia— concluyó el pasado fin de semana su duodécima edición, y lo exhibido confirmó una vez más el sitio privilegiado que en materia de eventos cinematográficos ocupa en México, así como el reconocimiento del que goza a nivel internacional.

Para demostrar lo anterior, ahí están al menos los dos largometrajes nacionales de ficción que obtuvieron algún reconocimiento, lo mismo que filmes tan notables como la muy desasosegante y nada concesiva La tribu (Plemya, Myroslav Slaboshpytsky, Ucrania, 2014), historia desarrollada casi en su totalidad entre sordomudos –el “casi” se debe a personajes por completo incidentales–, cuya fuerza narrativa logra salvar, con creces, el escollo autoimpuesto por el director en el terreno formal, consistente en la decisión –por ciertos momentos cuestionable desde una perspectiva del realismo estricto en el que, cabe suponer, debe ubicarse la anécdota– de suprimir del audio cualquier voz humana y no incluir subtítulos de ninguna especie. No obstante, es precisamente ese silencio total el que da pauta por lo menos a dos situaciones cruciales, de distinto orden: la primera, el modo crudelísimo en que la trama es resuelta; la segunda, el modo en que las escenas de dicha resolución pueden ser absorbidas por el espectador, al que evidentemente busca hacérsele sentir desde dentro lo que sucede.


Escena de Ida

Ahí también está la elegantemente plástica, inusitadamente delicada pero no por ello menos intensa Ida (Pawel Pawlikowski, Polonia, 2013) –ojo, minimalistas y contemplativos, donde los haya: sí es posible, y mucho más que sólo posible, narrar intensamente a través del tiempo moroso y la escena sin prisas, todo ello sin suscitar bostezo alguno–, filmada en un blanco y negro que se diría clasicista y que, mejor aún que tener tal cualidad como un mero alarde técnico-estético, la aprovecha a favor de la construcción minuciosa, matizada, detallista al extremo, de ciertas polaridades de orden ético-moral en el que suelen moverse las sociedades occidentales en materia religiosa y sexual. (Al margen de lo anterior, y entre paréntesis, es una lástima haber escuchado más de una vez, en el FICM, la frase “es una fuerte candidata al Oscar a la mejor película extranjera” como argumento para convencer de sus grandes atributos. Con o sin candidateada, la cinta es verdaderamente memorable.)

Ahí está, junto a las anteriores, la coproducción sueco-francesa-danesa-noruega Fuerza mayor (Force Majeure, Ruben Östlund, 2014), que obtuvo el premio del Jurado de la sección Una Cierta Mirada en Cannes 2014. Muy ortodoxa en términos formales, así como tradicional en su dramaturgia, esta cinta, cuyos guión y edición corren a cargo del propio realizador sueco, de manera implacable da cuenta –como si la fuese construyendo–, de una desconstrucción eminentemente contemporánea o, cabe muy bien decir aquí, de un derrumbe: el inexorable en el que se encuentra, ya desde hace años, la otrora conocida como familia nuclear: padre, madre y vástagos, idealmente de ambos sexos estos últimos. Puesta en la mesa de análisis en innumerables filmes pero más en un plano discursivo que en acciones –que es como decir más en la teoría que en la praxis–, en Fuerza mayor la también llamada familia tradicional es confrontada a partir de un golpe seco en el elemento que funge en ella como cabeza: el padre. Ni alegato contra el machismo ni reivindicación del papel femenino, sino sacudimiento hasta la raíz de todo aquello que se supone debe ser, para ser ya no se diga lo correcto sino, en opinión de los detentadores de nostalgias naufragantes, lo único aceptable.

Acuerdos, desacuerdos y viejas nuevas

A diferencia de los once anteriores, a este ponepuntos le fue imposible asistir a la totalidad de las jornadas morelianas de cine este año, de modo que resulta inevitable cierta parcialidad al decir, por ejemplo, que concuerda con la decisión del jurado que vio ganador del premio al mejor largometraje de ficción mexicano a la estupenda Carmín tropical (2014), de Rigoberto Perezcano, así como con quienes hicieron acreedora al premio a la mejor ópera prima o segundo largometraje a la no menos buena y mundialmente bastante reconocida Güeros (2013), de Alonso Ruizpalacios, pero discrepa de quienes le otorgaron el premio al mejor documental a La danza del hipocampo (2013), de Gabriela D. Ruvalcaba.

Fuera de competencia se exhibió, entre otras, una cinta que bien puede formar parte de la serie iniciada aquí hace tres domingos –“vaciar el tintero”–, y que cambió de título, de El Charro Misterioso a El más buscado, de la cual se hablará en la siguiente.